Misterios del Rosario – Misterios Luminosos

Los Misterios del Rosario: son momentos estelares —“flashes”— del paso del Señor por este mundo. El beato papa Pablo VI los definió como «un compendio de la vida de Cristo».

Misterios Luminosos

Primer Misterio

El Bautismo del Señor en el río Jordán” marca el inicio del ministerio público de Jesucristo. Destacamos 3 consideraciones:

Poder del Rosario (ft img)1ª) «Llegó Jesús desde Galilea al Jordán para ser bautizado por Juan» (Mt 3,13). Jesús es Dios y desea “ser bautizado”. ¡Sorpresa! ¿No será que nosotros necesitamos “ser bautizados”, es decir, ser perdonados y auxiliados por Dios una y otra vez? Quizás estamos demasiado acostumbrados a “ir por libre”, como si de nadie ni de nada necesitáramos. El cristiano no permanece solo, aislado: cada cristiano es “acompañado por” otros y, a la vez, “acompaña a” otros. ¡Cristo nunca marchó solo! No en vano Él fundó su familia, su comunidad (la Iglesia).

2ª) «Bautizado Jesús, salió del agua: en esto los cielos se abrieron» (Mt 3,16). Tanto se abrieron que «se oyó una voz del cielo (…)» (Lc 3,22): el Padre habla. Dios siempre ha deseado establecer un diálogo con los hombres. Pero en aquel momento —al “abrirse los cielos”— se inauguró un “hilo directo” con Dios: el cielo se nos acerca más y más, pues ya somos hijos de Dios.

«Al ver el cielo (…) y las estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que pienses en él?» (Sal 8,4-5). ¡Buena pregunta! Se calcula que en el universo hay entre 1 y 2 billones de galaxias, albergando cada una de ellas entre 200 y 400 mil millones de estrellas… En fin, ¡que no somos nada! Y, sin embargo, un solo pensamiento humano vale más que todo el cosmos material… No digamos ya si se trata de un pensamiento dirigido al Padre del cielo. La oración del hijo de Dios es lo más precioso; ¡nada vale tanto como saberse hijo de Dios!

3ª) «Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29): palabras con las que Juan Bautista presentó a Jesucristo. ¿Cuántos corderos ya había sacrificado Israel para expiar los pecados? ¡Incontables! (entre David y Salomón ya se contaban por miles). Pero ni uno solo sirvió para quitar el pecado del mundo. Otros pueblos incluso habían inmolado seres humanos para aplacar la ira de Dios. ¡Quizá también incontables! Pero ninguna de estas inmolaciones sirvió para salvar a la humanidad, menos aún para satisfacer a Dios. ¿Entonces? El hombre no puede quitar el pecado del mundo: los que han intentado “atajos de auto-redención” han acabado siendo unos asesinos genocidas. Dicho de un modo más elegante: «Un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza» (Benedicto XVI). Más aún: «No es la ciencia la que redime al hombre; el hombre es redimido por el amor», ¡por el Amor en mayúscula!

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Segundo Misterio

El segundo Misterio de la Luz, la “Auto-revelación de Cristo en las bodas de Caná”, es especialmente luminoso. Sorprende que apenas aparezca en el ciclo litúrgico anual: ¡sólo un domingo de cada tres años! Sin embargo, es un momento crucial de la vida del Señor. Veamos por qué…

rosario virgen que desata nudos1º) «En Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos» (Jn 2,11). ¡No es poca cosa!: los seguidores del Señor vieron un milagro (¡el primero que conocemos!) y aceptaron la divinidad de Jesucristo. Éste es un momento fundacional de la Iglesia (entre otros): Jesús muestra que es Dios porque nadie más tiene un poder tal sobre la materia. Si Jesús no fuese Dios, la salvación aún estaría por hacer. Por tanto, era fundamental que las columnas de la Iglesia estuvieran convencidas de que Jesucristo era Dios (en todo caso, la prueba decisiva llegaría con la Resurrección)

