La conversión de una científica

La Vida es un regalo. La vida nuestra y la vida de nuestros seres queridos. Qué pena que no lo sintamos cada día con la intensidad que lo sentimos cuando nace un hijo o cuando alguien se cura de una enfermedad que no tiene cura de forma milagrosa. La vida es un regalo y un milagro. Hace unos días estuve en contacto con alguien que tiene una persona cercana, con COVID-19, con la cual se ha visto frecuentemente. Inevitablemente temí contagiarme, yo y mis seres queridos. Temí que alguno de nosotros fuera a enfermar y morir. Y reflexioné de qué me arrepentiría si muero. Sin dudas, de muchas cosas que podría haber hecho mejor, de muchas cosas que podría haber agradecido más, de muchas cosas que podría haber amado más. Pero lo que me surgía una y otra vez, era no haber terminado de escribir mi testimonio de Fe. Lo empecé al inicio de la cuarentena y aún no lo he terminado. Espero que este temor de perder el maravilloso regalo de la Vida me empuje a terminarlo para Gloria de Dios.

Querida Misión de María, Nuestra Señora del Cielo

Hace tiempo que siento en mi corazón el deseo profundo de testimoniar todo lo que significó y significa para mi María, Nuestra Señora del Cielo. A pesar de este enorme y profundo deseo, muchas veces quise sentarme a escribir esta historia, pero por un motivo u otro nunca tenía tiempo o nunca me animaba. Es increíble como encontramos siempre excusas para no ocuparnos de lo realmente importante.

Si tuviera que resumir lo que ocurrió en mi vida desde que la conocí a María, Nuestra Señora del Cielo, creo que las palabras más simples y claras para expresarlo serían ¡ELLA ME CAMBIÓ LA VIDA!

No sé cómo contar la historia, ni siquiera sé cómo empezar, pero confío en que el Espíritu Santo ilumine cada palabra que escriba para transmitir con fidelidad la historia de mi conversión, la historia de mi alma, que aún es una historia que se escribe día a día, pero hace relativamente poco tiempo dio un vuelco increíble y me permitió nacer de nuevo. Creo que agradecer es lo primero que debo hacer. Agradecerle a María por el amor maternal que me da, agradecerle que me haya buscado y me haya sacado de esa vida sin Dios. GRACIAS Reina del Cielo, Gracias por Cambiarme la Vida.

Todo empezó con el amor. Me enamoré de un chico bueno y católico. Aunque él se enamoró más de mí, en un comienzo. Y me invitó a salir. Él ya sabía lo que quería. Quería casarse conmigo. Yo dudaba, pero poco a poco me fui enamorando. Me gustaba pasar el tiempo con él, hablábamos de cosas profundas, pero a veces la razón me nublaba. Esa cruz que tenía colgada del cuello me ponía nerviosa. Para mí en ese momento que Seba fuera católico era algo negativo, me aterraba. Me imaginaba cosas raras, ritos extraños, hipocresía, machismo. Lo único que había escuchado toda mi vida respecto de la iglesia era negativo, ¿por qué debería dudar? Me crie en una familia atea, o más bien, una familia progresista que rechazaba totalmente a la Iglesia católica y todos sus exponentes. La Iglesia, la religión, Jesús y María para mi eran desconocidos. Y lo desconocido da miedo.

Sin embargo, Dios se las ingenia para llegar a los corazones de sus hijos. Busca las maneras y no se da por vencido. Ya había tenido un novio católico. Una relación muy inocente que terminó al tiempito. Nuevamente me había enamorado de un chico católico. Una y otra vez me preguntaba, ¿Cómo puede ser?, habiendo tantos ateos!!!! Pero su corazón y su mente me atraían, conocí a su familia y la luz de Cristo que brillaba en ellos me deslumbró. Pero aún no lo entendía, ni lo veía con esta claridad. Había muchas contradicciones en mi corazón. Eso que yo racionalmente rechazaba, me atraía. No quería ir a lo de Seba porque bendecían la mesa ¡Qué nervios me daban cada vez que era la hora de comer! No sabía ni qué
tenía que hacer. Para cada rincón de la casa que miraba, había un santo, un cuadro de la Virgen, una cruz. Me atraía y lo rechazaba. Sentía Paz en su casa llena de hermosas imágenes religiosas, pero también pensaba con mi mente racional, ¿No será mucho?

Si bien mis padres habían sido formados en colegios cristianos y se habían bautizado y tomado la comunión, mi grado de ignorancia respecto a la religión era desmedido. No sabía nada y lo poco que sabía eran distorsiones, información equivocada de la doctrina, de las tradiciones. Pero yo creía que sabía mucho y hasta opinaba con mucha seguridad sobre temas que ni siquiera entendía. Cuando conocí a Seba tenía 26 años y no sabía el padrenuestro, ni hablar del credo, el avemaría, ni ninguna de las oraciones que ahora rezo fervorosamente. No sabía que era un Santo, no entendía que Navidad era la celebración del Nacimiento de Cristo, para mi Pascuas era un feriado largo y que era una misa superaba todo mi entendimiento. A la iglesia había entrado contadas veces para algún casamiento, pero mi actitud era burlona y superada. Y de la Virgen, ¿Qué sabía yo de ella? ¡¡¡¡Nada!!!! Solo que la gente decía que había una mujer que había tenido un hijo llamado Jesús, siendo virgen. Como mínimo para mí era raro, ¿cómo podía haber gente en el siglo XXI aun creyendo eso Mucho tiempo después entendí que todas esas imágenes eran de la misma María que se aparecía en diversos lugares para llegar al corazón de sus queridos hijos.

