Virginidad Perpetua de la Virgen María

Virgen antes del parto

Toda verdad que la Iglesia define como contenida en la Revelación, se puede hallar en el depósito de la Sagrada Escritura y de la Tradición.

En lo que respecta a la virginidad antes del parto, es fácil encontrarla expresada en la Escritura. Que María era virgen en el momento de la concepción de Cristo nos lo dice expresamente san Lucas con las palabras “el ángel Gabriel fue enviado… a una virgen” (Lc. 1, 26-27). Que la concepción de Cristo fue virginal se afirma también más adelante cuando a la objeción de María (“¿Cómo será esto pues no conozco varón?”). El ángel le indica el modo virginal de la concepción: el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso lo que nacerá será llamado Santo, Hijo de Dios” (Lc. 1, 35). Que no hubo ninguna relación carnal antes del nacimiento de Jesús se desprende del pasaje de san Mateo: “Y sin que (José) la conociera, Ella (María) dio a luz un hijo al que él puso por nombre Jesús” (Mt. 1, 25). Es sabido que la expresión hebrea “sin que la conociera” significa precisamente “sin que José se uniera a Ella”.

Bastan estos textos para probar qué clara es la doctrina del Nuevo Testamento en este punto.

Si recurrimos al testimonio de la Tradición, a los Santos Padres, nada tiene de extraño que encontremos enérgicas afirmaciones de la Virginidad de María antes del parto, frente a las primeras negaciones de paganos y herejes. Estos últimos no consiguieron hacer gran mella en la fe de la Iglesia, que tan sólidamente expresaba que Cristo “fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de María Virgen” desde los primeros símbolos de fe.

OBJECIONES Y RESPUESTAS

¿Qué responder si oigo decir que…?

  • “La narración de la concepción de Jesús que leemos en los Evangelios es una especie de fábula, un mito semejante a los mitos de la época, que eran inventados para ensalzar a sus héroes.”

Es cierto que en los mitos de la Grecia antigua se cuenta que algunos de sus héroes nacieron no de padre humano, sino fruto de la unión carnal de los dioses con mujeres. Ya en el s. II, el judío Trifón decía que en el relato evangélico reaparecía este tipo de mito por influencia del mundo helenístico.

Pero hay fundamentalmente dos razones por las que no se sostiene esta teoría. La primera es que no se puede olvidar que a la mentalidad judía le repugna enormemente todo aquello que va contra la trascendencia de Dios y contra el monoteísmo. ¿Cómo hubieran podido inventar una historia semejante a los mitos griegos mezclando en ella a Yahvé, cuyo rostro nadie podía mirar y quedar con vida?

La segunda razón se refiere al modo mismo de la concepción. Una concepción virginal, con total exclusión de varón, es algo sin precedentes en la mitología griega, no puede por tanto estar inspirada en ella. Nada tiene que ver la burda idea de una relación carnal entre dioses y mujeres y la afirmación cristiana con su insistencia en la virginidad.

  • “Los judíos acusaban a los primeros cristianos diciendo que Jesús era hijo ilegítimo de María. Los evangelistas inventaron la concepción virginal de María para salvaguardar el honor de Madre e Hijo.”

Esta acusación existió en los primeros siglos del Cristianismo. Pero no es tan antigua como para que llegaran a conocerla los evangelistas. No pudieron, pues, intentar reaccionar contra ella.

Es claro que los evangelistas no recurrieron a la Virginidad de María ni para suscitar admiración por Cristo ni mucho menos para cubrir la deshonra que algunas mentes turbias veían en su Santísima Madre. En su reato se ciñeron, más bien, a lo que conocían por información de la Virgen. La misma sencillez y sobriedad de sus palabras, sin ampulosidades, sin notas disonantes, es una prueba y por cierto nada desestimable de la veracidad con que escribieron.

Virgen durante del parto

“Y sucedió que, cuando estaban ellos allí, se le cumplió el tiempo de dar a luz, y dio a luz a su hijo primogénito,  y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada” (Lc. 2, 6-7).