2º) «Se celebraba una boda en Caná de Galilea y (…) Jesús fue invitado también con sus discípulos» (Jn 2,1-2). Esta afirmación causa una fuerte impresión a la vuelta de veinte siglos: la etapa central de la redención comienza en un ambiente festivo nupcial, con la celebración de un matrimonio. Sorprende que hayamos tardado tantos años (¡siglos!) en descubrir el matrimonio —la familia— como ámbito de santidad. Hasta ahora nunca habíamos promocionado seriamente la identificación con Cristo dentro de la vida conyugal y familiar. San Pablo insistió en que los cristianos tienen la misión de reconciliar el mundo con Dios… y resulta que casi todo el mundo vive casado y en una familia… A partir de ahí la Iglesia ha podido plantear la llamada universal a la santidad.

3º) «Estaba allí la madre de Jesús» (Jn 2,1). Quien estuvo invitada, principalmente, era María. Su presencia allí tiene un valor incalculable… Seguramente no hacía mucho tiempo que era viuda (unos pocos años) y su único Hijo recién había marchado de casa. Pero ella no se quedó pasiva en Nazaret, llorando su viudedad. Todo lo contrario: arrastró a su Hijo a la fiesta de una boda (si iba ella, no tenía sentido que no asistiera el Hijo). Algo parecido sucedió en el Calvario: allí fue Él quien la arrastró a ella (con gran beneficio para nosotros). ¡La “mujer” de Caná es la “mujer” del Calvario! Allí “nacimos” nosotros como hijos de aquella “mujer” y, por tanto, como “hijos de Dios”.

4º) «No tienen vino» (Jn 2,3). ¡Seguimos con Santa María! En sus palabras descubrimos dos hechos preciosos. Primero, su solicitud: si ella se percató de que escaseaba el vino fue porque ella estuvo sirviendo más que bebiendo. María lo vio, María lo sufrió y María lo resolvió (contándolo a su Hijo; ¿a quién, sino?). Segundo, su petición es un ejemplo de oración sencilla y eficaz: ¡nunca tan pocas palabras han dado tan buen resultado! El secreto de la oración de Santa María: no pide para sí, no dicta soluciones a Dios y confía totalmente en Él. No sabía qué haría Jesús y, encima, la respuesta de su Hijo debió resultarle enigmática en aquel momento; pero ella ni se inmutó y reaccionó del modo más seguro: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).

5º) «Mujer (…), todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). La “hora” llegaría verdaderamente en el Calvario. Pero Santa María —con su ascendiente de madre santa— es capaz de adelantar la hora. Ella había dicho “sí” al Padre-Dios; el Hijo eterno había dicho “sí” al Padre-Eterno: así se produjo la Encarnación. Y cuando se unen esos dos “síes” (el mío y el de Dios) entonces nada es imposible; todo tiene solución o salida (que seguramente nosotros no somos capaces de ver, como tampoco la veía la Virgen, pero ¡Dios es más imaginativo!).

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Tercer Misterio

Conversión de San Pabblo (ft img)El 3º es “El anuncio del Reino invitando a la conversión”. Es el Misterio que cubre un mayor período de tiempo de la vida del Señor: ¡unos tres años! (lo exponemos en 2 partes). Ésta es una etapa de la Historia de la Salvación muy rica en contenido, y crucial por lo que se refiere a la Revelación. El foco de atención incide directamente en Cristo; la presencia de la Virgen María es más bien “latente” (volverá a aparecer explícitamente en el Calvario).

1º) «En diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres (…). En estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo» (Heb 1,1-2). La Revelación llega a su “máximum” de intensidad: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer…» (Gal 4,4). ¡Es una “plenitud” que sobrepasa toda expectativa humana! Con razón, en la Transfiguración, después de acreditar a su Hijo («Éste es mi Hijo, el Amado»), el Padre nos mandó: «Escuchadle» (Mt 17,5). ¡Ojalá que nuestra oración sea un verdadero “escuchar”!

