El odio

Leía en un hermoso libro de fe esta frase: “El odio es el testimonio que da de sí un alma perdida”. Es una expresión muy fuerte, pero absolutamente cierta, porque así como Dios es Amor, y así como el Reino de Dios es Amor, es también cierto que el infierno y su administrador son odio, absoluto odio. Reflexionar sobre esto es fundamental, porque todos somos tentados, de un modo u otro, a odiar.

Sabemos que Dios permite al maligno tentarnos, porque de ese modo somos probados y nos ganamos la Promesa Máxima, la salvación. Derrotar la tentación debe ser nuestra principal misión durante la vida en la tierra, un trabajo del que no podemos distraernos, jamás. De este modo vamos construyendo un camino que cada vez nos conduce de manera más clara a Jesús, a estar junto a Él en cada minuto de nuestra vida.

Cuando el odio entra en nuestros corazones, ponemos una barrera infranqueable entre Dios y nosotros. Para ser claros, nos colocamos del lado del mal, cerrando todo paso a la Luz del Señor. Es por eso que es tan importante reconocernos del lado de la oscuridad en cuanto aparecen signos de odio en nuestra alma, y empezar de inmediato a luchar para regresar junto a Aquel que nos espera con Rostro preocupado, a Aquel que es la Luz del mundo.

Silencio

Cuando el odio avanza dentro de nosotros, da cabida a toda clase de males que se manifiestan en nuestra forma de pensar, de hablar, de actuar. Estamos perdidos en un mar de oscuridad, y si bien podemos tener satisfacciones en lo humano, no hay forma en que podamos ser felices. La culpa nos inunda, nos bombardea de día y de noche, nos quita absolutamente la paz. Luchar con nuestros propios medios en ese contexto puede significar hundirnos aún más, si es que lo hacemos sin pedir y buscar la ayuda de Dios. Solo se sale del camino del odio pidiendo ayuda a Dios, abrazando Su llamado de Amor, de Paz.

El camino del odio recorre estaciones como los celos, la envidia, las murmuraciones, la depresión, la desesperación. Cuando odiamos a alguien, perdemos totalmente de vista nuestra historia, y nuestro futuro. Nos transformamos en un ser que, quienes nos rodean, no reconocen, ni nos reconocemos nosotros mismos. Pero si continuamos alimentando el camino del odio, llega un punto en que nos identificamos con ese sentimiento y lo abrazamos hasta hacernos como una nueva persona, alguien desconocido ante los demás. Nos transformamos en odio que camina, que respira, que vive.

La frase inicial, esa que dice que “el odio es el testimonio que da de sí un alma perdida”, fue dicha por Jesús mismo en Revelación Privada a Maria Valtorta en su maravillosa obra “Poema del Hombre-Dios”. De este modo, el Señor quiere mostrarnos que no hay lugar para el odio cuando vivimos en el Reino del Amor, que es el estado en que nos encontramos cuando unimos nuestra voluntad a la Voluntad de Dios. Un alma perdida es un alma muerta, un alma que ha perdido la unión con La Vida misma. Vivir el Reino de Dios en nuestras almas es vivir, respirar y caminar el Amor. Nos transformamos en Amor que camina, que respira, que vive.

Lo sé, en este momento estás hurgando en tu alma buscando rastros de odio, de resentimiento, de heridas pasadas que no cierran. Quizás encuentras demasiado, y te espantas de ello. Quizás no encuentres mucho, pero tampoco sientas que estás identificado con el Amor. Mi amigo, tienes que comprender que la vida es lucha, es pendular entre el Cielo y el infierno, siempre a un paso del precipicio, y sin embargo luchando por seguir adheridos a la rama del Árbol que nos da la Vida. El Árbol es Jesús mismo, que por Su Misericordia nos abre las puertas a Su Luz, tendiéndonos una Mano que nos rescata del fango, nos eleva de las tinieblas del odio.

La vida es convidar a los demás la Bella Noticia que nos trae Jesús, el Amor, que es la única arma que disuelve el odio hasta exterminarlo por completo. Donde había odio, Jesús planta jardines de paz, de consuelo, de alegría. Dios no solo arranca el odio de raíz, Él también planta en esa herida que quedó en nuestra alma una flor, una flor maravillosa que expele la más hermosa fragancia. Perfume de Reino, olor a Salvación, anticipo de nuestra felicidad eterna.

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Fuente: www.reinadelcielo.org