Virginie fue aplastada por el tractor de su abuelo y milagrosamente se salva

Cuando Virginie tenía poco menos de dos años de edad, se cayó del tractor de su abuelo Norbert y el vehículo, un enorme Hürlimann verdad, pasó por encimade la pequeña. Completamente. La huella del neumático quedó sobre el mono que vestía la niña. El abuelo bajó espantado y vio a la niña estirada. Pensó, estremecido, que estaba muerta. La tomó en sus brazos. Y entonces ese cuerpo “inerte y flácido” de su nieta, de repente, se agitó levemente, respiró, comienzó a quejarse. Era increíble, pero la niña estaba viva. No sólo eso: los médicos comprobaron que estaba indemne, excepto por algún moretón de la caída. El abuelo, Norbert Baudois, lo agradeció de inmediato, de forma espontánea, a la beata Marguerite Bays, vecina que vivió y murió con fama de santidad en una casa del pueblo, a unos cientos de metros.

Norbert y Virginie, abuelo y nieta, protagonistas del milagro que ha permitido la canonización de Marguerite Bays. Fuente: Youtube (canal de Cath-Info).

Él y su esposa Yvonne a menudo habían rezado en su casa y a ella le habían encomendado la protección de su familia. Aún lo siguen haciendo. Allí acude la familia cada 27 de mes a la misa en acción de gracias en la antigua casa de Marguerite Bays (desde este pasado 12 de octubre, ya Santa Marguerite Bays). Y el abuelo reza cada viernes el rosario con los vecinos en la casa. Y lleva 60 años cantando en el coro parroquial.

Abuelo y nieta, de peregrinos a la canonización

El milagro sucedió el 6 de marzo de 1998 en Siviriez, junto a La Pierraz, hogar de Santa Marguerite Bays, en Suiza. Es el milagro que ha permitido canonizarla: es la primera mujer laica de Suiza proclamada santa. La niña milagrada, Virginie Baudois, tiene hoy 23 años. Su abuelo tiene 88. Acudieron a Roma a la ceremonia.

Mientras tanto, 200 devotos seguían en pantalla grande la canonización de “Goton” (como llaman a la santa costurera) desde la parroquia de Siviriez, entre ellos su anciana tía-abuela Marie-Louise. “Mi infancia estuvo imbuida de su presencia”, explicaba a Cath.ch. “Ella merece ser santa, ha hecho mucho bien a su alrededor. Cuidaba a los pequeños, los débiles, los niños, a quienes nadie podía ver ni oír“, insiste.

Aquellos días de 1998 Pierre y Eliane, los padres de Virginie, volvieron rápido de una feria agrícola y pudieron ver la huella del tractor, que desaparecía en 80 centímetros de suelo para reaparecer luego… Esas huellas de tractor se veían perfectamente marcadas en el traje de la niña. Los médicos soltaron a la niña en 3 días: no tenía nada. La familia fue a ver a más osteópatas: ningún problema. El abuelo se queja de que la prensa dijo en su momento que la niña “cayó en suelo fangoso”, pero no era así, insistió él y los testigos.

Allí estaba también la hermana de Virginie, de 8 años, que testificó varias veces: su abuelo le había dejado el volante del tractor a ella, su hermana se había caído y el tractor la atropelló. El abuelo añade: “Un día un monseñor llegó a la granja con un especialista en tractores: peinó todo, la plataforma, la altura, el ancho de las ruedas, incluso el ancho entre los crampones de los neumáticos…”

“Desde pequeña sé que soy Virginie ‘la del accidente'”

Virginie es hoy una joven guapa, que cuida su aspecto (trabaja de esteticista) y está sana. Perfectísimamente sana, como han constatado varias veces los médicos de la diócesis y de la Causa de los Santos. Que un tractor le pasara por encima no le dejó secuelas. La última revisión fue en 2016, “para dar fe que no tenía nada”, dice ella.

