¡Dios me ha dado fe!

Lo tengo que confesar: he vivido una vida sin fe, o con una fe tremendamente débil. Si, sabía que Dios existía, pero vivía también con una duda permanente respecto de la existencia verdadera del mundo de Dios, del mundo sobrenatural.

Era como que esas cosas correspondían a otras épocas, al pasado de la humanidad. Si la ciencia ha explicado tantos misterios, y parece poder explicarlo todo, qué poco lugar quedaba en mi cabeza para aceptar todas esas historias de milagros y prodigios de santos y ángeles. Si, quizás existieron, pero en el pasado, hace siglos, ya no en nuestros tiempos. Ese era el sentimiento que había en mi corazón en aquellas épocas. Dios era como un tañido lejano, una campana que sonaba de cuando en cuando, y llamaba mi atención, sin lograr despertarme de mi letargo.

liberación

Y de repente: ¡a despertar!. No puedo explicar bien ni cómo ni por qué, porque en realidad fue una increíble sucesión de hechos que sacudieron mi vida, sin dudas impulsados por la Mano de Dios. ¡Estaba confundido!. Al principio sentía una alegría enorme en el centro de mi pecho, algo inexplicable me hacía sentir de repente que era un digno hijo de Dios, que El siempre había estado llamándome, buscándome. La necesidad de aprender a orar, de leer y buscar las cosas del Cielo, todo giraba en mi vida como una alegre tormenta de verano, rápida y llena de encantos. María (¿podía ser de otro modo?) estaba presente en cada momento de mi vida, la misma Madre de Dios se reveló como mi Madre. ¿Cuántas veces lo había escuchado, sin comprenderlo realmente?. Mi vida cambió en cuestión de meses, ya nada de lo que hacía antes tenía el mismo sentido, todo había sido puesto de cabeza.

Sin dudas, lo más notable que me ocurrió a partir de aquellos tiempos, fue el nacimiento en mi interior de una certeza absoluta de la Presencia de Dios, cotidiana, en mi vida. Eso que llamamos fe, se transformó en algo que crecía y se expandía en mi corazón. Y empecé a sufrir algunas frustraciones también: ¿cómo explicarle a la gente lo que sentía dentro mío?. ¿Por qué de repente creía tan firmemente en las cosas de Dios?. ¿Por qué se desarrolló esa facilidad para aceptar la Presencia de la Virgen, santos, ángeles y almas del purgatorio en el mundo de todos los días?. ¡Cuanta impotencia!. Sencillamente es algo que no se puede explicar, es simplemente creer, creer. Aceptar a Dios como El es, no como nosotros queremos que sea.

Dios salva

Con el tiempo, empecé a aprender muchas cosas: la Fe, como una de las tres Virtudes Teologales (Fe, Esperanza y Caridad) es un don recibido directamente de Dios. La primera vez que lo escuché no lo entendí bien. ¿Quiere decir que tener Fe no es cuestión de esforzarse en aceptar a Dios de corazón?. No lo comprendía totalmente, ya que me parecía que tener Fe era algo que el hombre debía desarrollar, casi como la consecuencia lógica de ir al “gimnasio” espiritual a entrenarnos en las cosas de Dios. No, no es así. La Fe es algo que Dios nos concede, como una gracia inmerecida. Dudé y medité sobre este misterio, hasta que un día comprendí por qué no podía explicarles a mis amigos cómo de repente empecé a creer de modo tan firme: ¡no fui yo, fue Dios el que puso la Fe dentro de mí, El plantó Su Semilla en mi corazón!.

A partir de ese momento entendí muchas cosas: para que mis amigos crezcan en la fe, no sólo debo hablarles y darles testimonio, sino que lo más importante que debo hacer es orar, pedirle a Dios para que les conceda Fe, una Fe firme y sólida que ellos puedan alimentar y hacer crecer, que la hagan dar frutos, como a toda gracia que Dios nos concede. También comprendí que en mi naciente Fe no hay mérito alguno de mi parte, sino que es Dios el que me dio ese regalo: por eso, como dice la parábola de los talentos, tengo que hacer rendir utilidades a ese tesoro espiritual, porque ahora tengo una enorme responsabilidad como administrador de este bien inmenso, inmerecida y misteriosamente recibido.

Dios, dame fortaleza para hacer de la Fe que sembraste en mi corazón, un árbol que fructifique y sirva de herramienta para que Vos puedas trabajar, haciendo que más gracias se derramen sobre otros hermanos. Te pido, mi Señor, que nos des la Gracia de aceptar humildemente Tu Voluntad, con una Fe firme e inocente, una Fe de niños?