En la casa de Seba había algo que me recordaba a la casa de mis padres, había una biblioteca llena de libros. Siempre amé leer desde pequeña. Ir a la biblioteca y elegir algún libro siempre era una aventura para mí. Bastó tener un poco de confianza con la familia de Seba para animarme a acercarme y ver los libros que allí había. Pero esa biblioteca era otra cosa. No era igual a la de la casa de mis padres. Estaba llena de luz y verdad, la vida de santos, testimonios de conversión, libros sobre caridad, sobre el catolicismo. Yo mientras seguía inmersa en mi mar de dudas y buscando respuestas me acerqué. Empecé leyendo libros. Eso sabía hacerlo. No tenía miedo de leer. Nada de lo que leyera podía cambiar mi pensamiento (al menos eso me decía mi mente). Eran simples libros. Y empecé por uno, seguí por otro, y otro más. Primero los más simples, relacionados a la vida matrimonial según el catolicismo. No quería llevarme sorpresas. Ya habíamos decidido casarnos. Sería en una ceremonia mixta entre una atea y un católico. Seba nunca me presionó. Su familia tampoco. Ese respeto enorme por mi individualidad y mi pensamiento me conmovía y me impresionaba. Compartían su Fe, pero no la imponían.

Teníamos un acuerdo claro con Seba. Lo único que él me pedía, lo único que no iba a negociar era el bautismo de nuestros hijos. Después tendríamos que discutir todo. Me parecía razonable. Si bien yo no entendía el sentido del bautismo y ni siquiera estaba bautizada, me parecía lógico ceder si para él era importante.

En 2011 por trabajo tuve que ir a Montreal, Canadá por tres meses. Viajé sola, justo allí vive la prima de Seba, Inés. Ella me hospedó en su casa sin siquiera conocerme. Que increíble su caridad, su paz. Ella también tenía una biblioteca. Nuevamente fui a ese lugar que tanto me gustaba. Agarré un libro pensando que era una novela interesante “La Sombra del Padre” de Jan Dobraczyński. Nunca me imaginé que era la historia de San José. ¡Como me conmovió ese libro y cuanto me ayudó a entender que Navidad era la celebración del Nacimiento de Jesús! Hoy me resulta increíble que no lo hubiera entendido antes. En la casa de mis padres, se celebraba Navidad, siempre ha estado el arbolito y por tradición también el pesebre, pero el centro era la reunión familiar, los regalos, la comida, el brindis. Con tantas cosas, me distraje y nunca lo vi ahí tan pequeño, en el pesebre, al pequeño Niño Dios. Justo, leí la historia de San José, en Montreal, donde se encuentra el Oratorio San José, construido por obra del Santo Hermano André. Con Inés empecé a ir a misa un poco por curiosidad, un poco para conocer la ciudad. Los templos eran hermosos y si bien no entendía nada, porque las misas eran en francés, me gustaba ese momento. Por primera vez, me animé a ir sola al Oratorio. Estaba siempre abierto. Era enorme. Gente de todas partes del mundo arrodilladas ante el mismo Dios. Fue la primera vez que me animé a ir sola a un templo. Sin dudas, era el lugar que más me gustaba de Montreal. Intentaba rezar. En Canadá nadie me conocía. Me sentía libre como para buscarlo a Dios. Al volver a Argentina, eso cambiaba. Aumentaba mi resistencia. ¿Qué pensarían mis amigas si ahora me volvía católica? ¿Qué pensaría mi familia si ahora me volvía católica?

Ocurrió que, en 2012, por trabajo, Seba tenía que ir a Boston por cuatro meses antes de casarnos. Luego, al volver a Argentina, nos casaríamos a los 15 días. Yo vivía sola en Capital, a unas cuadras de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Por mi trabajo, lo más normal es hacer cursos y capacitaciones. Estando sola en Argentina, pensé “no da que no sepa nada de catolicismo y me case con Seba, tengo que hacer un curso”. Nuevamente, volví al mundo que conocía. Hacer cursos era inofensivo. ¿Qué podía pasar? Fui a la iglesia. ¡Que nervios! Me preguntaba si las iglesias estaban abiertas todo el día, o cerraban. Para mí era imposible identificar si había misa o no adentro. Fui. Entré. Me crucé con una señora muy amable que Dios puso en ese momento y en ese lugar y le pregunté si sabía quién podía informarme sobres cursos. Ella me informó, ya que era la responsable de los cursos de bautismo, y justo había empezado un curso para una chica de mi edad que se estaba por casar. Me dijo, si te queres sumar, nos organizamos y venís con la chica que ya empezó. Claro que iría, y por supuesto le aclaré, yo solo quiero tomar el curso. No me voy a bautizar. Solo quiero saber un poco más de la Fe de mi futuro marido. Que amorosa fue la mujer de todas maneras. Yo esperaba hostilidad y encontré cobijo. El curso duró unos meses, nos encontrábamos las tres en la iglesia y Tony nos enseñaba cosas básicas de religión, de la misa, de rezar, nos transmitía su fervor. Era una enamorada de la Virgen de Medjugorje. Pero qué difícil salir del racionalismo. Cuando lo conocí a Seba no sabía nada de Dios y María, pero era bioquímica y estaba haciendo el doctorado en el desarrollo de nuevas vacunas. La racionalidad dominaba mi corazón y mi mente. Todo muy lindo, me conmueve, me cobija, me emociona, pero….. ¿Virgen?, ¿resurrección? ¿Cómo lo explico?