Virginie y su abuelo Norbert en una vigilia de oración en la víspera de la canonización de Santa Marguerite Bays, su vecina, protectora e intercesora. Imagen: Youtube (Cath.ch)

“Soy una joven normal que ve series, sale los fines de semana, voy al club juvenil, me gusta caminar… Desde pequeña sé que soy Virginie ‘la del accidente’, pero antes no veía la importancia de la historia. Creía sólo que tenía suerte, así, en abstracto. Luego crecí. No lo oculto, pero tampoco me jacto. Hubo una época en que me hacía preguntas: ¿por qué yo y no otra? Hoy sólo digo gracias.Los amigos a menudo me decían: puedes hacer lo que quieras, estás protegida‘”, dice entre risas.

Considera a Santa Marguerite parte de su familia, y además lo va a ser pronto porque su novio, Valentin, es descendiente de la santa. Lo conoció en unas vacaciones en Chipre en 2013. Se acercó a él hablando en inglés… ¡y resultó que era de la vecina ciudad de Friburgo! “Mi novio lo cree, era importante que él fuera creyente. Es parte de mí, o lo aceptas o te vas”, se ríe.

“Marguerite ha sido parte de nuestra familia. Es mi protección. Cuando rezo, pienso en ella. La invoco. Voy a la misa de cada 27 de mes. Leí un libro sobre su vida. Tengo que leer más”, admite.

Reliquia de Santa Marguerite Bays

De los días del accidente en 1998 guarda sólo dos recuerdos vagos. “Recuerdo la manta marrón en la que me envolvieron al llevarme al hospital y la visita de mi madre, que me trajo un pequeño dálmata de peluche que siempre guardo”, detalla. También admite que a veces, en el colegio, otros niños la miraban un poco raro y alguna vez le pidieron que hiciera algún milagro.

En la Plaza de San Pedro, los devotos de Marguerite se diseminaban el pasado domingo. Una de ellas era Michelle Greder-Ducotterd, que hablaba con Kath.ch. “Esta especialidad católica de nombrar santos tiene sentido. Necesitamos modelos que nos recuerden que todos estamos llamados a la santidad”, explica. Añade un agradecimiento personal: “Marguerite curó a una de mis hermanas una vez. Ahora está muerta, pero quería venir en su nombre”.

Retrato de Santa Marguerite Bays que se conserva en su habitación, prácticamente como estaba en vida; murió en 1879.

Marguerite Bays: mística y milagrosamente curada

Marguerite nació el 8 de septiembre de 1815 en La Pierraz, en el campo de Friburgo, Suiza. Era la segunda de siete hijos de una modesta familia de agricultores. Allí vivió siempre, como laica célibe, terciaria franciscana, trabajando de costurera. Fue paciente y generosa con su cuñada, que la trataba mal, y ayudaba a algunos de sus hermanos, metidos en mala vida. A todos quiso acercarlos a Dios desde el amor cotidiano y paciente. En el pueblo la conocían por su amor y generosidad con los niños de la parroquia. Organizaba breves oraciones con ellos, especialmente con los niños más pobres, a los que consideraba “ahijados”.

El 8 de diciembre de 1854, estaba gravemente enferma de cáncer, pensaba que se iba a morir… pero se curó milagrosamente, de golpe. Era el día de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Después, cada viernes Marguerite revivirá, dicen sus biógrafos, los estigmas de la Pasión de Cristo, que oculta en su habitación. Rezaba el Rosario, iba a misa diaria y se retiraba a veces en el monasterio de Fille de Dieu. Murió el 27 de junio de 1879 y todos la consideraban ya santa. Colocaron un epitafio: «Vivía haciendo el bien. Su memoria permanecerá bendecida. Venerable hermana, querida y tierna madrina, no olvides a los que te quedan en la tierra».

Casa de Santa Marguerite en La Pierraz; enseguida se convirtió en lugar de peregrinación. Foto: Portal de Marguerite-Bays.

En 1995 fue declarada beata por Juan Pablo II, que recuperó para ello un milagro de 1940, cuando un sacerdote sobrevivió a un accidente de montaña en Dent-de-Lys que costó la vida a sus compañeros. Parece que se ha especializado en protecciones asombrosas ante accidentes mortales.
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Fuente: Religión en Libertad