La Virgen María, protagonista de un de los cuentos de Hermanos Grimm

Blancanieves, La Cenicienta, Pulgarcito, Caperucita Roja, Hansel y Gretel... La cultura está en deuda con los hermanos GrimmJacob (1785-1863) y Wilhelm(1786-1859), por su paciente recopilación de cuentos y leyendas populares centroeuropeas. Los tres volúmenes de sus Cuentos infantiles y del hogar, publicados entre 1812 y 1820, rescataron historias que se habían conservado en buena medida de forma oral o dormían un prolongado sueño en archivos y bibliotecas. Supieron reescribirlos y transmitirlos con gran pureza, que en buena medida perdieron en sucesivas adaptaciones, y sobre todo tras su fagotización por la industria cinematográfica de Walt Disney. Baste recordar como ejemplo que, en la historia original de La Cenicienta, sus hermanastras llegan a cortarse los dedos de los pies para que entrasen en el zapato de cristal, y al final reciben el cruel castigo de quedarse ciegas porque unas palomas les comen los ojos…

Uno de los cuentos menos conocidos de las colecciones de Grimm (a pesar de que figura en tercer lugar en el índice de los Cuentos infantiles y del hogar) tiene a la Virgen María como protagonista. Jacob y Wilhelm eran protestantes, los dos  hijos mayores de un abogado y pastor calvinista padre de seis. Y vivieron rodeados de todos los grandes nombres del romanticismo alemán (SavignyHerderFichte, entre otros) en búsqueda de un espíritu popular (Volkgeist) y de un imaginario colectivo para Prusia. No en vano el emperador Federico Guillermo IV les llamó a Berlín en 1840 para formar parte de la Real Academia de las Ciencias y dar comienzo a un enciclopédico Diccionario alemán, del que hicieron el primer volumen y que no se completaría hasta más de un siglo después.

Pero lo cierto es que la Virgen María había formado parte de la cultura popular alemana y entre las historias que se transmitían figuraba la que ellos bautizaron como Marienkind [La hija de la Virgen María], un cuento donde Nuestra Señora muestra compasión al principio y misericordia al final, pero entre medias también hace gala de un sentido de la justicia que nos recuerda que ella rechaza el pecado con aversión no menor a la de su Hijo, aunque esté pronta a socorrer al pecador en cuanto se arrepiente. El relato tiene similitudes con otros pertenecientes a la tradición oral italiana o noruega.

“La hija de la Virgen María”, en una edición de 1920.

La hija de la Virgen María cuenta la historia de un leñador que vive en el bosque con su mujer y su hija, a quien no puede alimentar porque es pobre. Un día se le aparece “una señora muy alta y hermosa que llevaba en la cabeza una corona de brillantes estrellas“, y que le ofrece llevarse a la pequeña a su palacio y cuidarla allí como a una hija suya. El hombre accede al sacrificio en bien de su hija, y la niña vive feliz durante años, hasta que al cumplir catorce, la Señora sale de viaje y deja a su cargo trece llaves. Doce puede usarlas para abrir sendas estancias, pero la decimotercera le prohíbe utilizarla.

Cuando se queda sola, la niña abre las doce puertas, que los intérpretes asimilan a los Doce Apóstoles. Y finalmente cede a la tentación y abre la puerta prohibida, donde aparece, “en medio de rayos del más vivo resplandor, la estatua de un rey magníficamente ataviada”, que simbolizaría la Santísima Trinidad. La luz de esa puerta toca ligeramente la punta del dedo de la niña, que se convierte en oro.

Cuando la Señora regresa, le pregunta si ha abierto la decimotercera puerta. La pequeña lo niega tres veces, incluso cuando ella le mira el dedo. “No me has obedecido y has mentido, no mereces estar conmigo en mi palacio“, le dice, antes de expulsarla. A partir de ese momento, a “la hija de la Virgen María” empiezan a sucederle con el paso de los años todo tipo de desgracias, incluida la pérdida del habla. Consigue enamorar a un rey y casarse con él, pero persiste en su pecado. Cada cierto tiempo la Señora le ofrece la posibilidad de decir la verdad, pero ella siempre miente, yendo sus males in crescendo, incluida la pérdida de sus hijos.

Hasta que un día, cuando está a punto de morir, condenada a muerte por su propio esposo, la Señora le da una última oportunidad, y esta vez ella la aprovecha: “Si, Señora, soy culpable”, a lo que la Virgen responde corriendo a liberarla porque “todo el que se arrepiente y confiesa su pecado es perdonado“. María “le entregó a sus hijos, le desató la lengua la hizo feliz por el resto de su vida”.

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Fuente: Cari Filii