Ya podía aceptar que dentro de la iglesia hay curas y gente buena. Pero dar el salto de la Fe era mucho más difícil, al menos para mi mente humana. Por eso Ella tenía que intervenir. ¡Ella tenía que cubrirme con su manto maternal para que mis dudas descansaran en su regazo y me abrazara a la conmovedora buena noticia de la Vida Eterna!

Mientras Seba estaba en Boston, Vivi, su mamá, me invitó varias veces a comer por algunos festejos familiares. En esos encuentros aprovechó y me invitó a mi primer cenáculo. Fue en la Iglesia Santa Teresita. Me senté en el banco de la iglesia sin saber mucho que pasaría. Ni siquiera sabía rezar el rosario y aún seguía sin aprender el padrenuestro. Me resuena aún en los oídos la canción “Déjame nacer de nuevo” que sonaba en el cenáculo. ¡Me conmovía tanto! Y me sigue conmoviendo. No puedo describir exactamente cómo fue que me convertí y nací de nuevo, a una vida con esperanza, con sentido, con amor, con caridad, con belleza y por sobre todo, con Vida Eterna. Pero sé que esa canción tuvo mucho que ver. El cenáculo me conmovió. Pasé a la reflexión personal. No sabía ni entendía bien quien era Marta, pero quería estar ahí. Quería quedarme ahí. Pasé y escuché las palabras que Marta pronunciaba, pero no decía ella misma. Palabras que venían del Cielo. Mi mente no retuvo esas palabras, porque fueron directo al alma. Hice un paso, luego de la reflexión personal y lloré sin parar. No sabía ni porque lloraba. Estaba conmovida. Vivi me abrazó sin preguntar nada. Con amor. Ella si sabía lo que estaba viviendo y experimentando. Yo aun no.

Luego, Seba seguía en Boston y fui a la Jornada de Jóvenes 2012, era por la conmemoración a Santa Clara. La Fe de los jóvenes me llenó el alma, tanta alegría, tanta pureza. Todo un día hermoso. Por primera vez me acerqué a un cura que confesaba y le dije que no estaba bautizada pero que quería hablar con él. Me hizo una bendición. Estaba emocionada, conmovida. Cada actividad era mejor. Y para cerrar el cenáculo Oscar hablando de las bienaventuranzas. Al final “el felices los pobres…” no era una herramienta de dominación de los pueblos como había escuchado tantas veces. Cuanto significado tenían esas palabras de Jesús. Finalmente, un testimonio hermoso. Una pareja contó que no podían tener un bebe y que María en un cenáculo después de que los médicos les habían dicho que no había nada para hacer, les regalo la feliz noticia que serían padres. No sabía que tiempo más tarde me pasaría a mí y a mi marido algo similar. Me acuerdo el “será como en Belén, tendrás un bebé” que escuché años más tarde en otro cenáculo y me anunció la llegada de nuestro gran regalo de Dios, nuestro hijo Juan Bautista, después de varios años de búsqueda.

No sé qué día. No lo recuerdo. No sé cómo, no sé por qué. Pero finalmente dije “Me quiero bautizar”. Quiero casarme bautizada. No fue una decisión fácil. Mi racionalidad, la presión social, el qué dirán, seguían haciéndome dudar por momentos, pero algo en mi corazón me empujaba a hacerlo. Y así fue como cuatro días antes de casarme me bauticé, tomé la comunión y me confirmé. Mis padrinos eran los papas de Seba, Vivi y Arturo. Aún recuerdo cómo se emocionaron cuando les dije si querían ser mis padrinos. No podía creer su emoción. Me bautice el 21 de noviembre de 2012, pero aún tenía mucho camino por recorrer para crecer en la Fe. Pero claro, ahora era más fácil actuar para María y Jesús.

También la familia de Seba seguía ayudándome en este camino, la tía Margarita, la hermana de Seba, Luji, todos me regalaban libros hermosos. Ahora iba armando yo, mi propia biblioteca de Luz y Verdad.

