Los ojos de Dios

Aún recuerdo los inicios de mi camino de conversión, los primeros tiempos. Como ustedes ya sabrán, uno nunca se convierte, sólo se transforma en un cristiano en conversión, ya que lo que se inicia es un camino, una senda que termina el día de nuestra muerte terrenal. En mi caso, hubo algo que marcó los primeros tiempos de mi descubrimiento de Dios, y aún marca mi vida actual: es la conciencia de que siempre he estado bajo la permanente observación de Dios, de los ángeles, los santos, de la Virgen. Como el mismo Jesús nos dice en los Evangelios, a Dios no se le escapa ni un solo cabello de nuestra cabeza. ¡Nunca estamos solos! La Mirada y los Oídos de Dios están presentes en cada instante de nuestra vida, nada se puede ocultar de Su atención.

Recuerdo las noches, con la viva sensación de tener a mi alrededor a una multitud de testigos que observaban mis pensamientos, mis sentimientos, mis mas mínimos movimientos. Debo confesar que estaba conmocionado, la fe se había despertado en mi revelando un maravilloso mundo que hasta entonces había sido ignorado por mi alma. Era difícil conciliar el sueño, ¡con tantos testigos! Ese sentimiento fue haciendo crecer en mi el amor por Dios, un Dios que me amaba lo suficiente como para desvelarse y no dejar ni por un instante de cuidarme. Pero también creció en mi la necesidad del diálogo con mi Madrecita linda, con los Ángeles y los Santos. La conciencia de que el Amor de Dios me había dado un ángel para mi exclusivo beneficio, me hizo pedirle y hablarle cada día más a mi custodio. ¡Un bendito soldado del Ejército de Dios, que vela por mi alma en todo momento.

Mirada de Jesús

¿Por qué no hablar con ellos, si están ahí todo el tiempo, esperando mi atención, una mirada, una palabra? Tenerlos presentes, hablarles, es una profunda expresión de fe, que arrebata el Amor de Dios y lo hace bajar aún más cerca de nosotros. Un Dios que es un mendigo de amor, de nuestro amor. La primera vez que leí a un místico definir a Jesús como un Mendigo de amor me conmoví. Algo se sacudió fuertemente en mi interior. ¿Cómo puede ser el Creador de todo, nuestro Dueño y Señor, un mendigo de nuestro amor? Con el tiempo comprendí que esa actitud da la medida de Su Perfección en el Amor, en la Misericordia. Nada se puede interponer a Su amor por mi alma; comprender esto es algo que siempre me hizo levantar la mirada, pase lo que pase, y hablarle a Jesús.

El Señor nos mira, nos ve todo el tiempo. ¡No podemos engañarlo! Pensemos en nuestros más profundos sentimientos, cuando actuamos en el llano de nuestra vida. ¿Qué intenciones oculta nuestro corazón? Cuantas veces mostramos un rostro, expresamos una intención, y en nuestro interior la verdad es absolutamente distinta. ¿A quien creemos engañar? Podemos engañar a nuestra esposa o esposo, hermano o hermana, hijos o hijas, jefe o jefa, al sacerdote en la confesión, a nuestro guía espiritual o a nuestro compañero de misión, podemos engañarnos a nosotros mismos. ¡Pero no podemos engañar a Dios! Y es ridículo intentarlo, en términos humanos, y mucho mas aún en términos espirituales. Si la fe nos dice que Dios ve todos nuestros actos desde lo más profundo de nuestras intenciones, ¿qué consuelo nos da que las pobres personitas que nos rodean ignoren lo que en realidad nuestro corazón dicta.

Estoy convencido que una forma muy efectiva de moldear el alma es grabar a fuego en nuestra conciencia esa sensación de que Jesús nos mira y escucha todo el tiempo. Esa seguridad de estar siempre acompañados servirá de freno a las tentaciones, nos conducirá al dialogo cotidiano con Dios, diálogo que es oración, y servirá de bálsamo a los dolores provocados por este mundo.

¿Quieres empezar ahora? Levanta la mirada y siente, profundo en tu corazón, como los Ojos de Jesús descansan mansamente en ti. Arroja a un lado tus sentimientos mundanos, y deja que la mirada espiritual que te inunda domine tu día. Jesús te mira, en silencio, tiene fija Su mirada en ti. Ya no más soledad, ya no más falta de esperanza. El mismo Dios, hecho Hombre, está junto a ti y ha decidido acompañarte por el resto de tu vida en esta tierra. ¿Qué puedes temer?