Dios sabe que estoy arrepentido

El cambio radical de José Luis Álvarez Santacristina, exmiembro de la banda ETA –a quien la memoria colectiva recuerda como Txelis– tuvo como desencadenante un inopinado “encuentro con Dios”, según sus propias palabras.

Las lecturas de Pierre Teilhard de Chardin y del Nuevo Testamento, y el acompañamiento de un sacerdote, le acercaron “la gracia de poder comenzar a reconducir mi vida por la senda del Evangelio”. Y también la de poder llorar en la soledad de su celda, por reconocer sus muchas culpas, en busca del perdón de Dios, de sus víctimas y de sí mismo.

Durante los 23 años que pasó entre rejas, Txelis estudió Filosofía, Psicología, Teología, Letras Modernas y Empresariales, y emprendió “un largo recorrido de conversión y arrepenti­miento”.“Mi historia –dice– es la de una gracia concreta y palpable, porque la fe me enfrentó a cosas peores que el miedo a un supuesto infierno: dar un sí definitivo a la fe de Jesús de Nazaret me suponía arrepentirme hasta la médula de los actos a los que pude contribuir en mi época de militancia en eta, a rechazar la violencia y a decirlo claramente”.

A través de su entorno inmediato, Misión se ha puesto en contacto con Álvarez Santacristina, que sigue en libertad condicional y trabaja en un centro educativo del País Vasco, donde ayuda a menores con dificultades. El otrora sanguinario Txelis, difícil de reconocer en el actual José Luis, nos ha hecho llegar sus reflexiones sobre el perdón, que él mismo ha puesto en práctica con los familiares de sus víctimas y que pueden aplicarse en casi cualquier situación.

Su mejor aval, en sus palabras, es el siguiente: “Soy consciente de la responsabilidad moral que conlleva haber sido durante años militante de eta; Dios es testigo de que estoy profunda y sinceramente arrepentido”. Ahora, la pregunta es “¿Serías capaz de perdonar a un ex-etarra y más aún, de seguir sus consejos para pedir perdón”.

7 Consejo de “Txelis” para pedir perdón

La petición de perdón, para ser auténtica y reparadora, debes hacerla, ante todo y sobre todo, desde el sufrimiento de la víctima, desde la conciencia del dolor generado, a veces de forma irreparable, en ella y en sus familiares.

Recuerda que pedir perdón de forma sincera no obliga a la víctima a tener que otorgarte su perdón, ni siquiera a escucharte. Quien pide perdón de verdad no espera necesariamente que se le otorgue el perdón, porque es consciente del daño infligido, y de la dificultad, a veces enorme, de la víctima o sus familiares para poder perdonar.

Aunque pedir perdón no constituye una exigencia para la víctima, puede ser una oportunidad para que la memoria del daño sufrido se asiente, se avance en la labor de duelo cuando se ha sufrido la pérdida de un ser querido o graves heridas físicas y morales, y se construya una paz reparadora.

Pedir perdón es un acto de humildad, pues te reconoces radicalmente falible y responsable del mal causado a alguien; no echas balones fuera, no buscas excusas: reconoces, simple y llanamente, tu error o el mal causado.

También es un acto de valentía porque, lejos de toda arrogancia o sumisión deshumanizante a presiones externas, te atreves a enfrentarte al mal que has provocado.

Piensa que pedir perdón es un acto genuinamente humano, que muestra nuestra capacidad de reconocer el daño causado ante quienes lo han sufrido. Al pedir perdón, inicias un proceso de reparación del daño y, a su vez, te reconcilias contigo mismo, con lo más profundo de tu dignidad. Eso sí, pedir perdón no responde, en primera instancia, a una necesidad psicológica o social que tengas, sino a un deber de conciencia para con tu víctima.

Si pides perdón, no solo pides algo, también ofreces algo, por pobre que parezca en comparación con el daño infligido: ofreces humildad, sinceridad, remordimiento y empatía con el dolor de la víctima y su familia, muestras tu pesar por el mal cometido. Y, sobre todo, manifiestas tu firme voluntad de no volver jamás a realizar un acto semejante. En definitiva, ofreces y muestras tu sincero arrepentimiento.

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Fuente: Revista “Misión”, por José Antonio Méndez