Desde el día que me bauticé fui a todos los cenáculos que pude. No quería perderme ninguno. Cada uno me conmovía más, cada uno me ayudaba a crecer más en la Fe. María me iba guiando. Los primeros cenáculos eran todo cobijo, caricias para mi alma que estaba muy dolorida. Pero a medida que iba creciendo en la Fe, los mensajes que recibía también me exigían cada vez más.

Hoy, haciendo memoria, trato de transmitir por qué los cenáculos de la Misión de Nuestra Señora del Cielo fueron tan importantes en mi camino de conversión. Hoy soy otra. Hoy disfruto ir a misa, amo ese momento de encuentro con Jesús en la eucaristía, amo visitar el santísimo expuesto. Es un regalo para mi alma. Pero cuando arranqué este proceso la misa era muy difícil. La misa era como la universidad y yo estaba en jardín de infantes. En cambio, el cenáculo era simple y profundo. Era maternal. Me sentía en mi hogar. Las canciones eran hermosas. Yo no conocía ninguna, las fui aprendiendo poco a poco. Pero me conmovían. Las reflexiones al inicio del cenáculo eran tan fáciles de comprender y pasaban cosas tan extraordinarias. Empecé a invitar a mis amigas y familiares a ir. ¡¡¡Mi mundo ateo tenía que conocer esto!!! No muchos se sumaron, pero algunos sí. Y María también hizo su camino.

Uno de los cenáculos fui con una amiga. ¡Que regalo nos hizo María! Era en un SUM de un edificio de Belgrano. Estuvimos todo el cenáculo muy emocionadas y en un momento dado mi amiga me dice “sentís el olor a rosas, es impresionante”. Yo estaba a menos de medio metro, sentada justo a su lado, pero no sentía nada. Si no era mi gran amiga, nunca lo hubiera creído. María le regalo su perfume a mi amiga y a mí su presencia. Porque sabía que estaba ahí. El perfume que sentía mi amiga yo no lo sentía. Pero María nos hizo el regalo a las dos. A ella el perfume exquisito de su presencia a mí la certeza absoluta de su existencia.

Luego con Sebastián nos fuimos a vivir a Dina Huapi, un pueblito cerca de San Carlos de Bariloche. ¡¡¡¡Cómo iba a extrañar los cenáculos!!!! Una vez viajábamos a Buenos Aires por trabajo y había un cenáculo en capital. Teníamos que ir. Organizamos todo el viaje para llegar justo a aeroparque y del avión ir directo al SUM de un edificio por Belgrano. Que regalo nos hizo la Virgen ese día. Tanto a mi marido como a mí nos anunció la llegada de nuestro hijo. A mí me regaló estas palabras “será como en Belén, tendrás un bebe”.

Mi fe crecía y crecía. Y Jesús se pone más exigente. Sabe lo que es bueno para nosotros y nos pide cada vez más. A su debido tiempo. Cuando sabe que, si seguimos de su mano, vamos a poder responder. Tal como un padre amoroso educa a sus hijos. Una vez fui a un cenáculo y quedé en shock. El cenáculo fue en la sede, en el apoyo, aún no estaba el Santuario construido. Estaba ansiosa por ir. Desde que vivía en Dina Huapi no podía asistir tan seguido, así que cada vez que estaba en Buenos Aires y podía ir, era una fiesta para mi alma. No me acuerdo literalmente las palabras, pero el mensaje era claro debía hacer “una buena confesión”. Casi me muero. Pensaba ¿qué hice?, ¿qué pasó? Y la respuesta era simple. No me gustaba confesarme. No sabía hacerlo (aun ahora no sé si se hacerlo bien). Pero esas palabras me ayudaron tanto a crecer en la Fe. Tratando de entender lo que me quería decir Jesús, entendí que quería que abrazase ese otro sacramento y se valió de sus caminos para lograrlo. Hoy, deseo confesarme. Sufro de no poder hacerlo. Y aunque sigo siendo medio bruta para hacer el examen de conciencia, voy igual. Sé que Jesús está ahí y sabe en qué fallo más que yo misma, y me ayuda a ser mejor cada día.

Y como en todo proceso de conversión, después vinieron las pruebas. Cuando aún no tenía Fe, mi pasión era mi trabajo. Tengo la bendición de tener una gran vocación por lo que hago. Y claro está que Dios me iba a poner la prueba justo ahí. Porque quería estar seguro de que lo elijo a Él por sobre todas las cosas. Trabajo en ciencia, en salud animal. El proyecto más importante en el que trabajo se vincula al desarrollo de una vacuna de nueva generación para una enfermedad muy importante que afecta al ganado. En ese tema hice mi doctorado, un post-doctorado y constituye parte de mi línea de investigación actual. El proyecto tiene todo lo que un investigador puede soñar, buenos resultados, un buen equipo de trabajo y una empresa importante interesada en los resultados con la cual se firmó un convenio para avanzar en la transferencia tecnológica llegado el caso en que la nueva vacuna siga demostrando ser tan promisoria como hasta ahora.