¿Qué significa la Virginidad de María durante el parto? Podemos distinguir las siguientes proposiciones:

1.- María ha permanecido virgen en el parto: “virgo in partu”.

2.- El parto de la noche de Belén fue milagroso.

3.- María estuvo exenta de los dolores del parto.

4.- Ella conservó intacto el sello de la virginidad corporal.

Estos cuatro puntos han de ser mantenidos como verdades de fe. Existen, después, diversas afirmaciones destinadas a explicar de alguna manera el modo del parto que se circunscriben en el margen de la opinión. Nada podemos asegurar en este punto, y tal vez haya más inconvenientes que beneficios en discutir sobre las modalidades fisiológicas que Dios ha ocultado en secreto.

Sin duda, el milagro de la verdadera integridad corporal, no obstante el parto, puede parecer difícil a la razón humana, pero esto es común a las realidades misteriosas. Intentando eludir lo que el misterio tiene de incomprensible, algunos teólogos han pretendido dar explicaciones que, si bien se hacen más asequibles al entendimiento humano, no reflejan sin embargo lo que mantiene la fe. Son, cuando menos, explicaciones parciales del misterio. Veamos alguna:

El parto virginal no es sino el parto que, aunque se produzca de modo natural, no ha sido causado por una colaboración previa de varón”.

Decir esto es tanto como afirmar la virginidad de María antes del parto pero negarla en el parto. Explicada de este modo, la virginidad en el parto no añade nada en absoluto a la concepción virginal; sería simplemente un parto normal de una mujer que ha concebido virginalmente. Sin embargo, la distinción real entre la virginidad antes del parto y la virginidad en el parto es dogmática y por ello no se puede admitir esta explicación.

El parto virginal de María es un milagro que se deriva de la inmunidad de concupiscencia en que vivía. Esta inmunidad implica un dominio pleno de la persona sobre su propia naturaleza. María vive el parto en plena donación personal a la voluntad salvífica de Dios. Esta donación tiene, sin duda, consecuencias físicas (respecto del dolor y de la integridad físicas) que nos son desconocidas”.

Esta explicación admite que el parto fue milagroso. Pero al supeditar la virginidad en el parto a la virginidad espiritual de María (que, como queda señalado no se sabe hasta dónde puede haber influido en el parto de la Virgen) no siguen con fidelidad lo que enseña la tradición patrística, por la que el parto virginal tiene razón de ser por sí mismo, como veremos más adelante.

“Si se admite un parto virginal, habrá que negar la verdadera humanidad de Jesús”.

Esta objeción es casi tan antigua como la Iglesia. Hábilmente esgrimida por los herejes de los primeros siglos, fue seguramente la causa de las reticencias que tuvo la Iglesia en definir como verdad de fe la virginidad en el parto. Parecía que este dogma favorecía a cuantos sostenían, contra la fe apostólica, que Jesucristo no tuvo verdadera carne humana, sino sólo apariencia de hombre. Así bien se podía comprender que no menoscabara la integridad de la Virgen.

Tal confusión se superó en el Sínodo de Milán (393) con la condenación de los herejes que negaban la virginidad de María en el parto, manteniendo, sin embargo, al mismo tiempo, la verdadera humanidad de Cristo. Así lo explicó San Agustín hablando de los cristianos: “… ni creyeron que Santa María hubiera sido lesionada al dar a luz, ni que el Señor fuera un fantasma; sino que Ella permaneció virgen después del parto y que, sin embargo, había nacido de ella el verdadero cuerpo de Cristo”.

Actualmente, la formulación de esta teoría es diferente. Se dice que un parto como el de María es un parto deshumanizado.

