María y un pequeño don de lenguas

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La redacción de Reina del Cielo


Este relato, escrito por María Susana Ratero, nos lleva el pensamiento a reflexionar acerca del Don del Espíritu Santo, el Don de Lenguas.

María Susana comparte con nosotros lo que ella escribe desde su amor a la Virgen María e imaginación devota.

¡Disfruta de la lectura!

Maria y un pequeño don de lenguas

Aun tengo vivo en mi corazón el recuerdo de aquella Misa de Pentecostés, en la que se predicó sobre los dones del Espíritu Santo, entre ellos, el don de lenguas…

Recuerdo que me acerqué a tu Corazón, durante la homilía, para preguntarte acerca de este don, el cual consideraba tan lejano a mi corazón….

– Madre, no entiendo bien esto del don de lenguas… Para mí es muy lejano, no creo que tenga algo que ver conmigo… ¿Quienes son ahora, en mi vida, los partos, medos, egipcios, etc.? Me asombra, si, pero no veo lugar para mí en esa escena…

Y aún resuenan en mi alma tus palabras… alentadoras, luminosas… que me llenaron de sorpresa, al tiempo que de calma y alegría…
– Hija querida, para ti, el don de lenguas puede ser hablarle a cada uno según pueda entender…
– ¿Y cómo es eso, Madre?

– Cada persona, cada alma, es especial y única… Los dones y las capacidades son diferentes y están distribuidos en cada uno según el designio de Dios, por tanto, al acercarte a tu hermano, si bien el amor ha de ser el mismo para todos, no han de serlo tus palabras y gestos. Es distinta la necesidad del niño, del joven o del adulto. Del sano que del enfermo, del que camina por un trayecto de soledad en su vida, del que camina tramos de gozo.

Y guardo silencio. Me quedo cerca de tu Corazón meditando tus palabras, así, como tú me enseñaste a hacerlo, cuando el Evangelio me dice: “María meditaba todas estas cosas y las guardaba en su corazón”

Madre, quiero guardar en mi corazón tus palabras, tus consejos, porque todos me remiten a la Voluntad de Dios para conmigo… ¿Qué mejor tesoro puede anhelar mi alma?… Al resplandor de este tesoro, los demás, mis afectos queridos, se purifican y fortalecen…

– Hablar a cada uno según pueda entender ¿Cómo se hace eso, Madre? – y vienen a mi corazón las palabras de la lectura de la Misa donde el Apóstol Pablo dice que “llora con los que lloran y ríe con los que ríen y es uno con todos”

Según me puedan entender….
– “Entender” hija, no significa solo interpretar el mensaje con su inteligencia. Este “Entender” del que te hablo es la posibilidad de llegar al corazón de tu hermano con compañía, si se siente solo, con la alegría de Cristo resucitado, si se siente triste. También recordándole la profunda felicidad de dar, cuando tu hermano tenga abundancia…. Recuerda aquí que no sólo es la abundancia material, sino la del corazón… Hay corazones que son abundantes en dones y virtudes que, a fuerza de no usarlas se van como secando, casi como marchitando en el alma…. El don de lenguas, tal como se explica en la Escritura, lo da Dios a quien quiere y como quiere, pero este “pequeño don de lenguas” del que te hablo, si bien también es una gracia, no es inalcanzable…. Pide la gracia, hija, de tener para cada hermano que Dios va poniendo en tu camino, un gesto, una palabra, un detalle… Ese modo de actuar que se sustenta en un corazón convencido de que es amado por Dios y ese gozo se refleja en todo su proceder. Un corazón que se sabe amado por Dios es feliz aun en medio de la tormenta, y es tan grande su gozo que no duda en desear esto mismo para todos. No son tus discursos, hija, lo que necesita el corazón doliente de tu hermano, necesita solamente ver a Cristo en ti…

– Madre, perdóname, pero eso me parece como muy difícil para mí. Con sólo mirar la miseria de mi alma no entiendo como alguien pueda ver a Cristo en mí.

– No es tu esfuerzo, hija, sino tu amor generoso y comprensivo, tu amor hecho compañía, consuelo, contención, lo que hará que tu hermano sienta que Cristo le abraza desde tu abrazo, que Cristo le visita con tu visita, que Cristo le asiste con tu generosidad, que Cristo comparte una taza de té con él cuando tu le regalas ese tiempo al hermano. Tu corazón es puente entre Jesús y tu hermano. Así, este “pequeño don de lenguas”, será muy efectivo pues hablará el lenguaje más necesario, más universal, ese lenguaje que todo ser comprende y anhela: el lenguaje del amor.

Tus palabras, Madre mía, siguen repitiéndose en mi corazón aún cuando han transcurrido ya algunos años desde aquel Pentecostés, cuando llegaste a mi corazón susurrándome: “hablar a cada uno según te pueda entender”… palabras que siguen dando fruto en mi corazón… Gracias, Maestra del alma, gracias por estar allí, siempre…

Te pido, María, que aquellos hermanos que lean este pequeño relato, sientan en su corazón tus palabras y puedan disfrutar de este “pequeño don de lenguas” que Tú nos propones, para gozo de tantos hermanos que necesitan una palabra, un gesto, una sonrisa que les perfume el alma…

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Fuente
María Susana Ratero
www.misencuentrosconmaria.blogspot.com.ar
susanaratero@gmail.com
(este relato se encuentra en mi cuarto libro
“Madre, en tu Corazón”)