Yo arranqué este trabajo siendo atea. Es más, arranqué este trabajo estando a favor del aborto. Obviamente estaba a favor del aborto antes de conocer a Seba, bah, antes de conocer a Dios, porque seguí estando a favor del aborto aun estando de novia con Seba. Era una representante típica de lo que hoy se llama comúnmente en Argentina “pañuelo verde”. En ese momento no había pañuelos de colores, pero si los pro-aborto y los que estaban en contra. Yo me había criado escuchando que el aborto era un derecho por el cual las mujeres debíamos luchar. Y repetía esa idea. Siempre había fantaseado con tener una gran familia con muchos hijos y no sentía que fuera algo que quisiera hacer o que alguna mujer elegiría, pero me parecía razonable que si se hace es mejor que sea legal y que si una mujer está en la difícil situación de no querer a ese bebe, era lógico que pueda elegir. Ahora me aterra pensar que tenía esos pensamientos en mi mente y mi alma. Pero los tenía y los defendía. Me acuerdo de que una vez fui a la casa de Seba y vi en el auto de su mamá pegado un cartel de “No al aborto” y pensé “que retrograda la mama de Seba”. Hoy a la luz de la Verdad y del Evangelio, comprendo a esa chica que era yo y que gracias a Dios ya no existe. Pero la comprendo profundamente. Era una persona sin Dios, sin Espíritu Santo en su interior y el Espíritu Santo nos llena de sus dones y nos ayuda a entender y comprender. Esa Anita era “la chica diez”. Super aplicada en los estudios, responsable y cumplidora, pero sin el Espíritu Santo no se puede comprender la Verdad. Caía en todas las trampas que el maligno sabe poner a la gente sin Dios. Estaba convencida que si era tan cierto que Dios existía y era tan bueno, entendería y perdonaría todo. Incluso a una mujer que había abortado.

Volviendo a las pruebas de Dios en mi vida y mi trabajo, como mencionaba antes, siempre amé mi trabajo. Para mí es una alegría poder hacer lo que hago y esa alegría no pasa por el dinero que cobro sino porque en el laboratorio y con los experimentos que hago hay un mundo infinito por descubrir. Ahora y a la luz de mi conversión, creo que esa pasión por el mundo científico y académico era también mi escape de un mundo que no me terminaba de cerrar, de un mundo cínico y perverso que no me gustaba. En las células, los procesos se escriben con moléculas químicas. No hay buenos o malos. Hay interacciones fascinantes que comandan la vida. El proyecto de la nueva vacuna empezó cuando era atea, pero creció en paralelo a mi proceso de conversión. Y un día, cuando mi corazón estaba ya enamorado de María, Jesús mismo me quitó una venda que me había tapado los ojos. Pero me la quitó cuando el proyecto ya había alcanzado una dimensión y una escala impresionante, me la quitó cuando estaba en la “cresta de la ola” de mi vida profesional. Dios quería probar si yo lo iba a elegir a Él. Y cuando estábamos por empezar a producir el primer lote piloto para avanzar en las pruebas necesarias para proseguir con el registro de la vacuna, me di cuenta de que todo el desarrollo que YO había hecho era en células humanas derivadas de un ABORTO. Ahora era una Anita de Fe, completamente en contra del aborto. Absolutamente convencida que es un crimen terrible contra Dios y contra la humanidad. Justo era 2018, el año del debate por la legalización del aborto en Argentina, así que de lo único que se hablaba en los medios, en los chats familiares, con amigos era de este tema. Me quería morir. De pronto, toda mi pasión por mi trabajo se transformó en una terrible pesadilla. Quería que todo terminara. Quería renunciar y dedicarme a ser ama de casa. Quería esconderme y no salir nunca más a mi mundo laboral.

Parte del proyecto lo realizamos en Canadá, en el instituto de investigación en Montreal al que ya había ido en 2011. Cuando me di cuenta de todo esto estábamos en Montreal. Recién habíamos llegado. Debíamos estar 9 meses, mi marido, mi hijo y yo. Mi marido por su parte también es investigador y estaba en Montreal también para trabajar. Muchas cosas se habían dado para que se logre este viaje. Muchas. Cuando uno lo ve a los ojos de Dios se da cuenta que Dios quería que estemos ahí. Los viajes de los científicos no siempre son fáciles. Siempre faltan fondos, siempre hay mucha burocracia. Un viaje de dos científicos a dos instituciones diferentes y con un hijo pequeño, todo al mismo tiempo, es una proeza. Ya habíamos estado el año anterior 4 meses y había sido bastante caótico. Esta vez, íbamos por nueve meses. El viaje de mi marido estaba mucho más organizado que el mío. De hecho, yo llegué a Montreal y mi jefe aún no había logrado conseguir los fondos para pagarme la estadía. Habíamos acordado que si no lo conseguía yo no trabajaría durante los 9 meses y renunciaría a la beca post-doctoral que tenía, porque el costo de la guardería de mi hijo era mucho más alto que el estipendio que recibía en la beca post-doctoral. Es muy específico todo lo que estoy contando, pero mi idea es transmitir como Dios nos fue ayudando en cada detalle. Dios sin dudas quería que yo este nuevamente en Canadá.