Hemos visto cómo hay que distinguir entre lo que se propone como verdad de fe (los puntos ya expuestos) y lo que es de opinión, en este caso, el modo como se realizó el parto. No es de extrañar que algunas versiones sean inverosímiles, e incluso poco concordes con la fe. Lo que sabemos de cierto es que Jesucristo se hizo igual a nosotros excepto en el pecado (Heb. 4, 15). Por tanto, Jesucristo nació como nacen los hombres, pero según el supremo poder de Dios: “Allí donde se halla la Divinidad, no se resisten ni siquiera las puertas cerradas de la impenetrabilidad de los cuerpos”. (San Agustín)

SU VALOR COMO SIGNO

Los santos Padres gustaban de recordar el valor que la integridad corporal de María tenía como signo de realidades sobrenaturales. No era para ellos un mero accidente fisiológico, sino algo que Dios pudo querer precisamente por este carácter de signo.

María fue la primera destinataria. Era importante que llevara en su mismo cuerpo un motivo de credibilidad, dado por Dios, para fortaleza de su fe en la hora difícil de la prueba, sobre todo, en el momento decisivo en que estuvo junto a la cruz del Señor. En el momento desconcertante de la muerte de Cristo, San Gregorio Nacianceno pone estas palabras en boca de la Virgen: “Lo que fue anunciado (la Encarnación del Verbo) es tal y como fue anunciado. Estoy segura de no haber sido engañada por aquel anuncio, pues guardo en mí certísimas garantías”. Gracias a estas garantías, internas y externas, María permaneció ante la cruz firmísima en su fe.

Posteriormente, conocido teológicamente el secreto que María conservó para sí, el signo de su integridad corporal ha cobrado todo su valor significativo de las características de la acción de Dios.

Virgen durante del parto

La Virginidad después del parto significa que la Virgen perseveró en la integridad de la virginidad después del milagroso nacimiento de Jesucristo.

La Iglesia Católica, (y también la oriental), ha creído siempre, y se ha regocijado, en la perpetua virginidad de María. La Maternidad divina es el motivo supremo de que María esté adornada con la corona de la pureza. La Virgen María fue el templo divino e inmaculado en que se engendró el cuerpo de Cristo. ¡Qué desagradecida se mostraría María si, no contenta con aquel Hijo que Dios le había concedido, no preservara la virginidad que por gracia divina tenía aún después del Nacimiento!

Según Santo Tomás de Aquino, afirmar que María hubiese tenido con San José más hijos después del Nacimiento de Jesús, contradice la inviolable dignidad del mismo Jesús. Su naturaleza divina es, como Hijo único del Padre, absoluta y perfecta en todo sentido.

¿Qué dice la Biblia?

No encontramos en la Biblia una declaración expresa de la virginidad de María después del parto, pero sí nos ofrece los datos necesarios para deducir, por una reflexión de fe, que María conservó siempre su virginidad.

Ella misma afirmó su propósito al preguntar al ángel en la Anunciación: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. Hay que destacar que María no dice esto como joven soltera, sino como la desposada de José. Es claro que implica un propósito mutuo de virginidad.

Si en el momento de la Anunciación María ama de tal manera su virginidad que llega a ponerla como dificultad al anuncio del ángel, no es posible explicar un cambio de esa mentalidad de María después del nacimiento de Jesús. Tampoco por parte de Dios se entendería que hubiera habido motivo alguno para hacer un milagro que conservara la virginidad de María si tal virginidad no se iba a conservar después. No hay que olvidar que el propósito de María debe entenderse necesariamente como formado bajo el influjo de la gracia.

También corrobora la virginidad de María el que en el Evangelio jamás se vean otros hijos de José y María. En Egipto, en Belén, en Nazaret, en Jerusalén, la Sagrada Familia la forman solamente Jesús, José y María. En la cruz se encuentran solamente dos: Jesús y María, y esta tan sola que Jesús tiene que buscarle un hijo en San Juan.

OBJECIONES DE LOS NO CATÓLICOS

Algunos protestantes creen encontrar expresiones en la Biblia que dejan entrever que la virginidad de María no fue perpetua. Con el conocimiento que se tiene hoy de las lenguas orientales, es muy fácil salvar este error, como lo veremos en los tres pasajes bíblicos más frecuentemente aducidos.