2º) «Jesús comenzó a hacer y enseñar» (Hch 1,1). La enseñanza de Jesús muy pronto suscitó admiración entre la gente sencilla; las gentes notaban en Él un algo especial: «Se admiraban de su enseñanza; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mc 1,22). De hecho, en alguna ocasión Jesucristo no tuvo más remedio que desautorizar a los escribas «porque dicen y no hacen» (Mt 23,3). Un día (¡era sábado!), Jesús curó a una mujer encorvada y, ante la estupefacción de los presentes, al jefe de la sinagoga no se le ocurrió otra cosa que reñir a la pobre gente: «Hay seis días para trabajar; venid, pues, en ellos a ser curados, y no un día de sábado» (Lc 13,14)… En fin, sin obras de amor es inútil cualquier predicación.

3º) «Un profeta poderoso en obras y palabras» (Lc 24,19): así le recordaba Cleofás mientras andaba nostálgico camino de Emaús en la mañana de la resurrección. Algunas semanas más tarde, Simón Pedro lo presentaba así a la gente de Jerusalén: «Hombre acreditado por Dios (…) con milagros, prodigios y señales» (Hch 2,22). En su “hacer” Cristo mostró un dominio sobre la materia, el tiempo y los espíritus que sólo Dios posee. Sobran ejemplos: desde la conversión del agua en vino, las multiplicaciones de panes y peces, hasta su andar por encima de las aguas; curaciones a distancia; expulsó espíritus malignos y devolvió la vida a difuntos (incluso estando en descomposición, como fue el caso de Lázaro); no sólo leía los pensamientos de los demás sino que conocía sus vidas (Natanael, la mujer samaritana)… Solamente Jesús puede decirnos: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). ¡Ésta es nuestra esperanza y nuestro consuelo! El Reino de Dios ya está entre nosotros…

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Cuarto Misterio

El misterio de La Transfiguración es celebrado solemnemente cada año por la Iglesia en un día concreto: el 6 de agosto. Es el más luminoso de todos los misterios luminosos: «Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor» (San Juan Pablo II).

A la vez, este mismo misterio es rememorado en el 2º Domingo de Cuaresma (en sus tres ciclos A, B y C). ¿En Cuaresma? ¡A primera vista esto es paradójico! Sin embargo, la Transfiguración —como tantos otros misterios de la vida de Cristo— era una preparación para el ya cercano Triduo Pascual(Pasión, Muerte y Resurrección). En palabras de san Juan Pablo II, «el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo ‘escuchen’ (cf. Lc 9,35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección».

La Transfiguración es como un doble misterio: nos prepara para el momento la Cruz y nos desvela la eternidad del Cielo

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1º) «Unos ocho días después de estas palabras (…)» (Lc 9,28). Los tres Evangelios sinópticos introducen el relato de la Transfiguración con este dato. ¿Días después? ¿Qué había pasado? ¿Qué había dicho Jesús? ¿Tan importante era eso? Mateo, Marcos y Lucas concuerdan al 100%: habían sucedido 2 cosas.

En primer lugar, Simón Pedro había confesado a Jesús como el CristoHijo de Dios (cf. Mt 16,16 y par.). Ahora, en el Tabor, en pleno “resplandecer glorioso” es el Padre quien “confiesa” —mejor dicho: acredita— al Hijo: «Este es mi Hijo, el Elegido» (Lc 9,35). ¡Mayor solemnidad, imposible! Jesucristo está desvelando plenamente su Ser Divino, su Belleza Divina: Él es el Hijo Eterno que existía ya desde el principio (cf. Jn 1,1). Él y sólo Él, con al Padre y el Espíritu Santo (ampliación: La Transfiguración no es un cambio de Jesús, sino la revelación de su divinidad). Pocos días después, Jesús en persona hará esa misma “declaración” ante el sumo sacerdote y el Sanedrín (cf. Mt 26,63 ss.). ¡Eso le valió la unánime condena a muerte!

