San Francisco y La Porciuncula – Indulgencia

Fiesta de Santa María de los Ángeles
Juan Pablo II en la reapertura de la Porciúncula

Por Jesús Marti Ballester

San Francisco de Asís pidió a Cristo, mediante la intercesión de la Reina de los Ángeles, el gran perdón o «indulgencia de la Porciúncula», confirmada por mi venerado predecesor el Papa Honorio III a partir del 2 de agosto de 1216. Desde entonces empezó la actividad misionera que llevo a Francisco y a sus frailes a algunos países musulmanes y a varias naciones de Europa. Allí por último, el Santo acogió cantando a <nuestra hermana la muerte corporal> (Cántico de las criaturas). De la experiencia del Poverello de Asís la iglesita de la Porciúncula conserva y difunde un mensaje y una gracia peculiares, que perduran todavía hoy y constituyen un fuerte llamamiento espiritual para cuantos se sienten atraídos por su ejemplo. A este propósito es significativo el testimonio de Simone Weil, hija de Israel fascinada por Cristo: <Mientras estaba sola en la capillita románica de Santa María de los Ángeles, incomparable milagro de pureza, donde san Francisco rezo tan a menudo, algo mas fuerte que yo me obligo, por primera vez en mi vida, a arrodillarme> (Autobiografía espiritual). La Porciúncula es uno de los lugares mas venerados del franciscanismo, no solo muy entrañable para la Orden de los Frailes Menores, sino también para todos los cristianos que allí, cautivados por la intensidad de las memorias históricas reciben luz y estimulo para una renovación de vida, con vistas a una fe mas enraizada y a un amor mas autentico. Por tanto, me complace subrayar el mensaje especifico que proviene de la Porciúncula y de la indulgencia vinculada a ella” Con estas palabras comenzaba el mensaje de Juan Pablo II en 1999, dirigido al Ministro General de la Orden Franciscana, en la reapertura de la Basílica y de la capilla de la Porciúncula.

¿Qué ocurrió en la Porciúncula?

Porciúncula

Cuenta Dona Emilia de Pardo Bazan en su “Vida de San Francisco” que una noche, en el monte cercano a la Porciúncula, ardía Francisco de Asís en ansias de la salvación de las almas. Un ángel le ordeno bajar del monte a su Santa Maria de los Angeles. Allí vio a Jesucristo, a su Madre y a multitud de espíritus. Oyó la voz de Jesus: – Pues tantos son tus afanes por la salvación de las almas, pide, Francisco, pide. Francisco pidió una indulgencia plenaria, que se ganase con solo entrar confesado y contrito en aquella capilla de los Angeles.- Mucho pides, Francisco, pero accedo contento. Acude a mi Vicario, que confirme mi gracia. Al alba, tomo el camino de Perusa, acompañado de Maseo de Marignano. Estaba en Perusa el Papa Honorio III. – Padre Santo -dijo Francisco, en honor de Maria he reparado una iglesia; hoy vengo a solicitar para ella indulgencia. Dime cuantos anos e indulgencias pides.- Padre Santo -replico Francisco-, lo que pido no son anos, sino almas. No puede conceder esto la Iglesia -objeto el Papa.- Señor -replico Francisco-, no soy yo, sino Jesucristo, quien os lo ruega. En esta frase hubo tal calor, que ablando el animo de Honorio, moviendole a decir: – Me place, me place, me place otorgar lo que deseas. Y llamo a Francisco: -Otorgo, pues, que cuantos entren confesados en Santa Maria de los Angeles sean absueltos de culpa y pena; esto todos los anos perpetuamente, mas solo en el espacio de un dia natural. Bajo Francisco la cabeza en señal de aprobación, y sin despegar los labios salió de la cámara. – ¿Adonde vas, hombre sencillo? -gritó el Papa-. Me basta -respondió Francisco- lo que oí; si la obra es divina, Dios se manifestara en ella. Sirva de escritura la Virgen, Cristo el notario y testigos los ángeles. Y se volvió de Perusa a Asís. Llegando a Collestrada, se desvió de sus compañeros para desahogar su corazón en ríos de lagrimas; al volver de aquel estado de plenitud y de gozo, llamo a Maseo a voces: ¡Maseo, hermano!

De parte de Dios te digo que la indulgencia que obtuve del Pontifice esta confirmada en los cielos.

Retraso

El tiempo corria el tiempo sin que Honorio autorizara la indulgencia; el retraso atribulaba a Francisco. En una fría noche de enero se encontraba abismado. Impensadamente pensó que obraba mal, que faltaba a su deber trasnochando y extenuandose a fuerza de vigilias, siendo un hombre cuya vida era tan esencial para el sostenimiento de su Orden. Pensó que tanta penitencia pararía en enflaquecer y perder su razon, y le entro congoja.

