La visión de George Washington

Este artículo reproduce la visión atribuída a George Washington, quien presuntamente la recibió en vísperas de la Navidad de 1777. La historia fue referida a la prensa por uno de sus ayudantes de campo y otros allegados. Fue publicada oficialmente por primera vez en el National Tribune en 1880 casi 40 años antes de las apariciones de la Virgen en Fátima. La visión aquí descripta pudiera ser un cuento nacido de la fértil imaginación de algún escritor, sin embargo su parecido con lo relatado por los pastorcitos de Fátima deja lugar para pensar que es posible que el general y luego primer presidente de los Estados Unidos tuviera un encuentro sobrenatural en el que le fueron revelados aspectos del futuro que ahora nos toca vivir.

Mucho se ha dicho de la pertenencia de Washington a la masonería. Es un hecho que la gran mayoría de los varones de clase alta en Virginia eran miembros de la masonería en esa época. Sin embargo, en una carta escrita antes de su muerte, Washington expresa a un amigo que “hace treinta y siete años que no piso una logia.” Volviendo nuestra atención a lo poco que se sabe de su educación, recordemos que el general fue educado usando un manual preparado por los misioneros jesuitas franceses para la educación de los jóvenes. Ya siendo capitán de los coloniales británicos en la zona de Ohio, Washington visitó con frecuencia una misión jesuita de St. Marie, ubicada en lo que era entonces el territorio general de Ohio. Ya en su edad adulta y luego de casarse con Martha Estes, Washington asistió siempre a las misas de la iglesia anglicana pero siempre se abstuvo de tomar la comunión. Finalmente a la hora de su muerte sabemos que un sacerdote jesuita y amigo personal de Washington estuvo en su casa y lo acompañó en sus últimos momentos.

Estos hechos parecieran indicar que Washington fue un converso secreto al catolicismo, algo que también parecen confirmar los decretos que pasó luego como presidente protegiendo los intereses católicos y prohibiendo la celebración de Guy Folkes Day en todo el territorio de la unión así como también la quema de efigies representando al Papa.

La visión relatada por Washington

washingtonEsta tarde, mientras estaba sentado a la mesa preparando un despacho, algo pareció perturbarme. Al levantar la vista vi parada frente a mí a una mujer de singular belleza. Tan asombrado estaba (pues había dado órdenes estrictas de no ser molestado) que pasaron unos momentos hasta que pude encontrar palabras para solicitar una explicación de la causa de su presencia. Una segunda, tercera y hasta una cuarta vez repetí mi pregunta pero no recibí respuesta de mi misteriosa visitante excepto una ligera elevación de su mirada.

Entonces sentí que extrañas sensaciones me invadían. Me hubiera puesto de pie pero la mirada fija de ese ser delante mío hacía imposible el ejercicio de la voluntad. Traté una vez más de dirigirme a ella pero mi lengua había perdido su uso como si estuviera paralizada.

Una nueva influencia, misteriosa, potente e irresistible tomó posesión de mí. Todo lo que podía hacer era mirar fijamente a mi desconocida visitante. Gradualmente la atmósfera pareció llenarse de sensaciones y luminosidad. Todo parecía raro a mi alrededor, con la misteriosa visitante volviéndose más etérea y al mismo tiempo más definida que antes a mi vista. Empecé a sentir como que me moría o más bien comencé a experimentar las sensaciones que en mi imaginación suponía que uno sufre al experimentar la disolución. Dejé de pensar, de moverme, de razonar; todo eso era igualmente imposible. Sólo estaba consciente de estar mirando fijamente, ausentemente a la persona que me acompañaba.

En ese instante escuché una voz que decía: “Hijo de la República, mira y aprende”, mientras que al mismo tiempo mi visitante extendía su brazo hacia el este. Ahora veía como una pesada cortina de vapor se elevaba a cierta distancia, extendiédose poco a poco. Esta se disipó gradualmente y así pude contemplar una escena aún más extraña. Ante mí se extendían en una vasta planicie todas las regiones del mundo: Europa, Asia, Africa y América. Vi las profundidades del Atlántico y sus aguas brillando entre Europa y América, y entre Asia y América estaba el Pacífico.

“Hijo de la República”, dijo la misma misteriosa voz de antes, “mira y aprende”. En ese momento vi un espectro tenebroso, sombrío, como un ángel, parado o más bien flotando en medio del aire entre Europa y América. Ahuecando sus manos sacaba agua del mar y salpicaba un poco sobre América con su mano derecha y con su izquierda salpicaba algo sobre Europa. Inmediatamente una nube se alzó desde estas regiones uniéndose en medio del océano. Por un tiempo la nube permaneció estacionaria pero luego comenzó a moverse lentamente hacia el oeste hasta que envolvió a América en su oscuridad. Relámpagos brillaron en ella a intervalos y pude escuchar los apagados gritos del pueblo americano.1

El ángel sacó agua del océano y la salpicó tal como lo hiciera antes, la nube oscura se volvió al océano y se hundió en sus profundidades hasta desaparecer. Una tercera vez escuché la voz misteriosa decir “Hijo de la República, mira y aprende.” Entonces fijé mi vista en América y vi villas, pueblos y ciudades brotando uno tras otro hasta que toda la tierra entre el Atlántico y el Pacífico estaba poblada de ellos.

