La Virgen de las lágrimas

En un barrio periférico de la ciudad de Siracusa, en la calle Degli Orti, en el hogar de unos jóvenes esposos, humildes campesinos, una imagen de yeso de Nuestra Señora, derramó lágrimas humanas durante cuatro días.

Siracusa está situada en la costa sudeste de la isla de Sicilia, en el Mediterráneo central. Fue la ciudad griega más importante de Sicilia, donde nació y murió Arquímedes, ingeniero y matemático griego. Pronto adquirió prosperidad y fundó colonias.

En su período de máximo esplendor, Siracusa fue dominada por una serie de tiranos, interrumpida por períodos mínimos de gobierno democrático y oligárquico, hasta que en el año 212 A.C. fue conquistada por los romanos durante la Segunda Guerra Púnica, más tarde por los bizantinos en la Alta Edad Media, por los árabes y el Sacro Imperio Romano Germánico, posteriormente.
Sujeta a dominio genovés entre 1205 y 1220, fue posesión angevina primero y de la corona de Aragón después hasta que, en plena Edad Moderna, pasó a engrosar los dominios de España.

Los videntes

En 1953, Angelo Lannuso y Antonia Giusto, dos jóvenes esposos que habitaban en uno de los barrios periféricos de Siracusa, en la calle Degli Orti, se dedicaban a sus labores diarias. A pocos meses de su luna de miel, la relación entre ellos comenzó a sufrir altibajos. Antonia empezó a padecer ataques de pánico, con asiduidad, circunstancia que más tarde pondría en riesgo la vida del niño que esperaban. El 29 de agosto de 1953, muy temprano en la mañana, Angelo se levantó y se dirigió al campo a trabajar. Cerca de las 8.30 Antonia entró en una nueva crisis de nervios hasta que, repentinamente, una luz inexplicable atrajo su atención. Por las mejillas de una imagen del Inmaculado Corazón de María, que colgaba sobre la cabecera de la cama, corrían lágrimas que brotaban de sus ojos una tras otra.

En un principio, la joven creyó que era víctima de una alucinación pero al cabo de un instante, comprobó que el fenómeno era real y que crecía en intensidad. Fue entonces que, asomándose a la calle, llamó a vecinos y familiares para que presenciasen el milagro. Cuando los vecinos estuvieron frente a la imagen y vieron lo que sucedía, se pusieron de rodillas y, llorando de emoción, comenzaron a rezar.

La noticia conmocionó a la ciudad y se difundió por toda Italia, razón por la cual el Arzobispo de Siracusa, Mons. Ettore Baranzini, decidió someter el fenómeno al análisis de expertos. Los mismos arrojaron resultados positivos: eran lágrimas humanas.

Los milagros

Conocido el milagro, la gente, en gran número, comenzó a acudir a Siracusa para rezarle a la Virgen y pedirle su intercesión.

Uno de ellos fue Vincenzo Arico, un hombre humilde que había perdido la vista. Con la ayuda de su esposa llegó a la ciudad y una vez en la calle Degli Orti, se puso de rodillas y comenzó a orar. Casi enseguida recuperó la visión, hecho del que fueron testigos numerosos peregrinos.

Por su parte, Giuseppe Caruso necesitaba muletas para caminar dado que padecía una enfermedad que le afectaba las piernas. Después de escuchar sobre aquella imagen que derramaba lágrimas, decidió acudir a ella para rezar. En Siracusa presenció la cura de Arico y cuando regresaba a Catania, su ciudad, sintió fuertes dolores en el pecho. Una vez en su casa, se hallaba orando frente a una réplica de la imagen cuando, sin darse cuenta, se puso de pie, caminó hasta una lámpara que allí había y la encendió…¡sin utilizar las muletas!

Estas y otras historias similares, fueron recogidas por Don Tomaselli, religioso salesiano que investigó el milagro.

En vista de tales acontecimientos, el Arzobispo de Siracusa presentó un documento al Tribunal de la Conferencia Episcopal de Sicilia reunida en Baghería, provincia de Palermo, donde el milagro fue confirmado. Luego peregrinó al lugar y a continuación, mandó edificar un santuario.

El 17 de octubre del siguiente año, S.S. el Papa Pío XII se refirió al prodigio a través de un mensaje radiofónico, recalcando que las lágrimas vertidas por la Santa Madre en Siracusa eran muestras de compasión por su Hijo Jesús y de profunda tristeza, por los pecados del mundo.

Reconocimiento Eclesiástico

Grado de aprobación eclesiástica: intermedio.
La Conferencia episcopal de Sicilia declaró el día 12 de diciembre de 1953, la autenticidad del fenómeno sobrenatural de las lágrimas humanas que derramaba la imágen de yeso del Inmaculado Corazón de María.

En 1994 S.S. El Papa Juan Pablo II consagró el Santuario de la Virgen de las lágrimas de Siracusa.

En el año 2003 un enviado especial de San Juan Pablo II, concluyó las celebraciones del Año Mariano de Siracusa, 50 años después del milagro.

Oraciones varias

Conmovido con el prodigio del derramamiento de tus lágrimas, ¡Oh misericordiosísima Virgen de Siracusa!
vengo hoy a postrarme a tus pies, y animado con una sencilla confianza por tantas gracias como has ido concediendo, vengo a ti, Oh Madre de clemencia y de piedad, para abrirte mi corazón, para arrojar en tu dulce corazón de Madre todas mis penas, para unir mis lágrimas a las tuyas: las lágrimas del dolor por mis pecados y las lágrimas de los dolores que me afligen.
Míralas, Oh Madre querida, con rostro benigno y con ojos de misericordia, y por el amor que tienes a Jesús dígnate consolarme y escucharme.
Por tus santas e inocentes lágrimas dígnate impetrarme de tu divino Hijo el perdón de mis pecados, una fe viva y ardiente, y la gracia que ahora, te pido…
Oh Madre mía, y esperanza mía, en tu Corazón Inmaculado y dolorido pongo toda mi confianza.
Corazón Inmaculado y dolorido de María, ten compasión de mi.
Rezar la Salve.

Súplica a la Virgen de las lágrimas

Virgen de las Lágrimas, socórrenos: con la luz que irradia de tu Bondad, con el consuelo que brota de tu Corazón, con la paz, tú que eres reina de la paz.

Con toda confianza, te presentamos nuestra súplica: aquí están nuestras penas para que nos consueles, nuestros cuerpos para que los sanes, nuestros corazones, para que los llenes de contrición y caridad, nuestras almas, para que obtengas su salvación.
Recuerda, o Corazón doloroso e inmaculado que ante tus Santas Lágrimas, Jesús no te negó nunca nada. Dígnate pues, Madre Santa, a unir nuestras lágrimas a las Tuyas, para que tu divino Hijo nos conceda la gracia… (hágase aquí la petición) que con tanto ardor te imploramos.
¡Madre amantísima, de las Lágrimas y de la Misericordia, ten piedad de nosotros!

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Fuente: Cari Filii