1.- “José recibió a su mujer; y no se unió a ella hasta que dio a luz a su Hijo”. (Mt 1, 25)

La expresión semítica “hasta” sirve únicamente para enfatizar el que la concepción y nacimiento de Jesús fue virginal. No dice absolutamente nada de lo que sucedió después.

La misma expresión no ofrece ninguna duda cuando se emplea en otros casos:

  • Hablando de la hija de Saúl (II Sam 6, 23): “Mikol, hija de Saúl, no tuvo hijo alguno hasta el día de su muerte”. Evidentemente, la expresión “hasta” no pretende dejar abierta la posibilidad de que tuviera hijos tras su muerte.
  • En la despedida de Jesús a sus discípulos: “Mirad, yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 30). No quiere indicar que estará únicamente hasta el fin del mundo, sino por toda la eternidad.
  • Hablando a San Juan Bautista: “Vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel” (Lc. 1, 80). Sabido es que, después de su manifestación a Israel, el Bautista siguió habitando en el desierto.

De la misma manera “no se unió a ella hasta que dio a luz a su hijo”, no significa en absoluto que después sí se uniera a ella. Ni siquiera pretende dejar la duda.

2.- “María dio a luz a su hijo primogénito”. (Lc, 2,7)

Primogénito (es decir, primer hijo) no significa primero entre varios. En lenguaje bíblico, primogénito es el primero, el que debe ofrecerse al Señor, tenga o no más hermanos.

Es conocido el hallazgo de un epitafio egipcio del siglo V a.C. En él se inscribieron las quejas de la madre: “El destino me empujó a la muerte con dolores al nacerme mi primogénito”. Aquel primer nacido fue también el único, lo mismo que Jesús lo es de la Virgen María.

3.- “¿No se llama su Madre María y sus hermanos Jacob, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no están todas con nosotros?” (Mt. 13, 55-56)

Este y otros pasajes semejantes, parecerían afirmar que María tuvo al menos siete hijos. Sin embargo, en ningún sitio se llama “hijo de María” a ninguno excepto a Jesús. De aquellos sólo se dice que eran “hermanos de Jesús”, expresión que en la Biblia designa tanto a los hermanos carnales como a los primos, amigos y ciertos descendientes.

En Gn. 13, 8 Abraham llama a Lot hermano, cuando en realidad es sobrino suyo (Gn. 12, 5). Muchos otros ejemplos se podrían aducir aquí. De hecho, por la Biblia sabemos que dos de estos “hermanos” son hijos de otra María, la cual estaba casada con Cleofás: “Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre y la hermana de su Madre, María, mujer de Cleofás y María Magdalena” (Jn. 19, 25) y según otro evangelista, cuando Jesús murió en la cruz “había allí muchas mujeres mirando desde lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y José, y la madre de los hijos del Zebedeo”. (Mt. 27, 55-56)

Este Cleofás, padre de Santiago (Jacob) y José debió de ser hermano de San José, con lo cual los llamados “hermanos de Jesús” debieron de ser sus primos. Si los primeros en la lista de “hermanos” son en realidad primos, ¿qué parentesco debieron tener los demás?

“La dignidad de la Virginidad tiene su principio en la Madre del Señor”.

San Agustín

La virginidad de la carne es a la vez, y quizá principalmente, signo y expresión visible de la virginidad del espíritu, de la virginidad del amor. Contemplar esta virginidad de la Virgen María es entrar en un misterio totalmente insondable, en una perfección de amor que no tiene término de comparación por el que podemos entenderlo.

Quien se ha introducido en este misterio verá a María no sólo como Madre del Verbo encarnado sino también como Esposa de ese mismo Verbo (como la vieron los Santos Padres) y contemplará en Ella el modelo que incansablemente ha de imitar en sus relaciones con Jesús.

La Iglesia, y con ella cada alma en gracia, no sólo es Cuerpo de Cristo sino Esposa de Cristo, en comunidad de vida y de actividad con Él. Tanto más se acercarán la Iglesia y las almas al estado de perfectas esposas de Cristo cuanto más de cerca imiten el amor virginal de su Madre María, y la comunión que ese amor genera.

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Fuente: Hogar de la Madre