Para desechar esta tentación, nacida del cansancio de su cuerpo, se levanto, y se arrojo sobre una zarza, revolcándose en ella. Manaba sangre de su piel, y se cubría el zarzal de rosas, como las de mayo. Francisco se encontró rodeado de ángeles que cantaban a coro:- Ven a la iglesia; te aguardan Cristo y su Madre. Francisco se levanto transportado y camino luminoso. Sobre su cuerpo veía Francisco un vestido transparente como el cristal. Tomó de la zarza florida doce rosas blancas y doce rojas, y entro en la capilla. Allí estaban Cristo y su Madre, con innumerables ángeles.

Francisco cayo de rodillas. María se inclino hacia su hijo, y este hablo así:

– Por mi madre te otorgo lo que solicitas; y sea el día aquel en que mi apóstol Pedro, encarcelado por Herodes, vio milagrosamente caer sus cadenas (1 de agosto). Ve a Roma; notifica mi mandamiento a mi Vicario; llévale rosas de las que han brotado en la zarza; yo moveré su corazón.

Francisco se levanto, fue a Roma con Bernardo de Quintaval, Ángel de Rieti, Pedro Cataneo y fray León, la ovejuela de Dios.

Tres Rosas

Se presento al Papa llevando en sus manos tres rosas encarnadas y tres blancas de las del prodigio. Intimo a Honorio de parte de Cristo que la indulgencia había de ser en la fiesta de San Pedro ad Vincula. Le ofreció las rosas, frescas y fragantes. Se reunió el Consistorio, y ante las flores que representaban en enero la primavera, fue confirmada la indulgencia.

rosas blancas

Escribió el Papa a los obispos circunvecinos de la Porciúncula, citándoles para que se reunieran en Asís el primer día de Agosto, a fin de promulgar la indulgencia solemnemente. En el día convenido apareció Francisco en un palco con los siete obispos a su lado, y pronuncio una platica ferviente sobre la indulgencia. Los obispos se indignaron, y cuando el obispo de Asís se levanto resuelto a proclamar la indulgencia por diez anos solos, en vez de esto repitió las palabras de Francisco; unos después de otros, reprodujeron los obispos el primer anuncio.

La Porciúncula

Durante muchos anos, fue solo conocida oralmente la indulgencia de la Porciúncula. Medio siglo después del transito de Francisco hallamos el primer documento de Benito de Arezzo, que dice así: <En el nombre de Dios, Amen. Yo Fray Benito de Arezzo, que estuve con el beato Francisco mientras aun vivía, y que por auxilio de la gracia fui recibido en su Orden por el mismo Padre Santísimo; yo que fui compañero de sus compañeros, y con ellos estuve frecuentemente, ya mientras vivía el santo Padre nuestro, ya después que se partió de este mundo, y con los mismos conferencie frecuentemente de los secretos de la Orden, declaro haber oído repetidas veces a uno de los compañeros del beato Francisco, llamado Fray Maseo de Marignano, que estuvo con el hermano Francisco en Perusa, en presencia del papa Honorio, cuando el santo pidió la indulgencia de todos los pecados para los que, contritos y confesados, viniesen al lugar de Santa Maria de los Angeles (que por otro nombre se llama Porciúncula) el primer día de agosto, desde las vísperas de dicho día hasta las vísperas del día siguiente. La cual indulgencia, habiendo sido pedida por el beato Francisco, fue otorgada por el Sumo Pontífice, aunque el mismo dijo no ser costumbre en la Sede Apostólica conceder tales indulgencias> Del entusiasmo que en el pueblo despertaban las indulgencias podemos juzgar por las crónicas que refieren el acontecimiento que, estremeciendo hasta las ultimas fibras de la conciencia de Dante, dio por resultado la Divina Comedia. La multitud que acudía a Asís a lucrar la indulgencia era enorme. El jubileo determinaba una suspensión de discordias y luchas: la tregua de Dios.

Sitiado Asís por las tropas de Perusa, el día 2 de Agosto se interrumpió el ataque, para que los peregrinos pudieran entrar en la villa para obtener la indulgencia. Gregorio XV, hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las iglesias franciscanas del mundo. Según Fray Panfilo de Magliano, la indulgencia fue concedida el ano 1216, y en 1217 la proclamación solemne de la Porciúncula por siete obispos. La víspera del solemne día llamaba a los fieles la Campana de la Predicación; se cubría el campo de toldos y enramadas y acampaban al raso los peregrinos. Al lucir el nuevo sol se verificaba la ceremonia de la absolución, descrita por el Dante, en el canto IX del Purgatorio.