No tenemos dónde huir

¿Cuántas veces desearíamos huir, escondernos, vivir en otra época, borrar todo el pasado y el presente amenazador? El mundo parece enloquecer, la pérdida de valores morales y aún del más mínimo sentido común nos envuelve. La sobreabundancia de comunicación nos bombardea con lo peor que el ser humano es capaz de producir, y es como que vamos acumulando dolor tras dolor, herida tras herida que no llegan a cicatrizar y ya viene el nuevo sangrado.

Es tal el derrumbe, que uno mira hacia el pasado y advierte el deterioro que avanza generación tras generación. Se lo ve en los jóvenes de ayer que somos adultos de hoy, pero se lo ve también avanzar en los jóvenes de hoy, de tal modo que uno puede avizorar como serán ellos al ser adultos mañana. Casi todo va para peor, y cuesta encontrar un rayo de luz en medio de tantas tinieblas.

Aun como católicos nos sentimos rodeados de confusión, porque mientras vemos con claridad lo que significa nuestro ser cristiano, encontramos enormes dificultades en ser comprendidos, acompañados, ayudados, o amados, por muchos que deberían estar unidos al árbol de la Iglesia. Cachetazo tras cachetazo nos deja el alma en estado de knock out, como ocurre a los boxeadores después de unos cuantos rounds de castigo.

Perdonen que escriba de forma tan negativa hoy, pero no tengo otro modo de calificar las miserias que avanzan a toda carrera en la construcción de la sociedad del nuevo milenio. Y si bien es cierto que a veces nos dan ganas de irnos a vivir a la montaña, rodeados nada más que de la naturaleza y Dios, sabemos bien que eso es raramente realizable. Vivimos en este mundo, y es aquí donde debemos realizarnos como personas que el Señor creó con un propósito.

Buscar a Dios

O sea que este es nuestro tiempo, nos guste o no nos guste. Y sin embargo, lo esencial no cambia, es eterno, porque la verdad es que ese refugio perfecto que es el Amor de Dios, no se altera por más que los hombres hagamos del mundo un verdadero infierno. El Corazón Misericordioso del Señor no sólo no se aleja de nosotros ante estas penosas circunstancias, sino que aumenta Su oferta de refugio y amor a todos aquellos que aun mínimamente lo busquen.

Quiero decir que Dios nos mira y sufre con nosotros, porque sabe bien que muchos no tienen la fortaleza necesaria para sostenerse sujetos con firmeza a las ramas del árbol, y se dejan arrastrar como hojas sueltas que la tempestad arrojará y desechará en campos y rutas lejanas y desiertas. El sabe bien que la responsabilidad es de aquellos que tenemos alguna influencia, liderazgo o autoridad sobre los demás, sea paterna, política, laboral, periodística, educacional o (y fundamentalmente) religiosa.

En fin, El Señor sabe bien que los líderes de esta sociedad moderna estamos fallando a nuestra misión de vida, y es por eso que el viento de la inmoralidad y la pérdida de valores arrecian. Los jóvenes, en particular, se dejan arrastrar por ese viento con alegría, y eso preanuncia muchos males para este mundo, por venir. Estamos corrompiendo a nuestros jóvenes, y fundamentalmente ello se hace por dinero, por negocio, por irresponsabilidad paterna, o por la multiplicación de educadores moralmente corruptos.

Necesitamos un Nuevo Pentecostés, un temporal del Espíritu Santo que impulse una “moda” (perdón por el término) de la santidad en los jóvenes, para que eso transpire en los adultos y la sociedad toda. Los mismos líderes que fallamos hoy somos quienes debemos de impulsar ese Pentecostés, lo cual no va a ocurrir si primero no nos inunda un vendaval de oración. La oración será la llave que abrirá los cambios en los tiempos por venir, una puerta por la que entrará el Espíritu Santo a renovar este mundo.

Mientras tanto, no tenemos donde huir, porque aquí pertenecemos. Somos Iglesia Católica aunque le prendan fuego, aunque nos prendan fuego, aunque quedemos tres gatos locos defendiendo la Palabra de Jesús, protegidos bajo el Manto de Su Madre. Somos miembros del Cuerpo Místico del Señor, no podemos salirnos de El aunque la confusión, la maldad y el error arrecien a nuestro alrededor. Sujetos con firmeza al tronco del que somos parte, resistiremos a todo, porque no tenemos donde huir, aquí pertenecemos por toda la eternidad.