Esta era la tercera vez que yo iba al mismo laboratorio a trabajar en el mismo proyecto. Había empezado en mi doctorado, luego con un post-doctorado. Los dos viajes anteriores habían sido claramente de investigación y era yo la que había desarrollado todo un sistema para producir la nueva vacuna, moderna, recombinante, segura, pero en células humanas derivadas de un aborto. Este viaje a nivel laboral representaba todo lo que un investigador que se dedica al desarrollo de vacunas puede soñar. Esta vez teníamos que producir 10000 dosis para hacer el primer ensayo en animales para avanzar en el registro de la vacuna. Hasta ahora habíamos hecho producciones de 0,5 L como mucho. Ahora íbamos a producir 10 L en un biorreactor. Una empresa líder en salud animal estaba interesada en el desarrollo y en paralelo al viaje, la institución donde trabajo estaba preparando un convenio de transferencia de tecnología para ser firmado, hecho que sienta las bases de cómo será la transferencia tecnológica en caso de que el desarrollo llegue finalmente al mercado. Tanto en salud animal como en salud humana, de muchos desarrollos que se realizan en el laboratorio de investigación, solo algunos pocos llegan finalmente a convertirse en productos. Son muchas variables las que influyen que algo que es exitoso en la escala de laboratorio logre después un lugar en el mercado. Pero es importante que los acuerdos se firmen cuando ya los desarrollos son promisorios para evitar luego conflictos legales, de patentes y de propiedad intelectual. Es decir, aún falta para que la vacuna que estamos desarrollando llegue a ser un producto, si es que alguna vez ocurre, pero para mí como investigadora estábamos en una instancia muy prometedora. No les pasa a todos.

Ese contexto de éxito profesional, de éxito de lo que podríamos decir de las cosas del mundo era mi contexto cuando me di cuenta de que todo, todo lo que había hecho era en células derivadas de un aborto. ¡Todo lo había hecho yo! Era 100% responsable. Claro está que este desarrollo laboral había arrancado con una Anita atea y proaborto que poco sabia de las cosas de Dios. Pero ¿cómo no me había dado cuenta? Yo que soy hiper precisa en mi trabajo, cómo había pasado por alto semejante detalle. Ahora creo que Dios lo permitió por algo ¡Que poco entendimiento tenemos cuando estamos alejados de Dios!

Todavía me acuerdo el audio que le mandé a Vivi, mi madrina, para contarle lo que estaba viviendo. Fue un audio de 15 minutos. No sabía con quién hablarlo a parte de Seba. Ella y mi padrino me acompañaron en todo momento con su oración. Con su apoyo. Estando en Canadá había organizado con mi marido e Inés, la prima de mi marido que vive en Montreal hace muchos años, juntarnos a rezar el Rosario con María, Nuestra Señora del Cielo. Fue así como empecé también a formar parte del grupo de WhatsApp de Nuestra Señora del Cielo. Que bendición. En ese momento de tanta prueba espiritual cada vez que escuchaba que llegaba un audio de Marta o de Oscar, frenaba todo lo que estaba haciendo para escucharlo. Me reconfortaba el alma, me formaba.

Entonces el panorama era este: estaba en Canadá, debía estar allí por nueve meses para avanzar en la vacuna y quería renunciar a mi trabajo. Quería que todo terminara. Con mi marido pensábamos opciones, su Fe es enorme y siempre supo que Jesús estaba de nuestro lado y podríamos superar esta situación. No sabía ni cómo ni de qué forma, pero me repetía, vas a ver que en Navidad vamos a estar festejando el nacimiento de Jesús. Faltaban nueve meses para Navidad, yo no veía salida. Fueron nueve meses terribles para mí. Trataba de conservar la paz para estar bien para mi hijo y para mi familia, pero me sentía muy atribulada. Me pasaban cosas y tenía sentimientos perturbadores. Sentía el mal en una forma muy fuerte. Es muy difícil de describir en un papel lo que sentí en un primer momento. Incluso estos sentimientos de perturbación habían empezado antes de darme cuenta de que estaba trabajando con células humanas derivadas de un aborto. Habían empezado cuando llegamos a Canadá por tercera vez. Tenía sueños espantosos y me acuerdo una vez le conté a Vivi y ella me consoló diciéndome que el Padre Pio decía que si uno es atacado por el maligno es una buena señal de que vamos por el buen camino. Quería ir a la Iglesia, y estaba en Canadá. Pobre Canadá, pobres canadienses. Tantos templos cerrados, tantos templos convertidos en gimnasios, espacios recreativos, edificios. Gracias a Dios está el Oratorio San José. Íbamos prácticamente cada semana. Ahora, a diferencia del 2011, cuando lo conocí por primera vez, ansiaba llegar a la misa.

