Sagrada Familia, reflejo Trinitario

Fecha especial el Adviento, época que nos invita a abrir nuestro corazón a la alegría sin límites, a la felicidad plena de saber que Dios quiso hacerse como nosotros, para que podamos entender mejor Su amor, y llegar así a El. Hoy escuché una canción Navideña que me invitó una vez más a contemplar a la Sagrada Familia allí, en la Gruta de Belén. Así, año tras año, nuestro corazón se esfuerza por transportarse al lugar, a la lejana Belén en medio del censo, de caravanas que van y vienen. Con gran esfuerzo, sentimos que nos acercamos y logramos ver, a través de la abertura rocosa, aquella escena tantas veces anhelada por nuestra alma.

Amanecer

Y allí, en medio del frío y el calor de la Gruta, dos pequeñas personas contemplan a un Niño envuelto en las humildes ropas que Sus padres encontraron a mano. Tres almas reunidas en un punto minúsculo e ignorado dan vuelo a la mayor manifestación del Amor de Dios por el hombre. Misterio insondable que fue pensado por Dios antes del origen de los tiempos, y que al anunciarlo a Sus Ángeles produjo en ellos tremenda conmoción. Misterio eterno, que volaba sobre las aguas de la Creación mientras Dios abría el tiempo, nuestro tiempo.

Y así, después de que éste momento fuera esperado por todos los habitantes del Cielo por siglos, se abrió una pequeña luz en un rincón lejano de las montañas de Judá, en la antigua ciudad de David, Belén. Nosotros, lejano eco de aquellas épicas jornadas, apenas si podemos comprender que esas tres personitas que contemplamos en aquella fría gruta representan el acto más maravilloso de esta historia de Amor que es la historia del hombre, la historia de Dios y Su Criatura.

¡Allí está el Niño, contemplemos al Niño! Siglos de espera, de sueños de Realeza encarnada en Naturaleza Humana, estaban allí envueltos en gruesos paños de lino. Tres personas, tres simples personas estaban unidas en una representación que hacía que la tierra toda se vuelva cielo, por una fracción de eternidad. Jesús Niño, nacido hace instantes, sonríe a esos dos rostros que no salen del asombro, de la felicidad más suprema. Es que nada puede compararse a esa explosión de amor que conmueve los astros, las plantas, las piedras, las aguas de los mares, los corazones de quienes creen.

En un paralelo que transporta el gozo del Cielo a la tierra, esas tres almas representan en sus naturalezas humanas, a Dios mismo. José, humilde hombre de trabajo, representa con sublime dignidad al Padre que con Su Pensamiento ha concebido está maravillosa historia de Amor. María, pura e Inmaculada, esposa del Espíritu Santo, llena de El, Vaso de Amor Perfecto. A través de Ella el Espíritu de Dios nos muestra el Amor en su estado más Puro. Y Jesús, en Su Naturaleza Humana pequeña y naciente, nos trae al Verbo de Dios, la Palabra Eterna que nunca perecerá, que seguirá resonando con Su eco en los corazones de los hombres más allá del fin de los tiempos.

Natividad en Belén

Tres personitas, tres almas que unidas en una oración sobrenatural elevan los ojos al Cielo y se unen al Padre, con el Hijo, en el Espíritu Santo. Dios mismo está allí, unido Trinitariamente a esa Famila, Sagrada Familia. Son tres, y no es por coincidencia, sino que es un eslabón más de la larga cadena que compone el Plan de Dios, que se va desenrollando segundo a segundo, milenio a milenio.

Dios quiso ese día no sólo mostrarse hecho Hombre en Jesús, sino también estar representado como Padre, a través de la figura de San José. Y quiso también, pleno de ternura y para encandilarnos de amor, que veamos al Espíritu Santo invadiendo a la Madre de aquel Niño, hermosa embajadora del Amor de Dios que recorrerá sin detenerse Navidad tras Navidad hasta asegurarse de haber hecho lo imposible por enamorar hasta al último de sus hijos.

En esta Navidad que se acerca, contemplemos a la Familia de Jesús en la Gruta de las montañas de Judá. Veamos en estos tres enamorados hijos de Dios una manifestación de Dios mismo, un reflejo Trinitario que nos encandila y atrae. Los tres se miran, sonríen, se hablan de corazón a corazón. Unidos por lazos invisibles que reemplazan palabras por sentimientos, pequeños gestos son su lengua.Dios quiso estar allí, bajó en Su mayor Plenitud, y no dejó detalle librado al azar. Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo se posaron sobre esa Familia y la transformaron en nosotros, en nuestro legado. Así hoy, como dos mil años atrás, que nuestras familias sean un reflejo Trinitario, un trocito de Dios en la tierra.