Reír, sonreir y amar

Dios nos quiere felices, alegres, optimistas y esperanzados. ¿Qué duda cabe?

Es conocido el buen ánimo y humor de muchos santos, como el de San Pío de Pietrelcina. Tener una actitud que estimule un clima alegre es parte fundamental del amor que debemos emanar hacia los demás. El humor sano, sencillo e infantil une a todos en la inocencia de descubrirnos pequeños hijos de Dios.

Un chiste dicho respecto de nuestras propias debilidades agrada y abre al amor de los hermanos. Cuando somos capaces de reírnos de nuestras miserias hacemos aflorar la humildad, y eso invita a los demás a no temernos, a confiar. Que agradable es poder presentarnos al mundo como falibles, sencillos y entregados, con las manos abiertas. Esa actitud nos muestra dispuestos a cambiar de opinión, a compartir, a ser nosotros mismos no importando lo que tengamos que aceptar del mundo.

Jesús riendo

Sin embargo, muchas veces usamos el humor para expresar aquello que no nos atrevemos a decir con seriedad, aquello que bulle dentro nuestro y no tenemos el coraje de expresar a solas, con ánimo de resolver nuestras diferencias o temores. En la vida real demasiadas veces nuestras bromas hieren a alguien, haciendo que algunos rían, mientras otro se queda con un dolor y una herida en el alma. Y esas heridas se van acumulando interiormente hasta generar llagas difíciles de sanar, que suelen llevar a conflictos o complejos que lastiman el alma.

El humor que emane de nosotros es una muestra de nuestra caridad, de nuestra capacidad de dar amor a nuestro prójimo. Una sonrisa puesta en nuestro rostro invita al amor, abre los corazones. Muchos santos, nuestros modelos, tenían una sonrisa presentada al mundo como ofrenda de esperanza y optimismo.

Y cuando tenemos algo serio que decir, que por justicia consideramos indispensable expresar, lo hacemos a solas y con delicadeza. O callamos, que suele ser también una forma muy efectiva de ser caritativo. El tiempo y el silencio tienden a acomodar todo, a hacer que la verdad aflore, cuando hay un verdadero problema para afrontar.

Demos alegría al mundo, demos esperanza y optimismo también. Y hagamos que nuestras sonrisas, nuestras palabras o nuestros silencios hagan crecer a quienes nos rodean. La felicidad es crecer espiritualmente, con sobriedad y mesura. La alegría vendrá entonces como resultado de sentir los Corazones felices de Jesús y María sonriendo ante la paz que invade nuestra alma, paz que es felicidad y gozo.