Contemplar el pesebre y entender el nacimiento como nunca antes

«El silencio es el ámbito del nacimiento de Dios. Solo si nosotros mismos entramos en el ámbito del silencio llegamos al lugar donde acontece el nacimiento de Dios». —Benedicto XVI.

Los días previos a la Navidad suelen estar llenos de tareas pendientes (compras, llamadas, reuniones) que a veces nos dan una sensación de dispersión más que de haber llegado a la paz de Belén.

¿Cómo conseguir llenar todo ese ritmo de vida, lleno de cosas buenas, con el ambiente sereno que vemos en el pesebre?

Te proponemos un camino para el que simplemente necesitarás encontrar tres momentos, de 30 minutos cada uno.

Planificación general

  1. Lee todas las indicaciones antes de empezar, también las de cada día.
  2. Encuentra tres días antes de Navidad en los que tengas 30 minutos disponibles.

Si puedes, que sea pasada la tarde, en un ambiente de cierta oscuridad: esto facilita la intimidad, además de que la noche está muy unida al nacimiento de Jesús. Desde el principio, ten más o menos claro cuándo serán esos tres momentos.

  1. Escoge un lugar en el que nadie te vaya a interrumpir y en el que puedas mirar un pesebre. Puede ser en una iglesia, un lugar de tu casa, incluso tu habitación. El pesebre puede ser de cualquier tamaño.

Para cada día

  1. Elimina cualquier distracción posible. Por ejemplo, pon el teléfono en modo avión, apaga la música, y pide que no te interrumpan durante esos minutos.

Siéntate frente al pesebre, haz silencio y cierra los ojos para empezar. Respira varias veces profundamente para serenar el cuerpo y la mente.

Concéntrate solo en la respiración y en experimentar la quietud de tu cuerpo. Hazlo durante un minuto aproximadamente.

  1. Encontrarás un texto breve para cada día: léelo lentamente, con atención, dos veces seguidas. Aunque en la segunda vez aparentemente ya sepas lo que dice, no lo hagas más rápido.

Son fragmentos de un texto del papa Francisco llamado «El hermoso signo del pesebre». Normalmente, la lectura durará en torno a 10 minutos.

  1. Después, mantén la mirada fija en el pesebre todo el tiempo restante. Quizá al inicio te cueste un poco o te resulte extraño, pero rápidamente te acostumbrarás.

Puedes meditar en las cosas que has leído, relacionarlas con tu vida, o en cualquier cosa a la que te impulse esa mirada.

Las relaciones que se pueden crear en tu interior son impredecibles, Dios puede querer sorprenderte, así que es bueno perder el miedo a escucharlo.

  1. Cuando estés por llegar a los 30 minutos, vuelve a repetir el ejercicio de cerrar los ojos y respirar durante unos instantes.
  2. Al final, si te animas, copia y pega en algún lugar las frases que más te gustaron del texto. Y escribe de manera breve en qué pensaste durante este momento de meditación.

El día de Navidad puedes volver a leer las cosas que apuntaste. Si quieres, puedes comentar la experiencia con quien te acompañe espiritualmente.

*Ten en cuenta que los tres textos propuestos aquí son fragmentos de la carta que te mencioné («El hermoso signo del pesebre»), no son los textos íntegros.

Texto para el día 1

«El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración. El belén es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura.

La contemplación de la escena de la Navidad nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre.

Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él. Preparar el Belén es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza.

El Hijo de Dios, viniendo a este mundo, encuentra sitio donde los animales van a comer. El heno se convierte en el primer lecho para Aquel que se revelará como «el pan bajado del cielo» (Jn 6,41).

Un simbolismo que ya san Agustín, junto con otros Padres, había captado cuando escribía: «Puesto en el pesebre, se convirtió en alimento para nosotros».

En realidad, el belén contiene diversos misterios de la vida de Jesús y nos los hace sentir cercanos a nuestra vida cotidiana.

Pero vamos al origen del belén. Nos trasladamos con la mente a Greccio, allí san Francisco se detuvo viniendo probablemente de Roma.

Es posible que haya quedado impresionado por los mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor que representan el nacimiento de Jesús, justo al lado del lugar donde se conservaban, según una antigua tradición, las tablas del pesebre.

Quince días antes de la Navidad, Francisco llamó a un hombre del lugar y le pidió que lo ayudara a cumplir un deseo:

«Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno».

Tan pronto como lo escuchó, ese hombre fue rápidamente y preparó en el lugar señalado lo que el santo le había indicado.

El 25 de diciembre llegaron a Greccio muchos frailes de distintos lugares, como también hombres y mujeres de las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para iluminar aquella noche santa.

Cuando llegó Francisco, encontró el pesebre con el heno, el buey y el asno. Las personas que llegaron mostraron frente a la escena de la Navidad una alegría indescriptible, como nunca antes habían experimentado.