De nuevo escuché la voz misteriosa decir, “Hijo de la República, el fin del siglo llegó, mira y aprende”. Esta vez el ángel sombrío dispuso su rostro hacia el sur y desde Africa vi un espectro ominoso acercarse a nuestra tierra. Aleteaba lentamente sobre cada pueblo y ciudad de la misma. Los habitantes se disponían a batallar unos contra otros. Al continuar mirando vi un ángel brillante sobre cuya testa descansaba una corona de luz sobre la cual estaba escrita la palabra “Unión”, llevaba la bandera americana la cual plantó en medio de la nación dividida diciendo: “Recordad que sois hermanos”. En un instante los habitantes arrojaron de sí sus armas y se hicieron amigos nuevamente, uniéndose alrededor del estandarte nacional.2

George Washington a caballoY nuevamente escuché la voz misteriosa que decía: “Hijo de la República, mira y aprende”. En esto el ángel oscuro llevó una trompeta a su boca y sonaron tres claros toques; y tomando agua del océano la salpicó sobre Europa, Asia y Africa. Entonces mis ojos contemplaron una escena espantosa: de cada una de estas regiones se levantaron densos nubarrones que pronto se consolidaron. Desde dentro de esa masa brillaba una luz rojiza con la cual vi hordas de hombres armados que se movían con la nube, marchando por tierra y navegando por el mar hacia América. Nuestro país estaba envuelto en el volumen de esta nube y vi esos enormes ejércitos devastar el país entero quemando las villas, pueblos y ciudades que antes había visto brotar. Mis oídos escuchaban el tronar de los cañones, el choque de espadas y los gritos y quejas de millones que entraban en combate mortal. Escuché otra vez la misteriosa voz que decía “Hijo de la República, mira y aprende”. Cuando esa voz cesó, el ángel tenebroso llevó su trompeta una vez más a su boca y sonó un largo y terrible toque.

Instantáneamente una luz como de mil soles brilló desde las alturas sobre mí y penetró y rompió en fragmentos la oscura nube que envolvía a América. En ese momento el ángel sobre cuya cabeza brillaba todavía la palabra “Unión” y quien portaba nuestro estandarte nacional en una mano y una espada en la otra, descendió de los cielos, seguido por legiones de espíritus luminosos. Estos inmediatamente se unieron a los habitantes de América, que a mi ver estaban casi por perecer, pero que reuniendo coraje inmediatamente cerraron las brechas de sus filas y renovaron la batalla.

Nuevamente en el terrible fragor del conflicto, escuché la voz misteriosa decir: “Hijo de la República, mira y aprende”. Y al cesar la voz, el ángel oscuro sacó agua del océano por última vez y la salpicó sobre América ¡Al punto la nube oscura retrocedió junto con los ejércitos que había traído dejando victoriosos a los habitantes de nuestra tierra!3

Entonces vi una vez más surgir las villas, pueblos y ciudades donde los había visto antes mientras que un ángel brillante, plantando el estandarte azul cielo que estaba entre ellos, gritó con voz fuerte: “Mientras las estrellas permanezcan y los cielos hagan caer el rocío sobre la tierra, entonces la Unión perdurará”. Y tomando de su frente la corona sobre la cual estaba el blasón con la palabra “Unión” lo puso sobre el estandarte mientras el pueblo, arrodillándose, dijo: “Amén”.

La escena instantáneamente comenzó a borrarse disolviéndose y al fin pude ver solamente el vapor que primero se había alzado. Este también iba desapareciendo cuando me encontré una vez más frente a mi misteriosa visitante que en la misma voz que había oído antes, me dijo: “Hijo de la República, lo que has visto se interpreta así: tres grandes peligros vendrán sobre la República. El más terrible es el tercero pero en este, el mayor de todos los conflictos, el mundo entero unido no podrá prevalecer contra ella. Que todo hijo de la República viva para su Dios, su tierra y la Unión”. Con estas palabras se desvaneció la visión y levantándome de mi asiento sentí que había visto el nacimiento, progreso y destino de los Estados Unidos.

Aquí termina la visión del General George Washington y la profecía para los Estados Unidos de América relatada en sus palabras. National Tribune.4 Fuente: Carlos Caso-Rosendi Web: All Things New


Referencias

[1] Esto puede referirse a la Guerra de la Independencia americana.

[2] En esta parte parece referirse a la Guerra Civil americana.

[3] Este “tercer peligro” parece referirse a la invasión avasalladora de las fuerzas anti-Dios que comienzan a extender su influencia desde la Revolución Francesa en adelante y que continúa con el avance del progresivismo liberal de nuestros días. Este avance avasallador nos recuerda el avance del rey del sur en Daniel 11 que alcanza su punto culminante en el tiempo del fin.

[4] The following was originally published by Wesley Bradshaw in the National Tribune, Vol. 4, No. 12, December 1880: “The last time I ever saw Anthony Sherman was on July 4, 1859, in Independence Square. He was then 99 years old, and becoming very feeble. But though so old, his dimming eyes rekindled as he gazed upon Independence Hall, which he came to visit once more. “Let us go into the hall,” he said. “I want to tell you an incident of Washington’s life – one which no one alive knows of except myself; and, if you live, you will before long, see it verified. “From the opening of the Revolution we experienced all phases of fortune, now good and now ill; one time victorious and another conquered. The darkest period we had, I think, was when Washington, after several reverses, retreated to Valley Forge, where he resolved to spend the winter of 1777. Ah! I have often seen our dear commander’s care-worn cheeks, as he would be conversing with a confidential officer about the condition of his poor soldiers. You have doubtless heard the story of Washington’s going to the thicket to pray. Well, it was not only true, but he used often to pray in secret for aid and comfort from God, the interposition of whose Divine Providence brought us safely through the darkest days of tribulation.”