La Medalla Milagrosa de París le cambió la vida, aún sin creer en Dios

La Mary Bethany (María de Betania) es una de las numerosísimas jóvenes monjas que llenan el monasterio de las dominicas de Nashville, uno de los mayores fenómenos vocacionales que hay en estos momentos, y que cada vez atrae a más chicas que quieren entregar su vida a Dios.

Ella nunca imaginó que acabaría siendo monja, sobre todo porque ni siquiera era católica. Cuando era una adulta joven se bautizó, confirmó y recibió la Eucaristía durante una Vigilia Pascual. Se había enamorado de casualidad de un Dios al que apenas conocía y en el santuario de la Medalla Milagrosa de París tuvo la certeza de que estaba claramente llamada a ser católica.

“Mi camino hacia el convento está íntimamente ligado a mi camino hacia la Iglesia Católica”, cuenta en la web de las dominicas de Nashville.

Hasta la Educación Secundaria no era consciente de la existencia de Dios. Ella misma relata que “una maestra de teatro en la escuela de artes escénicas a la que asistí fue la primera que compartió conmigo las verdades más básicas de nuestra fe. Muy rápidamente me enamoré perdidamente de Dios y cuando se lo dije a ella, recuerdo claramente que un día me preguntó: ‘¿no te irás a convertir en monja, verdad?’. Me apresuré a responder: “¡Ni siquiera soy católica!”.

La conversión en la Medalla Milagrosa de París

Tras acabar Secundaria pudo realizar un programa de intercambio de una escuela de danza y viajó a Inglaterra durante seis semanas. Fue ya casi al final de su estancia allí donde un amigo la invitó a misa por primera vez. Desde su perspectiva artística, pero sin conocimiento alguno de la fe y la liturgia, asegura que quedó impresionada y lo veía como un “espectáculo” fabuloso por las “coreografías, vestuario y canciones fascinantes”. De hecho, quería ir a misa una y otra vez así que antes de volver a su casa fue a todas las Eucaristías que pudo.

Pero la verdadera conversión de la Hermana María de Betania se produjo en el santuario parisino de la Medalla Milagrosa. Era 1999, se celebraba la fiesta de los santos Pedro y Pablo, estaba sentada en el último banco y los fieles volvían a sus asientos tras comulgar.

Como hacía cada vez que iba a misa ella se queda sentada disfrutando del “espectáculo”. Pero algo ocurrió ese día. “Un completo desconocido que estaba arrodillado junto a mí, me sonrió, tomó mi brazo con su mano y suavemente me puso de rodillas también”, recuerda.

De este modo, la ahora monja señala que “en el instante en el que mis rodillas tocaron el reclinatorio de repente me di cuenta de toda la verdad, que esto no era sólo un ‘espectáculo’ y que el hombre clavado en la cruz ante mí no sólo había extendido sus brazos para ‘aquellos católicos’ sino también para mí”.

Igualmente, la Hermana María de Betania asegura que en ese instante “también supe que la estatua de la mujer con sus brazos extendidos hacia mí, a quien los católicos llamaban María, fue la que me llevó a su Hijo. Sobre todo, supe que Jesús estaba realmente en la pequeña ‘caja’ de oro y que sólo una cosa me impedía recibir a Dios dentro de mí: el bautismo”.

Así que así fue como el 22 de abril del año 2000 en la Vigilia Pascual, “una noche gloriosa que nunca olvidaré”, entró a formar parte de la Iglesia y recibió a Jesús por primera vez.

Del bautismo a la vocación

“Desde la primera vez que me plantearon la cuestión de la vocación religiosa, el deseo de entregar mi vida a Dios como religiosa fue creciendo. Después de mi bautismo, mi corazón estaba verdaderamente lleno de gratitud y supe que nunca podría devolverle el gozo que me había dado en mi fe. También estaba segura de que solo Él podía satisfacer mi corazón. No podía imaginar un novio más perfecto”, explica.

Gracias a un amigo sacerdote conoció a las hermanas dominicas de Nashville. Estaba convencida de entregar su vida a Dios, pero quería elegir bien dónde.

“Conduje hasta el convento y decidí ‘entrevistar’ a las Hermanas con preguntas diseñadas para ayudarme a evaluar si su comunidad era una buena opción para mí. Les expliqué que estaba buscando tres cosas en la congregación a la que sentía que Dios me estaba llamando a unirme: un amor profundo por la Eucaristía con el Santo Sacrificio de la Misa como fuente y cumbre del día; una verdadera devoción a María manifestada llevando el rosario y rezando juntos el rosario todos los días como comunidad; y un amor por nuestro Santo Padre y un gran deseo de difundir la gran noticia de nuestra fe católica al mundo entero, particularmente a los jóvenes. Cuando las Hermanas me escucharon decir estas tres cosas, sonrieron y dijeron: ‘Tenemos esas tres’. ¡Solo entonces accedí a sentarme y escuchar más!”, relata María de Betania.

Finalmente en 2003 ingresó en este convento y en 2010 profesó sus votos perpetuos. Por ello, afirma convencida que “la mejor decisión que he tomado en mi vida ha sido convertirme en católica. La segunda fue ingresar en el convento”.

“Todos los días, cuando me pongo el santo hábito de Santo Domingo Dios me sigue asombrando por el amor tan tierno que tiene por cada uno de nosotros. ¡Él verdaderamente ha derramado su bondad sobre mí y estoy llena de gozo sabiendo que soy totalmente suya”, concluye.

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Fuente: Religión en Libertad