Quiero ser la maravilla que Dios creó

Dios me hizo maravilloso, perfecto, fiel reflejo de Su Majestad, de Su Realeza. No podría haber sido de otro modo, ya que El me soñó mucho antes de que me formara en el vientre de mi madre, y puso planes extraordinarios en mi camino dándome lo necesario para tener éxito en ese sueño, Sueño de Dios para mi vida. Pero fue entonces que, tocado por la mancha del pecado original, se abrió en mi esa rendija que con los años se volvió una grieta, por la que me fui escapando de la Casa de Dios, de Su Presencia, de Su amistad, de Su Sueño.

Y fue justamente igual que les ocurrió a Adán y Eva, cuando rompieron esa hermosura que Dios había hecho de ellos y se mancharon con la muerte, el pecado, la corrupción. Ese día ellos se escondieron, de tal modo que cuando el Señor vino a visitarlos tuvo que preguntar ¿Dónde están? Ellos, avergonzados, se habían alejado de Dios porque vieron que ya no lucían la perfección que Dios creó en ellos, y no podían enfrentarlo, se llenaron de miedo, y de tristeza. La tristeza inundó el paraíso, porque ellos lo habían perdido.

Misericordia de Dios (feat img)

Hoy mismo, Dios me pregunta a mí, y te pregunta a ti, ¿Dónde estás? Porque tú y yo nos hemos alejado también de esa criatura perfecta que Dios hizo de nosotros, como lo hicieron nuestros padres del paraíso original, y al igual que ellos, nos ocultamos en la jungla de las cosas del mundo. Dios nos hace otra pregunta mucho más profunda aún. El nos dice, interpelándonos, ¿Quién eres? La pregunta es muy apropiada, porque hemos hecho algo tan distinto de nosotros que ya Dios no nos reconoce al compararnos con la maravilla que El hizo al crearnos, con Su Sueño.

A lo largo de los años, y al impulso de fracasos, dolores, traiciones y caídas, hemos construido capa sobre capa de cosas horribles en nuestro interior, de tal modo que se fue formando un disfraz que nos hace ser un personaje totalmente distinto a quien Dios creó en nosotros. Esas capas están hechas de miedos, resentimientos, envidias, culpas, pecados de todo tipo que se han ido haciendo una fortaleza en nuestro interior, al punto de dictarnos de qué modo debemos actuar en todo momento, de dictarnos qué personaje debemos actuar en nuestra vida.

Ese disfraz nos hace hablar con palabras hirientes, nos da oídos sordos a las necesidades de los demás, nos orienta a vivir enfocados en las pequeñeces de este mundo, ignorando las promesas del Reino que Dios nos legó. Y lo hacemos con tanta energía, que nos alejamos cada día más de la Puerta del Cielo, que es el mismo Señor que allí nos espera, angustiado al vernos perdidos, lejos de Su Casa, más y más.

Al Señor tenemos que pedirle, en oración, nos ayude a sacar todas esas alimañas y malezas de nuestro interior, que las ponga frente a nosotros, visibles, y nos haga conscientes de todas ellas, para que las podamos llevar al confesionario y quemarlas en el perdón de los pecados que Jesús mismo nos otorga. Al hacerlo, empezaremos a romper ese disfraz, esa coraza de oscuridad y frialdad que nos hace actuar como alguien distinto a quien realmente somos.

Y al hacerlo, empezarán a aflorar, por algunos espacios pequeños primero, las chispas de divinidad que Dios puso en nosotros cuando nos creó. De a poco, nuestro lenguaje empezará a cambiar, nuestros hábitos serán distintos, nuestra escucha a los demás irá creciendo. La luz empezará a brillar por los agujeros que surgen de nuestro viejo disfraz, y de a poco el viejo personaje que creamos, personaje de miedos, de tristezas, de resentimientos, dará paso a ese ser llamado a la santidad que Dios creó, desde el momento en que El nos soñó.

Luz divina (ft img)

Con el tiempo, los restos del viejo disfraz irán dando lugar a la luz incandescente que emana de esa alma maravillosa que somos. Fuentes de luz, seres creados como reflejo del Amor mismo. Seremos luz para el mundo, creados a imagen y semejanza de la Luz misma, nuestro Creador. Con admiración de lo que Dios hizo en nosotros, descubriremos quienes somos realmente. Almas capaces de vivir con la mirada puesta en el Cielo, entregadas a la Voluntad de nuestro Maestro, aceptando las cruces de esta vida como los escalones que nos permiten escalar la Montaña de Dios.

Mi amiga, mi amigo, empecemos a arrancar nuestro disfraz, con la oración como la herramienta que Dios nos regaló. Que en la oración saquemos a la luz todas las oscuridades con las que nos hemos cubierto, y se las entreguemos a Jesús en el confesionario. Miremos nuestro interior, busquemos a esa alma luminosa que se esconde allí, construida con todos los tesoros de los que Dios es capaz, y dejemos que Dios nos ayude a volver a ser ese ser maravilloso que El creó, que El soñó.

Señor, quiero que cuando me preguntes ¿Dónde estás?, yo pueda responderte que estoy en camino de regreso a casa, golpeado y confundido, pero buscando el sendero de retorno a Tu Hogar, que es mi hogar también. Y que cuando me veas llegar y me preguntes ¿Quién eres? yo pueda contestarte con convicción que soy esa alma maravillosa que Tu soñaste, plena de los tesoros que Tu pusiste en mí, y pleno de un anhelo de santidad que esté por encima de toda dificultad que pueda enfrentar mientras estoy aquí abajo, sólo soñando con el día en que estemos juntos por toda la eternidad.