El milagro de Bariloche

Los testimonios publicados en esta sección son responsabilidad de quien los firma. Al publicarlos www.reinadelcielo.org no está emitiendo ninguna opinión sobre la veracidad de los dichos, sino que sólo ha entendido que sus contenidos no contienen nada que atente contra las verdades de la fe y la moral y sí entiende que pueden ser favorables para el crecimiento espiritual de nuestros lectores. El juicio final sobre los hechos publicados corresponde a la Iglesia, a la que nos sometemos.

La redacción de Reina del Cielo

 


Pueblo de Bariloche: ¡Tu fe te ha salvado!

Hace un tiempo el Señor me regaló un viaje a la ciudad de Bariloche, al sur de Argentina, con un hermoso grupo de gente. Era invierno, la nieve sobre las montañas y el frío sobre nosotros hacía más acogedor aún el poder estar en un lugar que recuerda al paraíso. Bariloche es un alhajero que se encuentra encerrado entre la meseta de la Patagonia y la cordillera de los Andes. Es un compacto cúmulo de lagos, bosques, montañas nevadas y una naturaleza que hace recordar al Dios Creador en todo momento.

Un día me encontraba en el bosque de los arrayanes, un cerrado bloque de árboles de tronco color rojo y de hojas pequeñas, que es único en el mundo por su tipo y por su belleza. En la cabaña que hay allí, mientras mis compañeros observaban los artículos regionales y las tortas y dulces que se venden, yo me hallaba absorto observando una fotografía que había en una de las paredes: un gigantesco incendio de bosques iluminaba una noche como si fuese día. Después de un rato, alguien habló a mis espaldas. Era Marta, la guía de nuestro grupo. Ella me dijo: “aquellas noches realmente pensamos que no teníamos salida, estábamos desesperados. El fuego se aproximaba irremediablemente a la ciudad, y no podíamos hacer nada”. Yo conocía los incendios de Bariloche porque habían tenido gran difusión en las medios argentinos, ya que fue un hecho terrible y seguido muy de cerca por todo el país. Marta siguió hablando: “y pensar que todo culminó por obra de un milagro…”. Eso si que no lo esperaba, me di cuenta inmediatamente que Dios estaba obrando en ese momento en beneficio de la realización de Su Voluntad. Hablamos con Marta todo lo que pudimos durante ese paseo y en las demás oportunidades en que nos vimos. Antes de irme le pedí su dirección de e mail. A mi regreso sentí que el Señor quería que el milagro se conociera y así se lo hice saber a Marta. Ella me envió entonces el relato de lo que allí aconteció, relato que sin dudas representa un testimonio del amor de Dios por todos nosotros.

El fuego

ChalluacoEnero de 1996 llegó a la zona después de tres meses sin lluvias, en un lugar de muy frecuentes y copiosas precipitaciones a lo largo de todo el año. La temperatura ambiente normal para el verano en la zona es de unos 25 a 27 grados centígrados, mientras en el mes de noviembre de 1995 se dieron temperaturas de hasta 34 grados, con precipitaciones que eran apenas una llovizna. Todo estaba preparado para la tragedia, los bosques recalentados por el sol y secos por la falta de lluvia eran como una antorcha lista para ser encendida.

El incendio empezó en un Valle que se llama Challhuaco, al sudeste de Bariloche. Se iniciaron muchos focos de incendio por todas partes, y si bien algunos pudieron ser controlados antes de que se desate el terror, otros avanzaron en forma descontrolada. El foco del lago Moreno, arroyo Casa de Piedra y cerro Catedral fue el desencadenante.

Andrés vive con su familia en el Cerro Catedral, exactamente en el lugar donde el fuego había encaminado sus lenguas empujadas por el viento. Los devotos de la Virgen de Shöenstadt que viven en el cerro tienen una imagen que pasan de familia en familia, y cada hogar la tiene bajo su cuidado durante tres días para rezar el Rosario. Durante los tres días en que la familia de Andrés tenía a María en su casa se desencadenó el fuego de Casa de Piedra y cerro Catedral, los días 20, 21 y 22 de enero de 1996. El fuego llegó rápidamente al complejo turístico, el centro de ski mas importante de Argentina. La lengua de fuego ya había devorado tres viviendas desocupadas y se quemaban dos módulos y medio del Club Hotel Catedral. Andrés vive justamente detrás de los módulos que se estaban quemando. Como se necesitaba todo el agua para extinguir el fuego que ya había tomado los módulos del hotel, no podían continuar mojando el techo de su casa. Este era el único modo de reducir el daño del paso del fuego por el lugar. Como él era el único miembro de la familia que estaba en el lugar, entró al living de la casa y vio a la Virgen. De inmediato se arrodilló y empezó a rezar. Carlos María era el Gerente del Hotel Catedral. En el mismo momento y después de desalojar todo el edificio, se quedó en su oficina arrodillado y rezando frente a una imagen que él tenía de la misma Virgen. ¡Inmediatamente el viento cambió de dirección y se salvaron!.

