«Desde que era pequeña invocaba en la oración a mi “Ángel de la guarda”,y siempre he confiado en que me acompaña y lo trato como a un amigo», dice Elisabeth.
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El santo le dijo un día que uno de los grandes dolores que sentía era cuando tenía que cambiarse la camiseta. Era el dolor que sentía en la herida del costado. (ver artículo)