La entrega

No hay hombre que pueda escapar a los designios de Dios. Por más poder o dinero que acumule, su vida siempre estará sujeta a la Mirada de Aquel que nos creó. Sin embargo, somos débiles y nos empecinamos en objetar Su Plan para nuestra vida, como si pudiéramos realmente comprender qué cosa es buena o mala para nuestro destino de eternidad.

Hoy abrí al azar una página de uno de mis libros de cabecera, el Kempis, y encontré estas palabras:
Algunos sufren tentaciones peores al principio de su conversión, otros, al final. Unos son duramente probados durante toda su vida, mientras otros padecen tentaciones leves, todo conforme a la sabiduría y justicia de Dios que mide la condición y los méritos de cada uno y que todo lo ordena a la Salvación de los elegidos.?

Misericordia

Qué extraordinaria claridad la de este hombre, con palabras escritas varios siglos atrás. En pocas líneas me dio respuesta a tantas preguntas referidas a la comprensión de los interminables ciclos primero de bonanza espiritual, y luego de angustia interior que abrazan mi alma. Es como un péndulo que oscila de un extremo al otro, desde que empecé mi camino de conversión.

Primero se vive una alegría enorme, fruto de haber encontrado al Señor, a mi Maestro. En esos momentos parece que todo es posible, que la vida es gozo y plenitud, que ya nada importa excepto el saberse Su amigo, Su hermano. Sin embargo, luego aprendí con dolor a caer en esos pozos donde mi interior parece sometido a bombardeo intenso. Los pensamientos son como piedras que me atan al suelo, todo apunta a poner en duda el sentido de mi fe. Nada esta firme, todo es incierto y atemorizante.

Estos pozos de oscuridad espiritual, plenos de tentaciones de la más variada naturaleza, son interrumpidos por un estallido de luz, de felicidad intensa que me devuelve la esperanza y la confianza de estar seguro en los Brazos de mi Maestro. Difícil identificar el origen y motivo de estos vaivenes del alma, pero con las palabras de Tomás de Kempis he podido poner las cosas en su lugar.

Es Dios el que establece los modos, los tiempos y las circunstancias que rodean nuestras horas de prueba, y nuestras horas de Gracia. El lo hace de acuerdo a estas misteriosas maneras porque así atiende a Su plan de salvación de nuestra alma, en modo particular, pero muy importante también, en atención a nuestra participación personal en el plan de salvación de la humanidad toda. Este último aspecto se engarza dentro de nuestra pertenencia al Cuerpo Místico del Señor, ya que nuestra necesaria colaboración es fundamental para contribuir a la navegación del Navío que es la Iglesia, adentrándose en las agitadas aguas del nuevo siglo.

barca

Dios dispone así de nuestros momentos de dolor y de nuestros instantes de consuelo atendiendo a circunstancias en el tiempo y en el espacio, que están fuera de nuestra comprensión. Son combinaciones de hechos distantes unos de otros de tal modo que es absolutamente inalcanzable para el hombre el pretender una visión de conjunto de lo que ocurre. ¿De que vale preguntar, u objetar, o tratar de comprender los comos y los cuandos, entonces?

La entrega a la Voluntad del Maestro, del Señor, es nuestro consejo de vida. El sabrá como cuidar a nuestra alma, si es que nos dejamos llevar por Su sendero, aceptando dolor y gozo, según sea la circunstancia. Porque cómo decía nuestro recordado Padre Emiliano Tardiff: ?Para nosotros, hay días en que la realidad se nos plantea como un Viernes Santo, mientras que en otros gozamos como en un Domingo de Resurrección. En uno u en otro se expresa la Voluntad del Señor?.

Todo es Gracia, absolutamente todo es Gracia.