¿Por qué el belén suscita tanto asombro y nos conmueve?

En primer lugar, porque manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida.

En Jesús, el Padre nos ha dado un hermano que viene a buscarnos cuando estamos desorientados y perdemos el rumbo. Un amigo fiel que siempre está cerca de nosotros, nos ha dado a su Hijo que nos perdona y nos levanta del pecado».

Texto para el día 2

Meditación para contemplar el pesebre en Navidad, Esta meditación te permitirá contemplar el pesebre y entender el nacimiento como nunca antes

«Me gustaría ahora repasar los diversos signos del belén para comprender el significado que llevan consigo. En primer lugar, representamos el contexto del cielo estrellado en la oscuridad y el silencio de la noche.

Lo hacemos así, no solo por fidelidad a los relatos evangélicos, sino también por el significado que tiene. Pensemos en cuántas veces la noche envuelve nuestras vidas.

Pues bien, incluso en esos instantes, Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las preguntas decisivas sobre el sentido de nuestra existencia:

¿Quién soy yo?, ¿por qué nací en este momento?, ¿de dónde vengo?, ¿por qué amo?, ¿y por qué sufro?, ¿por qué moriré?

Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1,79).

¡Cuánta emoción debería acompañarnos mientras colocamos en el belén las montañas, los riachuelos, las ovejas y los pastores! De esta manera recordamos, como lo habían anunciado los profetas, que toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías.

Los ángeles y la estrella son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor.

«Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado» (Lc 2,15), así dicen los pastores después del anuncio hecho por los ángeles.

Es una enseñanza muy hermosa que se muestra en la sencillez de la descripción. A diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece.

Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la encarnación.

Desde el belén emerge claramente el mensaje de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por tantas propuestas efímeras de felicidad.

La revolución del amor

El palacio de Herodes está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Al nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura.

Desde el belén, Jesús proclama, con manso poder, la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado.

Con frecuencia a los niños —¡pero también a los adultos!— les encanta añadir otras figuras al belén que parecen no tener relación alguna con los relatos evangélicos.

Y, sin embargo, esta imaginación pretende expresar que en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura.

Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan. Todo esto representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina».

Texto para el día 3

Meditación para contemplar el pesebre en Navidad

«Poco a poco, el belén nos lleva a la gruta, donde encontramos las figuras de María y de José. María es una madre que contempla a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo.

Su imagen hace pensar en el gran misterio que ha envuelto a esta joven cuando Dios ha llamado a la puerta de su corazón inmaculado.

Ante el anuncio del ángel, que le pedía que fuera la madre de Dios, María respondió con obediencia plena y total. Sus palabras: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), son para todos nosotros el testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios.

Junto a María, en una actitud de protección del Niño y de su madre, está san José. Por lo general, se representa con el bastón en la mano y, a veces, también sosteniendo una lámpara.

San José juega un papel muy importante en la vida de Jesús y de María. Él es el custodio que nunca se cansa de proteger a su familia.

El corazón del pesebre comienza a palpitar cuando, en Navidad, colocamos la imagen del Niño Jesús.

Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma.

Parece imposible, pero es así: en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta condición ha querido revelar la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en el tender sus manos hacia todos.

El nacimiento de un niño suscita alegría y asombro, porque nos pone ante el gran misterio de la vida. Viendo brillar los ojos de los jóvenes esposos ante su hijo recién nacido, entendemos los sentimientos de María y José que, mirando al niño Jesús, percibían la presencia de Dios en sus vidas.

El belén nos hace ver, nos hace tocar este acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia, y a partir del cual también se ordena la numeración de los años, antes y después del nacimiento de Cristo.

Se hace hombre como nosotros

El modo de actuar de Dios casi aturde, porque parece imposible que Él renuncie a su gloria para hacerse hombre como nosotros.

Qué sorpresa ver a Dios que asume nuestros propios comportamientos: duerme, toma la leche de su madre, llora y juega como todos los niños.

Como siempre, Dios desconcierta, es impredecible, continuamente va más allá de nuestros esquemas.

Así, pues, el pesebre, mientras nos muestra a Dios tal y como ha venido al mundo, nos invita a pensar en nuestra vida injertada en la de Dios. Nos invita a ser discípulos suyos si queremos alcanzar el sentido último de la vida.

No es importante cómo se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año. Lo que cuenta es que este hable a nuestra vida.

En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios. El Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición.

Nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María.

Y a sentir que en esto está la felicidad. Que en la escuela de san Francisco abramos el corazón a esta gracia sencilla, dejemos que del asombro nazca una oración humilde:

Nuestro «gracias» a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos».

Espero que esta experiencia de meditación y contemplación te ayude a vivir el Nacimiento del Niño Jesús de una manera diferente. Mucho más dulce y entregada. ¡Feliz Navidad!

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Fuente: Catholic-link.com