Santo Cura de Ars

San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, nació cerca de Lyon el año 1786. Tuvo que superar muchas dificultades para llegar por fin a ordenarse de sacerdote. Se le confió la parroquia de Ars, en la diócesis de Belley y la llevó adelante con una activa predicación, la mortificación, la oración y la caridad promovió, de un modo admirable, un gran crecimiento espiritual. Estaba dotado de unas cualidades extraordinarias como confesor, lo cual hacía que los fieles acudiesen a él de todas partes, para escuchar sus santos consejos.

Los padres Balley y Groboz fueron muy importantes en la vocación sacerdotal de san Juan María Vianney. Aquellos dos conocieron al santo cuando, ocultando su identidad por la gran persecución a sacerdotes y religiosas que hubo en Francia en 1790, trabajan de panadero uno y de cocinero el otro.

El Cura de Ars y la Eucaristía

A pesar de las dificultades que encofró a la hora de su formación sacerdotal, fue ordenado el 13 de Agosto de 1815. Juan Vianney fue elevado al sacerdocio, a esa inefable dignidad de la que tan frecuentemente hablaba diciendo: “El Sacerdote solo será entendido en el cielo”; tenía 29 años de edad.
Desde 1818 a 1859 fue destinado al pueblecito de Ars, que se encuentra en una planicie ondulada, que tiene en su centro una pequeña colina donde se encuentra la Iglesia, sirviéndole como de plataforma. En el 1815 consistía de unas 40 casas. Su iglesia estaba extremadamente dañada y de igual condición estaba la rectoría, que se encontraba a un lado del valle.

Los habitantes de aquél pueblo no tenían una formación firme en la fe y tenían como prioritario el vivir la vida sin demasiada preocupación por la cosas de Dios. Sin embargo, el santo cura resolvió hacer todo lo posible para remediar el estado deplorable de aquellos corazones.

Le costaba muchísimo preparar sus sermones e instrucciones. Su memoria no le ayudaba a retener lo que tenía que decir, así que pasaba noches enteras en la pequeña sacristía, en la composición y memorización de sus sermones de Domingo; en muchas ocasiones trabajaba 7 horas corridas en lo que iba a predicar. Este gran esfuerzo y la Gracia de Dios, fueron los que llevaron, poco a poco, a que aquellos parroquianos fueran abriendo, cada vez más, el corazón al Señor y así convirtieran sus vidas a Cristo.

Tan grande fue la influencia del Cura de Ars, que llegó una época donde toda taberna de Ars tuvo que cerrar sus puertas por la falta de personas. En tiempos subsecuentes, modestos hoteles se abrieron para acomodar a los extraños, y a estos el Santo Cura no se opuso.

Tanto triunfo espiritual se vio atacado por el mal, pero el Cura de Ars resistió, dando el buen combate espiritual para resistir y que siga brillando la luz de Cristo en las almas a él confiadas, en aquella parroquia.

Cura de Ars

Cuenta la historia que una mañana el demonio incendió la cama del San Juan de Ars. El santo se disponía a revestirse para la Santa Misa cuando se oyó el grito de “fuego, fuego”. El solo le dio las llaves del cuarto a aquellos que iban a apagar el fuego. Sabía que el demonio quería parar la Santa Misa y no se lo permitió. Lo único que dijo fue “El villano, al no poder atrapar al pájaro le prende fuego a su jaula”. Hasta el día de hoy los peregrinos pueden ver, sobre la cabecera de la cama, un cuadro con su cristal con las marcas de las llamas de fuego.

Finalmente, se puede decir que el santo sacerdote se pasó la vida (41 años de párroco en Ars) en una continua batalla con el pecado a través de su trabajo en el confesionario. El gran milagro de Ars era el confesionario. Miles de personas acudían al pueblo de Ars para ver al Santo Cura, pero especialmente para confesarse con él y así vivir en la plena Gracia de Dios.

Falleció el 4 de agosto de 1859, día en que se celebra, en toda la Iglesia, por los méritos de este santo cura párroco, el día del párroco

LA  ORACIÓN

El Santo Cura de Ars decía: “Hermosa obligación del hombre: orar y amar”.

Consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto, nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro.

El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo.

La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable.

En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión.

Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada.

Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo.

En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol.

Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y creedme, que el tiempo se me hacía corto.

Hay personas que se sumergen totalmente en la oración como los peces en eI agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no esta dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con del mismo modo que hablamos entre nosotros.

Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la Iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo,
cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: “Sólo dos palabras, para deshacerme de ti…” Muchas veces pienso que cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.

TE AMO, OH MI DIOS

Te amo, Oh mi Dios.
Mi único deseo es amarte
Hasta el último suspiro de mi vida.
Te amo, Oh infinitamente amoroso Dios,
Y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti.
Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno
Porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor,
Oh mi Dios,
si mi lengua no puede decir
cada instante que te amo,
por lo menos quiero
que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Ah, dame la gracia de sufrir mientras que te amo,
Y de amarte mientras que sufro,
y el día que me muera
No solo amarte pero sentir que te amo.
Te suplico que mientras más cerca estés de mi hora
Final aumentes y perfecciones mi amor por Ti.
Amén.

Juan Maria Vianney
(Cura de Ars)