Ver es crecer

Cuando tenia quince años pensaba que sabía todo, que todo era posible A los veinte miraba para atrás y decía: que poco sabía a mis quince años, que débil era. ¡Ahora si que estoy preparado! A los treinta miraba mis veinte años como un momento de inmadurez y falta de criterio sobre la vida. ¡Menos mal que con treinta años ya había adquirido sabiduría! Y recién después de los cuarenta el Señor me empezó a enseñar que nunca supe ni sabré nada, que siempre seré miserablemente nada.

Y también a ver con claridad mi error del pasado, al pretender ser fuerte o saber o conocer sobre las cosas de la vida. Ahora sé que tengo que mirar hacia el futuro sabiendo que siempre seré nada, ya que sólo Dios ES

Luz en la ventanaPero la lección que quiero extraer de esta experiencia de vida es otra: ¿Por qué ahora tengo la oportunidad de crecer?. ¡Porque puedo ver con claridad!. Al ver claramente mi error del pasado puedo darme cuenta de cuál es mi camino de crecimiento. También es fundamental el poder ver con claridad los aciertos que he tenido, los valores que he incorporado en el paso por la vida. Sin vernos a nosotros mismos, sin conocernos a fondo, no podemos crecer. Al entender cuáles son los puntos de fortaleza y las debilidades de nuestra alma podemos avanzar con claridad en nuestro día a día, puliendo y purificando las impurezas que tenemos dentro. Y también haciendo brillar cada vez más las virtudes que agradan a Dios y se encuentran opacadas por nuestros apegos mundanos. El conocimiento de uno mismo es una necesidad muy grande en el camino de desarrollo espiritual y también en el progreso humano, ya que ambas cosas van de la mano indisolublemente.

Jesús curó a muchos ciegos, y en diversas oportunidades trazó un paralelo entre la ceguera física y la ceguera espiritual. Cuántas veces miramos nuestros gruesos errores pasados y decimos: ¡qué ciego estaba!. Abrir los ojos y ver las cosas como realmente son es como abrir una puerta hacia una nueva vida, una vida de luz. ¡Es salir de la oscuridad!. ¿Por qué?.

Porque los ojos que deben abrirse son los del corazón.

Mirar las cosas sólo con los ojos de nuestra racionalidad no es bueno, sin los ojos del corazón somos ciegos de espíritu. Los ojos del corazón nos dejan ver la necesidad de amor de los demás y de nosotros mismos, las cosas simples pero importantes que nos rodean y no valoramos, la belleza de Dios presente en la Creación que nos rodea. Pero sobre todo nos permite ver el horrible error de vivir de espaldas a Dios, negando a nuestro Padre Creador que nos da gratuitamente Su infinito amor, no correspondido por sus hijos.

Jesús vino a nosotros y nos dijo: “Yo soy la luz del mundo” ¡Y lo es! El vino a quitarnos la ceguera. Nuestro Señor sabe que no podemos crecer sin ver, por eso trajo una gigantesca lámpara que nos alumbra, que trata de quitarnos la ceguera espiritual:

Su Palabra, expresión viva de la Voluntad de Dios.