Mientras tanto, el viento proveniente del Oeste traía las llamas hacia la zona poblada, hacia la Ciudad de Bariloche. Las llamas tenían hasta cien metros de altura y se desplazaban caprichosamente de acuerdo al viento que cambiaba constantemente. De noche se veía también el fuego que avanzaba por la zona norte hacia la estepa, en la costa del otro lado del Lago Nahuel Huapi. Todo estaba iluminado por las llamas que parecían no tener límite en su constante devorar de bosques y casas.

La caridad de muchos, el egoísmo de otros

Monedas en la manoMientras las autoridades deliberaban las jurisdicciones, si correspondía a Parques Nacionales, a la Provincia o al Municipio el combatir el incendio, el fuego avanzaba. Los vecinos desesperados comenzaron a agruparse formando brigadas de quince o veinte personas, sin contar con los elementos necesarios. No se contaba con aviones hidrantes, ni motobombas, ni líneas de agua. Las motosierras se rompían trabajando día y noche, talando bosques para abrir claros y detener el avance del fuego. Faltaba agua, mucha agua. Sólo se contaba con el esfuerzo personal, con machetes y palas. Hasta los niños acudían con baldes de agua y ponían a riesgo su propio pellejo sin ropa adecuada. El Club Andino Bariloche centralizó la recepción de donaciones y la coordinación de la acción de los voluntarios. Todo el pueblo de Bariloche acercó lo que pudo: combustible, barbijos, guantes, calzado, machetes, palas, agua mineral, pan. Se preparaban viandas para las miles de personas que trabajaban en el terreno, combatiendo el fuego en su frente de avance, tratando de torcer su rumbo o detenerlo. Mientras tanto todo el pueblo argentino seguía de cerca lo que ocurría allí, pero sin acudir con ayuda relevante a socorrer a los hermanos que se encontraban en desgracia. Era una noticia que llenaba las páginas de los medios y los noticieros, pero no movía a la caridad o a la ayuda social. Los políticos, mientras tanto, se tomaban fotografías o bien tratando de aparecer colaborando, o bien intentando no ser acusados de ineptos por no actuar del modo que su función demandaba. ¡Triste espectáculo!.

Ya habían ardido más de un millón de árboles y el fuego se acercaba a las viviendas, a la ciudad de Bariloche. Nos encontrábamos rodeados por las llamas, por donde se mirase el fuego se encaminaba irremediablemente a arrasar los aledaños y la ciudad misma. Iban quince días de intensa y desesperada lucha contra el efecto devastador del fuego y las autoridades seguían deliberando a quién le correspondía, si a uno o a otro. ¡Estábamos solos!.

La tragedia abre los corazones

Manos al cieloEn el momento de mayor desesperación empezó a surgir la necesidad de apelar a Dios, de un modo u otro. Cada uno con su credo, con su fe, pero mirando al Cielo. El Obispo Frasia pedía que en todas las capillas se oficiaran misas pidiendo al Señor por la lluvia. Algunos recordaron que los indios Mapuches, los originales habitantes del lugar, también podían ayudar con sus rezos. Una Mapuche anciana y sabia fue consultada y dijo por la radio local: “no hace falta ser Mapuche, Huinca (argentino) o Chino para invitar a la lluvia que venga”. La mujer invitaba a que cada uno ponga su fe en alto y le pida a Dios que socorra a sus hijos en situación de necesidad. Mientras unos y otros buscaban el camino para mejor pedir a Dios en oración comunitaria, fue la iglesia adventista quien primero hizo la convocatoria al pueblo: “Todos Unidos roguemos al Señor hoy a las 18 horas para que envíe una lluvia o de alguna manera actúe para que el fuego se apague. Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios”.

