Nada le falta a la Iglesia para completar su hermosura, y sin embargo lo más maravilloso que la constituye es el milagro de nuestra fe, fe activa que la mantiene en movimiento, en continua ascensión. (ver artículo)
El mismo Jesús nos legó la Iglesia: el Señor se colocó como Cabeza de Ella y la dotó de absolutamente todo lo necesario para que tenga vida eterna. (ver artículo)