La escalera de Romeo

Romeo y Julieta es quizás la historia de amor más difundida durante los últimos siglos. ¿Quién puede no sentir en el corazón el amor apasionado de ese hombre?

Aún los que nunca amaron pueden comprender la fogosidad de ese ser, ya que fue retratado en nuestra memoria desde la infancia. Una imagen repetida una y otra vez de tal modo que tenemos viva esa escena de Romeo al pie del balcón de su amada, tratando de llegar a ella, de un modo u otro.

¡Una escalera para Romeo!. Claro, el hombre necesitaba un medio para elevarse, para llegar a ella, una escalera que le permita alcanzarla. ¡Que alegría cuando halló la escala por la cual subir!. El amor de Romeo encontró entonces la esperanza de llegar a ella, la promesa de encontrar a su amor. Pero, cuidado, Romeo se pone tan contento que se enamora de su escalera, se pone tan feliz de encontrarla que la ama, le pone todos sus cuidados y su atención. ¡Se olvida de Julieta, la deja por su escalera!. Julieta, allá arriba en su balcón, contempla entristecida y confundida cómo su amado se ha olvidado de ella y en cambio se dedica a cuidar y valorar a aquella escalera que se eleva hacia lo alto. ¿Cómo es que él no sube por ella, cómo es que se ha olvidado del fogoso deseo que tenía?. ¿Se ha vuelto loco quizás?

¿Les parece ridícula esta versión tan particular de Romeo y Julieta?. Realmente lo es, tienen razón. Sin embargo, la encuentro bastante parecida a lo que solemos hacer con nuestro amor por Dios. La escalera, en este caso, la comparo con la religión: todo aquello que Dios nos ha dado para elevarnos hacia él, para acercarnos a Su Balcón espiritual. Piensen un poco: El nos ha dado todo como medio de llegar a conocer y gozar de Su Infinito Amor por nosotros. Nada ha dejado de hacer, ni siguiera morir en la Cruz, para lograr llamarnos desde Su Balcón, esto es desde Su Reino. Y nosotros, como aquel Romeo ridículo de mi historia, nos olvidamos de El y como autómatas abrazamos y cuidamos las escaleras como si fueran el objeto final de nuestro amor.

Por un momento pensemos en la Presencia Eucarística de Jesús: El está allí, llamándonos desde Su Verdadero Cuerpo y Sangre. Sin embargo nosotros, ¿cuántas veces lo olvidamos y lo tomamos como si fuera un simple trozo de pan, no como el real Pan de Vida?. Vemos la escalera, el signo visible, y nos olvidamos de que El está realmente Presente allí. ¡Que triste debe ser para Jesús vernos tomándolo como autómatas, no comprendiendo realmente el sentido y finalidad del acto!. Algo así como la ridícula escena de Romeo concentrado en su escalera, y olvidado de Julieta.

Nuestro amor por Dios debe ser fogoso, encendido: todo lo que Jesús nos ha legado sirve para llegar a ese Amor. La Verdadera Religión sólo sirve si nos lleva a Dios, al Amor de Dios. En caso contrario se vuelve hueca, vacía, sin una finalidad real a los ojos del Señor. Igual que la escalera de Romeo se vuelve inútil si él no la usa para llegar a su amada, la religión no sirve si no es utilizada para llegar a nuestro Amor, a nuestro Dios. Este problema es el que encontraron Jesús y María en la Palestina de dos mil años atrás: un pueblo que en buena medida había olvidado el verdadero Amor de Su Dios, y había sido llevado por sus líderes a un exceso de reglamentaciones religiosas que estaban vacías de contenido espiritual. El Espíritu Santo no encontraba en esas prácticas un modo de facilitar Su llegada a las almas, sino todo lo contrario, se volvían cortina que enceguecía a los corazones. Y esa cortina fue tan pesada que hizo que no vieran al Mesías anunciado y esperado, y lo mataran en la Cruz, cometiendo Deicidio. ¡La locura más grande que jamás haya cometido el hombre!

Nosotros, en nuestros tiempos, debemos evitar caer en un error similar. Miremos la escalera y sepamos que ella es el medio que Dios nos ha dado para llegar a El, para amarlo y conocerlo. Vivamos la necesaria práctica de todo lo que nuestra Religión nos indica, sabiendo que es el medio para abrir nuestros corazones a la acción del Espíritu Santo, que es Espíritu de Amor. Cual subiendo por una escalera infinita al Cielo, se nos elevará espiritualmente hasta alcanzar alturas de santidad que harán sonreír a nuestro Dios, allí en Su Balcón Celestial.