Jesús, paciente y silencioso, deja que nuestra alma sane y cicatrice. El cura nuestras heridas, disuelve nuestros recuerdos dolorosos y abre caminos de esperanza.
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En el punto de unión de los Dos Maderos, en la Cruz, Jesús amó hasta el infinito. Dejó todo allí por nosotros. Su Padre lo envió para que nos salve, conociendo de antemano el precio de nuestra salvación (ver artículo)