El velero

Ancla, brújula y vela. Tres herramientas que nuestra vida espiritual requiere para poder navegar en este mundo, adaptándonos a las cambiantes condiciones que este mar tumultuoso nos propone cada día.

El ancla es muy importante cuando arrecian los vientos de la tentación, cuando el tentador hace uno de sus tantos esfuerzos para arrancarnos y llevarnos hacia las rocas, hacia la destrucción. Es cierto que nuestra naturaleza humana conlleva el pecado de origen, por lo que la batalla durará mientras tengamos vida, pero también es verdad que cuanto más nos hayamos dejado arrastrar por los vientos de la tentación y más cerca de los acantilados estemos, más difícil es la Salvación. El ancla es muy importante, porque es nuestra fe la que debe mantenernos a pie firme, evitando caer en las tentaciones, evitando ser arrastrados por la fuerza del que nos instiga a realizar los más variados actos que entristecen a Dios. ¡Resistir!. ¡Resistir!. Esa es la clave cuando el tentador nos empuja con violencia hacia su rumbo, cuando todo a nuestro alrededor parece gritar que es “lógico y natural” ir en el curso que el mundo indica. Ser fuertes, no ceder, esa es la misión del ancla que sostiene y defiende al velero en la tempestad.

Barco al cieloLa brújula es el instrumento que necesitamos cuando es hora de navegar, de poner un rumbo cierto a la nave, y no se sabe cual es el destino correcto que nos lleve a mares tranquilos, a la Paz del Señor. A veces sopla una brisa que nos desorienta, no podemos identificar si es un viento seguro, que nos lleva por la senda del bien, o si es una falsa opción, una senda atractiva pero incierta en su destino final. Es entonces cuando hay que apelar a la brújula espiritual: la oración. El diálogo directo con el Señor, o a través de Su Madre o de Santos y Angeles actuando como intercesores, constituye la verdadera brújula espiritual. En la oración no sólo daremos gracias y encontraremos consuelo, sino que pediremos ayuda y orientación a Dios, pediremos que El nos muestre los signos que hagan nuestro rumbo cierto y confiable. Y Dios nos dirá que tracemos el rumbo en base a nuestro norte magnético: el amor. Cuando veamos los frutos del amor en un rumbo, y me refiero al verdadero amor como lo definió San Pablo, estemos confiados en que ése es el camino seguro.

Y finalmente la vela. Cuando los vientos del tentador hayan pasado y cuando la brújula nos indique el rumbo correcto, encontraremos el soplo del viento de Dios que hinchará nuestras velas espirituales y nos llevará presurosos hacia los mares del Señor. Nuestra nave se deslizará rápida y segura, confiada y estable, pese a las olas y las corrientes que atravesemos en nuestro derrotero. Y las velas son nuestras obras: nuestro trabajo en la Viña del Señor, el diario alabar a Dios a través de nuestros actos de vida. Las velas se hinchan con el viento y lo transforman en fuerza que mueve la nave, en acción. Están firmemente sujetas al casco del barco a través del palo y el resto de la arboladura. Del mismo modo, las virtudes y talentos que Dios nos dio son como la estructura del velamen del barco, todo puesto al servicio de capturar el viento Divino y transformarlo en acción, en obras que son manifestaciones concretas y tangibles del amor de Dios por nosotros. Como el barco, somos un instrumento que transforma el soplo del Espíritu Santo en acción, en resultados palpables para beneficio del Plan de Dios.

¿Ya adivinaste quien está detrás del ancla, la brújula y la vela?.

Es el Espíritu Santo nuestra ancla y fortaleza cuando la tentación intenta arrastrarnos, es nuestra brújula que nos marca la Divina Voluntad cuando no encontramos el rumbo, y es el viento que hincha nuestras velas y nos da verdadera vida, porque sopla en la dirección que más nos conviene, llevándonos a los mares a los que Dios desee llevarnos, guiados por la Divina Providencia.