Hermana obediencia

Mi amada hermana obediencia, cuanto me ha costado conocerte, hacerte carne en mi vida luego de tantos años de menospreciarte, evadirte. Te lo digo de corazón, y te pido perdón al mismo tiempo, porque en el espíritu de rebeldía en que he vivido tantos años, no había lugar para ti. Mi vida sin ti fue un permanente intento de librarme de toda autoridad, como un potro salvaje que siente el peso del jinete sobre sus espaldas se encabrita y corre furioso para tratar de liberarse de tan inesperada carga.

Quizás fue porque el mundo en que fui criado me enseñó eso, que el hombre debe valorar la libertad como máximo valor a alcanzar en la vida. Pero si es que siempre tú estuviste presente cerca de mí, dándome señales de tal modo que te reconozca. Como cuando a través de la sabiduría de mi padre me aconsejaste no caminar por senderos peligrosos. Mi rebeldía ni siquiera me permitió pensar en tu consejo, el sabor dulzón de la aventura y la libertad me alejaron peligrosamente de ti.

También estuviste cerca cuando empecé a trabajar, y me diste la caricia de tu presencia forzada. Si, forzada, porque allí no tuve opción más que el de intimar contigo, mi hermanita obediencia, a través de tantos jefes que me diste. Te debo confesar que te odié, no tuve una relación pacifica contigo en ese tiempo. ¡Hiciste que mi interior hirviera como un volcán lleno de lava hirviente! Me resistí, pero ahí estabas tú una y otra vez, siempre presente con esa actitud doblegante, fuerte y convencida en tu intento de hacerte mi amiga, mi hermana.Reconozco que algunas veces te manifestaste de un modo maravilloso, a través de gente que supo representarte de modo digno, justo, y en oportunidades hasta afectuoso. Me hiciste dudar, por primera vez, de la conveniencia de aceptar tu amistad, aunque nunca faltaba la aparición súbita de alguien que te encarnara de modo injusto y patético nuevamente. Pero aprendí que de todos debo aprender algo, porque siempre que me sujeté a alguna autoridad pude ver alguna faceta nueva de mi necesidad de crecer y madurar. A los golpes, te empecé a querer.

caminos de la vida

Pero un día te presentaste de un modo violento, inevitable. Fuiste mi amiga en la enfermedad, a la que me arrojaste sin la más mínima consulta. Querida hermana, qué forma inesperada de acercarte a mi tuviste en ese momento. Me lanzaste a una cama de hospital un viernes por la noche, y sin preguntar mi opinión hiciste de mi vida una gigantesca pregunta. ¿Acaso habrá vida de aquí en adelante?

Debo confesar que quizás allí, en esa cama de hospital, empecé a quererte, a valorarte. En el borde de la muerte o de una vida miserable, comprendí que hay cosas peores que tu presencia permanente e inexorable. En realidad, allí pude ver que siempre me has estado cuidando, más allá de mi capacidad de entender tus designios o tus cambiantes propuestas. Allí pude ver que fuiste mi hermana, querida obediencia, en la voz de mi padre, de mi madre, de todos aquellos que tuvieron autoridad sobre mí a lo largo de mi vida.

Y así, arrojado en una cama de hospital, un día comprendí que vale más un minuto vivido dignamente, que una vida completa vivida en espacios de libertad sin propósito. Porque tú, hermana obediencia, te haces presente a través de uno u otro, pero la verdad es que siempre he estado sujeto a alguien, según tus designios. Nunca me has abandonado, porque aunque a veces quiera yo pensar que pueda hacer lo que quiera, nada logro sin que antes surjas tú con tu presencia maravillosa para darme un abrazo y ponerme en vereda buena una vez más.

Mi hermana del alma, tú me enseñaste que para negarme a mí mismo, para doblegar a mi humanidad rebelde, debo dejarte obrar sobre mí con total libertad. Obediencia querida, cuando tú me impones tus cosas, yo demuestro que soy capaz de ser nada, de dejarme para lo último, de no reclamar protagonismo ni luces en este escenario que es mi vida.

No quiero nunca separarme de ti, porque temo llegar hasta el límite de hacerme un rebelde, un alma perdida. Solo te pido que si un día me ves sujeto a designios que no son buenos para mi alma, me hagas saber que no eres tú la que está detrás de ello. Libérame de esas circunstancias, hermanita. No dejes que te confunda a ti con alguien que quiera llevarme por mal camino, y que perdido como la oveja que sigue al lobo y no al pastor, termine en mal camino. Hazte presente con voz firme y dime, con convicción: Aquí estoy, mi amado, soy tu hermana obediencia, en la Voz de Jesús, quien siempre ha velado por ti.

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