Naturalizar el mal

Vivimos tiempos en que un líder de una potencia nuclear hace cosas que nadie imaginaba posibles. ¿Cómo puede ocurrir esto? ¿En estos tiempos? Quizás lo obvio está frente a nuestra vista, y es sólo cuestión de observar. Ese líder, hace no pocos años, encomendó a sus servicios secretos envenenar y asesinar a sus opositores políticos. Y lo hicieron. Con ese precedente, ¿qué podemos esperar haga en el futuro respecto de los millones de vidas humanas que sus actos ponen ante la muerte? Me pregunto también cómo su pueblo permitió o permite que siga gobernando, o cómo no lo detuvieron antes. Pero eso ya ocurrió muchas veces en la historia de la humanidad. Un líder similar hizo asesinar a lideres de su propio partido político, años antes de provocar él mismo la segunda guerra mundial. Y su pueblo no pudo, no supo o no quiso detenerlo. Hoy mismo tenemos lideres políticos que asesinan a personajes que les molestan, y nada malo les ocurre. Triste, pero es parte de nuestra realidad. ¿No tienen los países mecanismos para detener a estos monstruos? ¿Tan endeble es nuestra sociedad?

Volviendo a la situación en el este de Europa, en realidad la pregunta más inquietante que hoy me hago es cómo llegó a convertirse este hombre que acaba de iniciar una guerra tan sorprendente, en semejante monstruo. La respuesta es, paso a paso. Cayendo cada vez más profundo, en un proceso de naturalizar el mal. Cada vez pecados o crímenes más graves. Naturalizándolos, incorporándolos a la forma normal y correcta de actuar. Si miramos un poco su historia personal, este hombre se unió a edad joven al servicio secreto de su país. Un servicio secreto famoso por entrenar a sus agentes en la mentira, el asesinato, el engaño, la confabulación. Así se formó, y se hizo muy talentoso en eso, y de allí en más creció en una carrera que culminó en ser cabeza de una potencia nuclear. ¿Qué se puede esperar de este hombre a futuro, con semejante historia? Ahora tiene a su disposición un botón que dispara misiles nucleares de destrucción masiva a cualquier lugar de la tierra. Imaginemos cómo se siente en esta situación, siendo como es. Para él, lo normal y natural es asesinar, provocar, agredir, mentir, confabular, engañar. Una colección de males totalmente naturalizados. Así, seguirá su loca carrera hasta que algo lo detenga, porque él, sólo, no va a parar.

La historia de cómo este hombre se convirtió en un monstruo con tanto poder, me hace recordar una experiencia que viví de joven, la que vuelvo a recordar una y otra vez porque fue tremendamente triste para mí. Es acerca de un joven de buena familia, con educación y un futuro promisorio, que buscó mi consejo sobre cómo iniciar su vida laboral. Yo tenía treinta años entonces, pero ya había iniciado mi camino laboral, de tal modo que acepté guiarlo. Lo escuché, le di algunas ideas y guías, y él siguió volviendo a mí por algún tiempo a compartir experiencias, dudas, miedos. En ese momento, lo único malo que vi en él es cierta ansiedad por crecer rápido, una incipiente ambición de obtener logros inmediatos. Tuvo algún fracaso en un empleo, que por tener un mal jefe y querer avanzar demasiado pronto, culminó mal. Tuvo otro intento que fracasó, y algo empezó a ir peor. Alguien le propuso una forma de ganar dinero no del todo santa, y aceptó. Con los años pude conocer que se transformó en un delincuente cada vez más peligroso. Ingresó a la cárcel y salió varias veces, siempre con condenas por crímenes más violentos. Se hizo un asesino, violador de sus propias hijas, temido en la misma cárcel por los demás presos, por su perversidad y violencia extrema.

¿Cómo llegó a esto un joven formado en una buena familia, con una buena educación? Naturalizando el mal, en cada paso de su camino. Aceptando los malos hábitos como algo normal, hasta volverse él mismo, un monstruo.

Este caso extremo, vivido de tan cerca, me transformó. Me obliga aún hoy a observar todo, en mi mismo y en los demás, con temor. Como me dijo una vez una mística que amo mucho, Catalina Rivas, el precipicio moral y espiritual está siempre un paso, sólo un paso, delante nuestro. Cuando uno es consciente de esta realidad, de estos peligros, mira las cosas de otro modo, y ve. Así he visto jóvenes que dicen con orgullo que la única forma de crecer laboralmente es pisando la cabeza a los demás. Que manifiestan felices su talento para engañar, manipular y mentir, para lograr sus objetivos. Naturalizan el mal, lo incorporan, lo hacen parte de si mismos. U otros que hacen del conflicto una realidad cotidiana. Donde están, hay conflicto. Se transforman en el denominador común de múltiples situaciones conflictivas en distintos ámbitos y con personas diversas. Han naturalizado la agresión, la han incorporado a su ser.

También personas que hacen de la pereza y el ser servidos por los demás, una forma de vida. Siempre un motivo a mano para decir por qué no pueden hacer algo, o ayudar. Han naturalizado la pereza, y el ser servido, en lugar de servir. U otros que han incorporado la mentira como forma de manipular a los demás de tal manera, que ya son ellos mismos una gran mentira. Han naturalizado la mentira de tal modo que ya ni siquiera advierten cuando mienten y cuando dicen la verdad.

La lista es interminable, pero ustedes ya comprenden la idea. El naturalizar el mal, el vicio, es el camino a la perdición. Es ponerse en una senda que conduce a un precipicio moral y espiritual. Es por eso que Dios nos invita a conocernos a nosotros mismos, para encontrar estos vicios que hemos naturalizado, y transformarlos en virtud. ¡Todos los tenemos! Puede ser nuestra forma de comer, de tratar a los demás, la falta de paciencia, o acerca de donde poner el centro de gravedad de nuestra vida. Donde está lo más importante, y donde lo menos. Así, conocernos a nosotros mismos cómo Jesús nos invita a hacer, es hurgar en nuestro interior esas manchas de oscuridad que hemos permitido se adhieran a nuestra alma. Es descubrir en nosotros el vicio naturalizado, el mal naturalizado, y extinguirlo. Es, en definitiva, la conversión.

El mundo nos propone, cada vez más, naturalizar el mal. Nuestra propia sexualidad está siendo puesta en dudas, nuestra mirada sobre la honestidad en la forma en que uno se gana la vida, la gravedad de mentir y engañar a los demás como práctica cotidiana, el respeto con que debemos tratar a quienes nos rodean, nuestras obligaciones como padres o hijos, el respeto a la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Esta sociedad cada día pone el mal como objetivo, por encima del bien. Está construyendo una nueva moral, la moral del pecado como objetivo de vida. Es demoníaco, de principio, a fin.

Tú estarás pensando en este momento en cómo se hace algo tan difícil como es el cambiar hábitos tan incorporados, tan parte de nosotros mismos. Para nosotros es imposible, pero con Dios, todo es posible. Es en la oración y la Eucaristía que todo esto se sana. Es en el confesionario donde se dejan todas estas alimañas espirituales, para que Jesús las queme en la hoguera del perdón. Es en la unión con la Madre de Dios, la Virgen Santísima, que encontramos el Camino de regreso a Casa. Jesús allí, junto a Su Mamá, nos espera.

_________________
Autor: Reina del Cielo