En segundo lugar, (unos 6 u 8 días antes) Jesús había predicho su Pasión (y su Resurrección). Marcos afirma que Jesús «hablaba de eso claramente» (Mc 8,32). En otras ocasiones el Señor lo había anunciado. La diferencia es que ahora, justo cuando tiene lugar su Transfiguración, la Pasión ya es inminente (sucederá al cabo de pocos días) (ampliación: La Transfiguración es un espléndido icono de nuestra redención). Jesús-Dios, que ahora refulge, quedará totalmente ocultado; Jesús-Hombre, cuya figura humana ahora resplandece bellamente, quedará totalmente triturado (desfigurado). Todo eso, por nuestra salvación (ampliación: “Jesús solo” es lo que debe bastar en el camino).

2º) «Se llevó con Él a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a un monte para orar» (Lc 9,28). A lo largo de la vida de Jesucristo nos encontramos con diversos montes de oración. Al cabo de pocos días, justo antes de entregarse, lo encontraremos en el Monte de los Olivos. Y, algunas horas más tarde, en el Monte Calvario (donde siguió orando, desde lo alto de la Cruz) (ampliación: «Jesús subió al monte a orar»).

Jesús lleva consigo a sus discípulos —empezando por los Apóstoles— a estos “montes de oración”. Una vez más, Él cuenta con nosotros. Pero, ¡oh, sorpresa!, «Pedro y los que estaban con él se encontraban rendidos por el sueño» (Lc 9,32). En Getsemaní sucedió lo mismo (cf. Mc 14,37-38). ¡Siempre durmiendo! ¡Y todavía seguimos durmiendo!

Sin embargo, «al despertar, vieron su gloria» (Lc 9,32). ¡Con frecuencia nos quejamos de que no vemos a Dios! —¿Dónde está Dios?, nos preguntamos. Pero, ¿cómo podríamos verle sin rezar, oírlo sin hablarle, amarlo sin confesarle ni acreditarle?

3º) «Vieron su gloria y a los dos hombres que estaban a su lado» (Lc 9,32). ¿Quiénes son esos “otros” dos? ¡Elías y Moisés!, es decir, los líderes del Profetismo y de la Ley en el Antiguo Testamento. La escena es de una máxima solemnidad: ahí confluyen el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y el Cielo (la Santísima Trinidad) (ampliación: En el “monte” de la Transfiguración).

Sin embargo lo más importante —ya que se reúnen todos ahí, en lo más alto— es saber qué hacen… O, mejor, ¿de qué hablan? ¡De la Cruz! «Hablaban de la salida de Jesús que iba a cumplirse en Jerusalén» (Lc 9,31). Todo, todo en el proyecto de la creación, todo en la vida de Jesús se dirige hacia el momento supremo de la Cruz (¡eso es un misterio!, pero es así). Se ha llegado a afirmar —y con razón— que los Evangelios son historias de la Pasión con una introducción amplia. Los cuatro Evangelios —unos más largos, otros no tanto— aterrizan y se detienen en el Misterio Pascual (Viernes de Muerte, Sábado de Sepultura y Domingo de Resurrección).

San Pablo, por su parte, no quiere conocer nada más que Cristo crucificado (cf. 1Cor 1,23); no quiere gloriarse en nada más que no sea la Cruz (cf. Gal 6,14): todo lo demás lo considera “pérdida” y “basura” con tal de poder ganar a Cristo (cf. Flp 3,8). ¿A quién le sorprenderá, por tanto, que la Liturgia católica reserve un Domingo de Cuaresma al misterio de la Transfiguración del Señor? (ampliación: La Transfiguración y el misterio de la Cruz).

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Fuente: Evangeli.net
Autor: Antoni Carol i Hostench, pbro.