La reacción fue rápida e inmediata: todos nos hablábamos por teléfono y nos pasábamos la voz por la calle, sin preguntarnos a que religión pertenecíamos. Las radios invitaban a orar a esa hora, desde todas las religiones y credos. La consigna era que cada uno orase al Buen Dios para que envíe la lluvia. Desde sus hogares, o desde los templos, pero que cada uno orase con fe al Señor. Una señora judía, ya que no hay sinagoga en Bariloche, oró en su casa. Ella dijo que en realidad Dios está en todas partes y no hace falta ir a ningún lado para dialogar con Él, si se lo hace de corazón.

A la hora indicada todos rezaron, con los ojos elevados hacia Dios. En ningún lugar en especial, pero todos juntos, unidos en el ruego al Padre Creador. Los brigadistas y todos los que luchaban contra el fuego en ese momento rezaron a su modo, ya que trabajar es orar cuando se realiza una obra de caridad por amor a los demás

¡El milagro!

Deseo de Dios22 de enero de 1996. El día era tremendamente caluroso, con treinta grados de temperatura. No había ninguna nube ni pronósticos de lluvia, para desesperanza del pueblo barilochense. El Padre Branco, un sacerdote esloveno que oficia en Bariloche, comentó que miró al cielo y que no había ninguna nube que pudiera presagiar lluvia a esa hora, cuando todo el pueblo empezó su oración. A las nueve de la noche aparecieron las primeras gotas que rápidamente se transformaron en una lluvia torrencial que bendijo y lavó bosques y hogares. El fuego se rindió rápidamente y los bosques se sumieron en la paz que siempre habían tenido. Pero no sólo la lluvia llegó, sino que a la mañana siguiente los cerros amanecieron nevados, ¡en pleno mes de enero!. Esto sirvió para enfriar el terreno.

La gente, cuando comenzó a llover, se concentró en el centro de la ciudad. Con gritos y bocinas de autos se festejaba la lluvia, ¡el milagro!. El Intendente salió a festejar con la gente, todos reíamos y nos abrazábamos, mirábamos al cielo y llorábamos. Los medios se adhirieron al festejo comentando que jamás hubieran pensado que Bariloche, siendo un lugar lluvioso, festejara la lluvia. Y también que ahora comprendían perfectamente a la gente de campo que depende de las lluvias para una buena cosecha.

Al día siguiente, efectivamente todos vimos lo ocurrido como un milagro. Dios se había manifestado como un Padre Bueno y Misericordioso que acude a socorrer a sus hijos. El poder de la oración humilde, sincera y realizada desde el corazón había llegado al Cielo.

Hoy, quienes miramos a nuestros corazones no podemos dejar de ver el testimonio del Señor llamándonos a Su mesa, con su caricia suave y amorosa. Dios nos llamó ese día, nos mostró Su Omnipotencia y Misericordia. ¡Queda en nosotros acudir ante su llamado!.

También vimos lo ocurrido como un mensaje de unión, ya que todos somos hijos del mismo Dios. Dios no hace diferencias, somos los hombres los que nos dividimos. Pero ese día los hombres y mujeres de Bariloche se unieron en su pedido a Dios, no hicieron diferencias. ¡Ese fue el segundo y mayor milagro que ocurrió en Bariloche, los hombres unidos pidiendo al Señor!.

Cuando Pedro caminó sobre las aguas en busca de Jesús, comenzó a hundirse al perder la fe y querer salvarse por sus propios medios. Sólo pudo sobrevivir cuando miró a su Maestro y con voz suplicante le dijo ¡Señor, sálvame!. El Señor en ese momento voló raudo a su lado y tendiéndole la mano lo salvó. La fe perdida de Pedro lo hundió, y el recuperarla fue su tabla de salvación. La mujer hemorroísa también nos enseñó sobre el valor de la fe: bastó con tocar la orla del vestido de Jesús para sanarse. Y Cristo la curó por su fe.

El pueblo de Bariloche nos ha dado una lección: cuando todos estaban hundiéndose allí como Pedro, tratando de salvarse por sus propios medios, encontraron la fuerza espiritual que les permitió acudir a Dios en busca de ayuda. Y Jesús, aquel día, exclamó:

¡Pueblo de Bariloche, tu fe te ha salvado!