Me acuerdo el día que con mi marido nos dimos cuenta de que estaba trabajando con células de aborto. Nuestro hijo dormía. Estábamos en el living de nuestro recién alquilado departamento en Montreal, prácticamente vacío de muebles porque aún no teníamos muchas cosas. Hablando del aborto, de las líneas celulares y mi marido me pregunta: ¿y las células que vos usas de dónde vienen? Sabía que eran humanas, pero no le pude responder en forma inmediata porque me surgió la duda. HEK 293 se denominan comúnmente. Pensé un segundo y le dije: “Human Embrionic Kidney”. Mientras pronunciábamos las palabras en inglés ambos quedamos con cara de horror. El velo había caído. El mismo nombre escondido detrás de unas simples siglas nos había dicho todo. Mi corazón latía a mil por hora. ¿Qué podía hacer ahora? Empecé a sentirme completamente pecadora, sentía que yo misma había abortado a ese bebé. Empezamos a leer la historia detrás de esta línea celular para conocer un poco cómo se había originado. Procede de un laboratorio holandés donde hace muchos años a partir de tejidos de un bebe abortado se estableció la línea celular. Empezamos a buscar que dice la iglesia en relación con este tema. ¿Era pecado todo lo que yo había hecho? ¿O no era pecado? Mi corazón se sentía terrible. Y yo que no sabía confesarme, que no me gustaba confesarme. Y las palabras de cenáculo resonaron en mi corazón nuevamente “Tenes que hacer una buena confesión”. ¡Pero qué difícil acercarme a este sacramento en inglés! Por más que ya era la tercera vez que iba a Canadá, mi inglés es medio. A nivel laboral tengo mucho vocabulario y me manejo bien, pero confesarse en inglés es otra cosa. No sabía ni cómo explicarle a un cura todo esto. Ni siquiera sabía que decirle. Pero todo esto ciertamente me llevo al confesionario. En Canadá empecé a ir a confesarme todo el tiempo. No podía explicarle todo porque no me salían las palabras, pero iba. Y decía lo que me salía y le pedía a Dios que me perdone, por trabajar con esas células, por mi inglés, por todo. Solo quería que Dios me perdone.

Mi primera reacción al darme cuenta de que estaba trabajando con células de aborto fue querer renunciar. Huir. Escaparme. Claramente no era una inspiración del Espíritu Santo. Sino del otro que estaba gobernando mi alma con el temor, el miedo y la culpa. El trabajo ya estaba hecho. Si yo renunciaba nada cambiaba la historia. El desarrollo ya estaba hecho, ahora faltaba escalarlo, evaluarlo en más especies. Yo ya no era indispensable en el proyecto. Para cambiar la historia necesitaba Fe. Necesitaba que Jesús tomara el proyecto en sus manos. Porque solo el escribe derecho sobre renglón torcido. Me aferré a Dios. Rezaba el rosario todos los días, iba a misa y a confesarme siempre que podía y me entregué a la Fe como quien salta al vacío, pero con la certeza absoluta que ahí iba a estar Jesús para sostenerme.

También sabía que Dios no da batallas con trampas. Yo podía cambiar los resultados, modificarlos ilícitamente. Pero ni mi alma ni mi conciencia me lo permitían. En el laboratorio en el que trabajé en Canadá también se usan otras células que derivan de hámster, células CHO. Esas no tienen ningún problema ético ni moral. Nosotros en nuestro primer año de trabajo en el proyecto las habíamos usado, pero las habíamos descartado sin mucho fundamento técnico. ¡Ahora surgían como la alternativa! Pero tenía que convencer a mis dos jefes, el de Argentina y el de Canadá y a la gente de la empresa. ¿Cómo podía hacerlo? Si les hablaba del aborto, de Dios y de la ética, lo más probable era que me tildarán de fanática y no lograría el objetivo.

En forma providencial también resonaban en mis oídos las palabras del evangelio que muchas veces Vivi me había dicho “Hay que ser mansos como corderos y astutos como serpientes”. Mas que nunca tenía que grabarlo en mi corazón y en mi mente. El ámbito científico está dominado por voces ateas. ¿Para qué necesitamos a Dios, si los científicos creamos vida? No es mi manera de ver el mundo, pero soy plenamente consciente que hay mucho de esto en mi entorno.

Empecé a leer, buscar justificaciones racionales de por qué teníamos que retomar la investigación con las células CHO. Providencialmente también en el grupo de Canadá habían realizado dos nuevos desarrollos en células CHO que nunca habíamos explorado aún. Pero la prisa por llegar al mercado en los desarrollos tecnológicos hace que a veces se ponga un freno a la investigación para pasar a la transferencia. Esta vez, yo estaba en Canadá para hacer el lote piloto para las primeras pruebas de registro. Nadie quería seguir en etapa de investigación. Todos ansían por ver el producto en el mercado. En un conjunto de hechos que se fueron sucediendo acordamos con mi jefe de Canadá y mi jefe de Argentina evaluar las nuevas alternativas de producción de células CHO. La gente de la empresa se resistía a cambiar de las células HEK a las CHO. Eso complicaba las cosas. Fuimos paso a paso. Digo fuimos porque no fui yo sola, estaba mi familia acompañándome y sobre todo Jesús al lado mío.

