Testimonio sobre la misericordia de Dios – Conchita de Garabandal

Les dejamos con un testimonio sobre la infinita Misericordia de Dios, que no queda sólo ahí, sino que nos hace acerca a ese mismo amor de Dios:

PatrickKeenaConchita_1La siguiente historia es un testimonio que mucho tiene que ver con Garabandal y por cierto muy edificante para la fe y para dar alabanzas a la misericordia del Señor.
Se trata de los últimos meses de la vida terrenal de Patrick Keena, el marido de Conchita, que falleció el 31 de octubre del 2013.

Padeció de cáncer, el que fue tomando todo su cuerpo. Algunos meses antes de su muerte hubo algo que hizo cambiara totalmente lo que restaba de su vida. Parece una paradoja que una persona, al final de su vida, tenga un cambio tan notable, que llamaríamos muy propiamente vital. No se ha tratado de conversión en sentido estricto ya que siempre fue un creyente y practicante. Más bien una profundización en la misma por obra de una gracia extraordinaria de Dios. Esa gracia vino por medio del sacramento de la reconciliación. Sí, fue después de una confesión, cuando sabía él que su muerte sería inminente, que recibió una poderosa luz acerca de la misericordia de Dios. Hablaba constantemente de esa misericordia que lo envolvía y lo hacía con una enorme felicidad. A partir de ahí empezó, con gran ilusión, a prepararse al viaje definitivo. Tanto que decidió comprar el féretro de madera de pino a los trapenses (había estado en un retiro en la Trapa, admirado de la vida de aquellos monjes). Y luego dio las directivas para su funeral. Pero antes hay que decir que se le había pronosticado una agonía y muerte de tremendos dolores por causa de los muchos tumores que tenía en todo su cuerpo. Nada de eso ocurrió porque en un viaje de Minnesota a New York, cuando venía de una visita médica, todos los tumores reventaron y no sufrió dolor alguno ni necesidad tuvo de calmantes. Esa fue otra de las gracias recibidas por quien ya estaba totalmente y gozosamente abandonado a la misericordia del Señor.

Con respecto al funeral escribió a sus hijos (y lo mismo a sus hermanos para cerciorarse que todo se haría según sus deseos) lo siguiente:

“Lo primero que no haya elogios[1] No cantores ni organista

Que la plegaria eucarística sea la primera, completa[2]

Que el Evangelio sea cantado por el sacerdote

Las lecturas del día

La homilía sea sobre el Evangelio del día o sobre el Purgatorio o sobre la Eucaristía. Ninguna palabra acerca de mí. Ni una palabra. Todo debe ser sobre Dios, para dar gloria a Dios y darle gracias a Él, nada sobre mí, todo sea Él. Porque sólo Él es el Santo, sólo Él es bueno.

Que se cante la letanía de los santos; “Jesús”[3]; “Salve Regina”, y lo haga sólo la asamblea. Vosotros podéis hacer una guía de la Misa con las canciones. El que canta reza dos veces. Recen por mí.

Que la bandera del Vaticano sea puesta sobre el féretro cerrado por lo de “No tengas en cuenta nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia”. Y “vosotros no me habéis elegido a mí, soy yo que os he elegido” . Por mi llamado al bautismo. Porque Él me ha amado primero.

Pido todo esto sólo con la aprobación de mami (María[4], mi amada esposa). Si ella quiere cambiar algo OK pero absolutamente no elogios para mí. Esto es un mandato.

En las estampas de un lado la Madre Teresa y del otro la oración de Fátima:

 “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación por todos los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por medio de los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, os ruego la conversión de los pobres pecadores”. 

Papi”

El funeral se desarrolló de acuerdo a su pedido en una atmósfera de paz y de sobrenaturalidad, cúlmine de aquellos meses en los que Patrick contagiaba a los de la casa y a los visitantes con su alegría. Alegría ésta nacida de la fe y de la bellísima esperanza, ya certeza, del encuentro definitivo con la felicidad que no tiene fin.

Por su parte, Conchita también nos deja su testimonio:

“De tiempo en tiempo le pido a Dios que me muestre su amor en mi corazón. Viendo y escuchando a Patrick esperando su muerte, fue y aún es sentir el amor de Dios en Patrick, en la verdad, el orden, la seguridad, del modo más limpio y pacífico y con alegría e ilusión. Ayudarlo en este tiempo fue un privilegio, fue como asistir ante Dios a través del abandono de Patrick, a la Divina Voluntad con ilusión y fortaleza de espíritu, algo que yo no había experimentado antes. Cada cosa en su habitación era tan digna que me preocupaba decir o hacer algo que perturbase aquella experiencia (lo mismo fue para toda la familia). Hacía que el tiempo que estábamos con él fuera muy agradable. Con su gusto por la comida, cómo quería que su habitación estuviese limpia, las palabras que usaba. Ahora, pensando acerca de ello, veo muy claro el amor y la misericordia de Dios inexplicable en Patrick. A través de él siento el amor de Dios que lo es todo.

Todo esto empezó en el confesonario.

Cuando el doctor le dijo que tenía más o menos cuatro meses de vida, él replicó: “otro llamado de Dios”. Nada ni nadie puede darte esa aceptación con ilusión, sólo el amor de Dios. Lo vimos durante tres semanas antes de su muerte, Dios lo sanaría de todo aquello que le impidiese gozar de Su amor.

Miraba yo su rostro, sus manos, era tan fácil mirarlo y admirarlo, porque no había en ello dolor. Pero él tuvo mucho dolor antes de regresar a casa. El doctor le dio morfina porque le aseguró que tendría que sufrir con mucho dolor hasta su muerte (puesto que el cáncer estaba en todo su cuerpo). En el avión, en su regreso a casa, los tumores reventaron y desapareció la inflamación y así con ella también los dolores y no necesitó más de la medicina.

Cada día diferentes sacerdotes venían a visitarlo. Dios le preparó eso porque la iglesia y sus sacerdotes fueron instrumentos para ayudarlo a sentir el amor y la misericordia de Dios.

Cuando supo que tanta gente estaba rezando por él, fue otro don de Dios para que pudiera aguardar la muerte con paz y seguridad.

Él mismo preparó su funeral, trajo el féretro y fue muy especial para todos.

Nos está ayudando a vivir más centrados en Dios y en Su camino. La muerte no es ciertamente el fin, es el comienzo y las vanidades del mundo son una pérdida de energía porque nos distraen de la realidad de la vida y de la verdadera felicidad.

Gracias por sus oraciones.

Conchita”

(El testimonio es traducción de la versión inglesa)

J. A. L.

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[1] Que la Misa no fuera una apología hacia su persona

[2] Canon Romano

[3] Es el canto que repite el solo nombre de Jesús

[4] El nombre de Conchita es María Concepción

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NOTA: Publicamos éste testimonio con el debido permiso de Conchita González Keena.

Fuente: www.virgendegarabandal.com