El Cuerpo de Cristo la curó de su anorexia

Emily Stimpson es una escritora y periodista católica formada en la muy católica Universidad de Steubenville y autora de un blog relacionado con la comida The Catholic Table, algo que en el pasado le generó grandes sufrimientos.

Esta apologeta católica ha llegado a serlo tras descubrir a Dios en el momento más duro de su vida, cuando durante años sufrió una anorexia nerviosa que no conseguía superar. Y fue precisamente Dios quien la sanó primero interiormente y posteriormente físicamente.

Salir de la anorexia para ella sólo se pudo producir tras comer el Cuerpo de Cristo. En un testimonio contado en primera persona en National Catholic Register, esta mujer que actuó también como asesora política en Washington explica: “cuando trataba de recuperarme de un trastorno alimentario, la mera fe no fue suficiente para mí. Lo que necesitaba era una fe eucarística”.

Ningún médico ni ninguna terapia

Stimpson había sido criada en la fe aunque en su enfermedad “no veía el mundo con ojos católicos” sino que buscaba un Dios que estuviera a su servicio.

De aquella anorexia nerviosa que mezclaba con atracones de comida han pasado ya más de20 años. Desde los 19 a los 25 años intentó curarse sin éxito. Ninguna terapia, ningún médico pudo conseguir que mejorara. Ella pedía a ese Dios que de niña le dijeron que existía que la curara pero el gran problema que tenía Emily era que “todavía odiaba mi cuerpo, tenía miedo a la grasa y usaba la comida como un medio para controlar mi mundo”.

“Detrás de mi batalla con la alimentación y la naturaleza había una mezcla enmarañada de inseguridades y ansiedades, agravada por una visión materialista del universo”. Por más que pensaba en ese Dios de su infancia “no veía ese mundo hecho por un Dios amoroso. No veía un universo lleno de gracia donde todo llevaba la marca de su creador. No vi mi cuerpo como la imagen viva de Dios”, recuerda ella.

“Mi cuerpo era un problema a eliminar”

Tal y como señala posteriormente, para ella su cuerpo “era un problema a eliminar, cuanto menos hubiera de él, mejor. Aunque también sabía que no estaba bien morirme de hambre”. Y es que, añade, “los mismos patrones de pensamiento destructivos se reproducían una y otra vez: mi cuerpo era un problema, la comida era el enemigo”.

Esa religiosidad popular que tenía adquirida sí que logró que al menos empezara a comer algo, aunque fuera muy poco. Y sobre todo le vino bien para intentar dar un paso al frente. Así que empezó a ir a misa a ver qué pasaba.

Su encuentro con la Eucaristía

Años antes en su etapa universitaria tuvo amistad con un grupo de protestantes que le ayudaron a conocer a Jesús, aunque para ella faltaba algo. “Pero la misa era diferente. El catolicismo era diferente”, cuenta Emily.

De este modo, “tras seis largos años alejada de la Iglesia, un compañero de trabajo me ayudó a encontrar mi camino a casa. Y allí, en la misa, recibí a Cristo como alimento. El pan se convirtió en Cuerpo. El vino se convirtió en sangre. Dios me dio de comer y de beber. Aquella fue la comunión más íntima que tuve con él. Así fue como dio su vida por mí”.

Según ella, la comunión “hizo lo que ninguna ‘mera’ fe podía hacer” y así llegó la curación de la anorexia.

Y tras la Eucaristía, la Adoración

No fue de un día para otro. “Fueron meses de ir a misa todos los días, sabiendo que tenía que estar allí, aunque no comprendiera del todo por qué. También fueron meses de lectura del Catecismo y libros sobre la fe católica. Y fueron meses sentada en silencio en las iglesias católicas mirando a Jesús en el Tabernáculo”, relata Emily Stimpson.

Pero la realidad era que cuanto más crecía su fe eucarística más cambiaba su visión, lo que le hacía lograr superar su enfermedad porque le “ayudó a cambiar la forma en que veía” su cuerpo.

La Teología del Cuerpo para su curación

San Juan Pablo II también jugó un papel importante en esta sanación a través de la Teología del cuerpo del Papa polaco. Gracias a ella, confiesa Emily, “empecé a ver mi cuerpo –no sólo mi alma- como la imagen de Dios. Reconocí que era un templo que tenía que ser cuidado. Y llegué a apreciar mis curvas femeninas como la señal física de mi alma femenina”.

De este modo, gracias a la liturgia, la oración y el estudio empezó a ver “el pan de cada día” cono un símbolo del pan del cielo y que estos alimentos nutren, fortalecen, curan, dan alegría, significan amor y fortalecen amistades.

“La Eucaristía nos fortalece en tiempos de prueba”

A este convencimiento llegó gracias a comer el cuerpo de Cristo. “La Eucaristía nos alimenta con la vida de Dios, nos fortalece en tiempos de prueba, nos consuela en momentos de tristeza, cura heridas dejadas por el pecado, nos llena de la alegría de Cristo, continuamente demuestra el amor de Dios por nosotros”, enumera emocionada esta mujer.

Por ello, Emily confiesa que “una vez que empecé a entender esas verdades, siguió la verdadera curación. No podía abusar de los grandes regalos que eran mi cuerpo y la comida. Tampoco podía temer a estos grandes dones. Todo lo que tenía que hacer era caer de rodillas en agradecimiento y admiración”.

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Fuente: Religión en Libertad