Como dicen los americanos, Long story, short: para no hacer interminable el testimonio puedo contar que fueron 9 meses de martirio. Mi pasión por el trabajo se transformó en un suplicio. Empezamos a probar las alternativas en CHO en paralelo a que cumplía todos los objetivos que ya tenía planteados en la línea humana para la estadía de 9 meses, que de por sí ya eran muchos. Solo porque Jesús estuvo conmigo en el laboratorio pude hacer todo lo que hice. Trabajé el triple de lo que tenía que trabajar originalmente, tratando de no descuidar a mi marido y mi hijo de 2 años. Me dolían las manos de trabajar (pipetear, como se dice en el laboratorio). El tiempo en el que no pensaba en el trabajo, rezaba. Cuando llegaba al laboratorio, pensaba en Jesús y le rezaba “Que mis manos sean tus manos, que mi mente sea tu mente”. Y a pesar de lo que estaba viviendo, sentía que Jesús estaba conmigo en el laboratorio. En los nueve meses, todos los resultados en HEK, la línea celular humana, daban excelentes. Todo perfecto. Yo le pedía a Dios que las cosas me salieran mal (aunque ponía todo mi empeño en hacerlas bien). No me importaba la humillación de decirle a mi jefe que algo había salido mal. Prefería eso, a tener que cargar sobre mí el peso de haber hecho una vacuna en células humanas derivadas de un aborto. Pero Dios no quería eso. Todo salía perfecto. Me felicitaban todo el tiempo. Yo me quería meter bajo tierra. Fue un buen ejercicio para la vanidad y el orgullo. Eso que generaba felicitaciones en el mundo, en mi interior, en mi alma, en mi relación con Jesús, a mí me estaba avergonzando terriblemente. Los meses avanzaban y las cosas no parecían ir bien. Pero con mi marido confiábamos. Y lo menciono porque fue su enorme Fe la que me ayudaba día a día. Y María, Nuestra Señora del Cielo, con su grupo de WhatsApp. ¡Cuanto sostén espiritual recibí en cada audio de Marta y Oscar! En mi ignorancia, sus palabras claras y sencillas me ayudaban a crecer en la Fe. Y fue de la mano de María que llegué a Jesús. Primero Ella me cambio la Vida, y luego Él me la transformó completamente.

Ya era diciembre. La primera semana de enero volvíamos a Argentina y fue en ese mes tan especial que las cosas empezaron a cambiar. Luego de mucho trabajo los primeros resultados promisorios en las células de hámster empezaron a aparecer y cuando aparecieron, fueron imbatibles. ¡Porque Jesús hace nuevas todas las cosas! Los resultados en las células de hámster, con las nuevas tecnologías que exploramos, fueron muy superiores y derribaron a las células humanas, que quedaron en la historia del proyecto.

En mi corazón siento que toda esta prueba que Dios me puso en mi gran pasión por el trabajo fue la forma de llevarme a Jesús. En ese viaje a Canadá en 2018, a María, la amaba. San José también ya estaba en mi corazón. Y el santo hermano André también. Pero Jesús me costaba más. Verlo clavado en la cruz no me era simple. María me cobijaba, pero Jesús seguía siendo un poco lejano para mí. Esta prueba me llevo directo a su Pasión, a su Sagrado Corazón, y abrazando mi cruz, abracé su cruz.

Volví a Argentina y finalmente llegaron las buenas confesiones. En Canadá, cuando vivía toda esta situación, quería confesarme. Iba a la iglesia, me confesaba, pero como podía. Decía en inglés las cosas que me salían y entendía solo parte de lo que el sacerdote me decía. A pesar de esto, sentía mucha paz luego de confesarme. Nuevamente donde esperaba encontrar un dedo acusador, encontré el abrazo del mismísimo Jesús. Finalmente entendí lo que es una buena confesión, luego de vivirla. Para eso debía esperar. Pero ocurrieron, no una, varias buenas confesiones de la mano del Padre Jorge de la Parroquia La Inmaculada Concepción de San Carlos de Bariloche y del Padre Fernando de la Parroquia San José de Dina Huapi. Benditos sean nuestros sacerdotes. Benditos sean esas personas consagradas que antes de todo este proceso de conversión me generaban tanto rechazo, tanto miedo.

Mis padres decidieron no bautizarme porque creyeron que era lo mejor para mí, para que pudiera elegir yo misma mi religión. Pero no podemos amar ni elegir lo que no conocemos. La mayor libertad de mi alma la encontré en el reconocerme y aceptarme como una hija muy amada de Dios. A mi hijo Juan Bautista lo bautizamos al poco tiempo de nacer. Sintiendo con total certeza en mi alma, en mi corazón, en mi mente y en todo mi ser, que el bautismo y la Fe católica es el mejor regalo que le puedo dar a mi hijo.

Escribiría miles de hojas con detalles y vivencias, con momentos y anécdotas, con sucesos extraordinarios y personas que marcaron mi conversión, pero solo quiero a través de estas palabras testimoniar de qué manera María, Nuestra Señora del Cielo, me tomo de su mano y me cambió la vida, y con la enorme humildad de la Madre de Dios me llevó directo al Corazón de su hijo Jesús.

Ana Clara